Derechos humanosGente y Sociedad

La civilidad de los indígenas

Últimamente contrasta la sensatez que demuestran las comunidades indígenas latinoamericanas con la torpeza y demagogia que exhiben los gobiernos bajo los que viven. En estos tiempos de declaraciones altisonantes y vacuas, de tuits escandalosos y algaradas pasionales, la racionalidad ha estado del lado del subcomandante Moisés, uno de los líderes del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, herederos del nocivo y farandulero Marcos. Contradiciendo a Andrés Manuel López Obrador (AMLO), actual presidente de México, el indígena afirma que ni España ni la Iglesia tienen que pedirles perdón por nada. Y agrega algo que suscribo letra a letra y que incluso he comentado en estas páginas: ya basta de meter las manos en el pasado para crear cortinas de humo demagógicas que distraigan de los problemas del presente. Seguir peleando contra España después de dos siglos de independencia es absurdo, decía, en primer lugar porque a ellos nadie los había conquistado. Ahí seguían. Y sí, ahí estaban, bastante más preocupados que AMLO por las cosas reales, las de comer, las de la vida y la muerte, que perturban la cotidianidad mexicana.

De forma similar, la minga indígena que se paseó por Bogotá recientemente lo hizo de la más ejemplar manera, pacífica y civilizada. En lugar de las piedras y las porras, brillaron unos bastones de mando que se han ganado el respeto de la gente, quizá porque no le han roto la cabeza a nadie. Y así, de forma festiva, llegaron proclamando un mensaje muy simple y necesario: que no se mate a nadie. A los indígenas, desde luego, pero no solamente. A nadie.

Es verdad que en tiempos de pandemia es muy mala idea programar manifestaciones públicas de cualquier tipo. Al margen de esto, la minga contrasta con las soflamas incendiarias y las piedras y la rabia que se han visto en las manifestaciones públicas latinoamericanas. En Chile, hace solo unos días, se quemó una iglesia. En Bogotá, en cambio, con una madurez envidiable, los indígenas llamaron a la unidad y a la paz. En otras palabras, le restaron el carácter identitario a su protesta. Y esto es muy relevante; más aún, es la gran noticia. No llegaron a Bogotá a tumbar estatuas de conquistadores ni a repetir los gestos demagógicos de moda en todo el mundo. Evitaron la tentación de las guerras culturales que dividen y crean bandos, y en cambio resultó obvio que buscaron lo contrario, la complicidad de la sociedad entera. Luis Acosta, uno de los líderes de la marcha, lo dijo: la minga no era indígena, la minga era de todos. Un poco de sensatez, por fin, que se agradece.

Ese mismo mensaje de unidad resaltaba en el himno de la Guardia Indígena con el que se despiden de Bogotá. El video es muy seductor no sólo por la calidad de las imágenes y de la música, sino porque cuenta con la estratégica colaboración de artistas conocidos, en especial de Andrea Echeverri. La identidad indígena está presente, obvio, pero no como barrera, no como obstáculo, más bien como puente. Aunque los decolonialistas han puesto de moda lo ancestral, aquí lo que se ve es una conciencia muy clara de la modernización cultural y de la necesidad de estar en sintonía con el mundo actual.

 

 

 

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