La ciencia que estudia los besos
Que algunos de nosotros seamos zurdos o diestros al escribir en un papel o al patear un balón no extraña a nadie; es una preferencia con la que nacemos y que exhibimos sin más alarde que un “¿y nunca has intentado usar la otra mano (o el otro pie)?”. Mucho menos conscientes somos de lo que el neuropsicólogo Onur Güntürkün y otros científicos han confirmado y etiquetado desde 2003 como otra asimetría lateral motora que añadir a la lista: nuestra tendencia a inclinarnos hacia la derecha cuando besamos a nuestra pareja romántica.
Este sesgo de derecha fue descubierto por Güntürkün mientras observaba —cual si fuese un voyeur profesional— 124 besos que se propinaban diadas de adultos en parques, playas, aeropuertos y otros lugares públicos.1 En el 65 % de los casos el besador ladeaba su cabeza a su diestra. Como a diferencia de besar, que es todo un arte, estudiar los besos es una ciencia y hasta un nombre propio tiene (filematología), para confirmar la presencia de esta asimétrica conducta Güntürkün y otros investigadores diseñaron experimentos en los que un maniquí se convertía en el osculante.2 objeto del deseo del besador, de manera que, al carecer por completo el primero de un lenguaje corporal por el cual comunicar sutilmente al segundo en qué dirección besar, la responsabilidad de este comportamiento pudiese achacarse por entero al besador. Triunfo para el diseño experimental: el sesgo se mantuvo y la evidencia acumulada permite concluir que, en efecto, en la cultura occidental, en la que besar y besuquear es práctica más (en países como México) o menos (en países como nuestro vecino norteño) común, hay una preferencia a hacerlo por la derecha.
Ilustración: Oldemar González
Por supuesto que Güntürkün tenía que desquitar sus años de preparación en bases neurológicas del comportamiento humano para construir una teoría que explicase desde estos dominios, fuera de razones culturales, el porqué de esta diestra inclinación besante. Según su llamada hipótesis congenital, cuando no éramos más que fetos dentro del ambiente prenatal (más específicamente, a partir de la semana 38 de gestación) nuestra cabeza tendía a reposar hacia la derecha, postura que es observada también en recién nacidos que yacen en posición supina y en bebés hasta una edad de tres meses. Si bien esta preferencia desaparece a medida que crecemos, según esta hipótesis la costumbre resurge cada que se nos antoja inclinarnos para besar a alguien. ¡Triunfo para la raíz biológica de la conducta humana!
O tal vez nos hayamos dejado llevar prematuramente por el impulso de atribuir a nuestra naturaleza, por encima de la influencia cultural, tan peculiar conducta. No sería, por supuesto, la primera vez que dentro y fuera de la filematología ocurriese esto.
Dado que de besos hablamos, antes de apresurarnos a aceptar el mecanismo innato de tan romántica asimetría, no está de más gastar saliva en hablar de algunas teorías sobre el misterioso origen y las polifacéticas funciones de los besos. Teorías que sonaban bien en boca de neurólogos, psicólogos, antropólogos y etólogos, pero que, desafortunadamente (para sus proponentes) no resistieron el contraste con el mundo que nace cuando dos se besan.
Marcel Danesi, antropólogo y autor de The History of the Kiss!, menciona por ejemplo en su libro que, dentro de su disciplina, hay quienes aventuran que el acto de besar podría haber surgido como una extensión de la tendencia de las madres de nuestros ancestros a premasticar —tal cual lo hacen chimpancés, gorilas y otras especies animales— de sus críos. El enternecedor simbolismo que resulta de esta regurgitación, en el que un protobeso asegura la supervivencia de la cría al insuflarla su madre de vida/comida y fortalecer a la par el vínculo amoroso es posiblemente la principal razón de la popularidad de esta idea, y los partidarios de ella citan en su apoyo que, en algunas partes de Europa central, el intercambio entre materia premasticada diversa era parte del cortejo. Si tu pareja aceptaba tu bolo alimenticio sin vomitar, o al menos sin hacer muecas de disgusto, altas eran las probabilidades de que tampoco le repugnases como compañero romántico. Que buena parte de la humanidad encuentre más repulsión que revulsión en premasticar pizza o palomitas de maíz en una cita amorosa hace algo inmasticable esta teoría.
Entre los etólogos están los que prefieren la teoría del beso como una especie de detector de mentiras. Un “dime cómo besas y te diré quién eres”, con una función de reconocimiento similar a la de las antenas en comunión de un par de caracoles, al contacto de los picos de algunas especies de aves o, inclusive, al beso francés —lengua con lengua— de los bonobos, quienes reducen así la tensión tras una disputa (lo que antropomórfica y erróneamente equipararíamos con las parejas que tienen sexo de reconciliación). Por otra parte y sin abandonar aún a los etólogos, los seguidores de Desmond Morris y El mono desnudo recordarán su sugerencia de que la semejanza física de los labios faciales con los vaginales no es fortuita, sino que aquéllos enviarían un mensaje que podría interpretarse como una señal de excitación y apertura sexual, lo que es aprovechado por la industria cosmetológica y por los cirujanos plásticos para vender la imagen, artificialmente fabricada, de unos labios carnosos como altamente deseables.
Lo que sí es indiscutible es el efecto fisiológico de un beso, en especial entre parejas que se atraen: el pulso se acelera, se dilatan los vasos sanguíneos y provoca con ello que nuestro cuerpo reciba más oxígeno que lo normal, en tanto que las glándulas sebáceas que se encuentran en los bordes de los labios y dentro de la boca liberan un coctel de hormonas entre las que se encuentran epinefrina (mejor conocida como adrenalina), serotonina, dopamina y oxitocina, todas ellas estimulantes del deseo sexual. La concentración de la hormona cortisol decrece después de un beso y provoca un descenso en nuestros niveles de estrés. Según la antropóloga Helen Fisher, parejas heterosexuales se besan para determinar si su compañera(o) es genéticamente compatible, considerando que la testosterona presente en la saliva del hombre puede liberar estrógeno en la saliva de la mujer, y que estos niveles de testosterona y de estrógeno permiten a una y otro determinar inconscientemente la salud y la fertilidad de quien suministró esa saliva; todo esto sin necesidad de análisis de laboratorio. Al ser besadas por parejas por las que son atraídas, las mujeres liberan además dopamina, hormona que promueve sentimientos de amor y atracción sexual.
A pesar de todos los posibles beneficios adaptativos, y a pesar de que se tiene registro de lo que podríamos considerar como besos en escritos tan antiguos como los Vedas (hacia el segundo milenio antes de Cristo), si en verdad hay una base biológica detrás de los besos románticos, labio con labio, esta práctica tendría que encontrarse en todas las culturas humanas. Desde 1951 el antropólogo Clellan Ford y el etólogo Frank Beach habían determinado que esto no es así en su estudio de trece culturas, en ocho de las cuales sus integrantes no se besan. Mas para callar por completo toda objeción, otro estudio de 2015 de William R. Jankowiak y sus colegas antropólogos documentó la ausencia de besos románticos en 91 de 168 culturas de todo el mundo, lo que significa que juntar los labios con un fin romántico/sexual está lejos de ser una práctica universal en nuestra especie.3 De hecho, según el mismo estudio, los besos románticos aparecieron muy tarde en la historia de la evolución humana; tan sólo entre los mehinaku, pueblo que habita en el Amazonas, son vistos como desagradables y sucios. O al menos así era en 2014.
Más complicado que medir niveles hormonales y respuestas fisiológicas es determinar las razones conscientes por las que, cuando lo hacemos, besamos románticamente. Apenas en 2017 la psicóloga Ashley Thompson y sus colaboradores construyeron una escala, a la que bautizaron YKiss? (“¿Por qué besar?”), con la que determinaron 42 diferentes razones por la que las parejas se besan.4 Para fortalecer la relación o expresar amor fue la principal razón citada, si bien algunos hombres indicaron que besaban para obtener favores o librarse de algún lío de manera mucho más frecuente que las mujeres de la muestra.
De vuelta con la preferencia a besar por la derecha, para probar que su origen no es innato en 2019 la psicóloga Jennifer R. Sedgewick y sus colegas observaron 226 besos entre parejas de desconocidos gracias al fenómeno mediático desatado por el corto First Kiss, en el que originalmente veinte voluntarios consentían ser apareados al azar para besarse y al que siguieron videos en YouTube emulando esta situación.5 Como no hubo en estos videos asimetría alguna al besar, los psicólogos especulan que la causa de que ésta sólo ocurre cuando uno está interesado romántica/sexualmente en quien besa es una lateralización de las emociones en el cerebro: cuando hay afecto, la corteza prefrontal izquierda se activa y facilita un sesgo derecho de la actividad motora. O sea que, aunque no por las razones correctas, Güntürkün y la neuropsicología en verdad eran la respuesta al misterio.
Para los lectores que se mantienen escépticos sobre estas especulaciones y teorías, desde aquí los animamos a experimentar por su cuenta. Siempre que el beso sea consensual y no robado, ¿qué les impide comerse mutuamente a besos?
Luis Javier Plata Rosas
Doctor en oceanografía por la Universidad de Guadalajara. Sus más recientes libros son: La ciencia y los monstruos. Todo lo que la ciencia tiene para decir sobre zombis, vampiros, brujas y otros seres horripilantes y El océano tiene onda. Una obra de ciencia ficción.
1 Güntürkün, O., “Human behaviour: Adult persistence of head-turning asymmetry”, Nature, 421, 2003, p. 711.
2 La osculación es el tecnicismo con que es arropado el beso labial en los apasionantes y nada cursis terrenos de la ciencia, ya que no en los de su divulgación.
3 Jankowiak, W. R., Volsche, S. L. y Garcia, J. R.: “Is the romantic-sexual kiss a near human universal?”, American Anthropologist, 117, 3, 2015, pp. 535-539.
4 Thompson, A., Anisimowicz y Kulibert, D. “A kiss is worth a thousand words: the development and validation of a scale measuring motives for romantic kissing”, Sexual and Relationship Therapy, 2017.
5 Sedgewick, J. R., Holtslander, A. y Elias, L. J. “Kissing right? Absence of rightward directional turning bias during first kiss encounters among strangers”, Journal of Nonverbal Behavior, 43, 2019, pp. 271-282.