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La coalición de derechas vence con claridad en las elecciones italianas: euroescepticismo y una derecha fragmentada en la Italia de Meloni

Los sondeos y los primeros recuentos oficiales dejan el Gobierno en manos de Meloni, la más votada con un 26%

Era una victoria anunciada. La derecha, liderada por Giorgia Meloni, gana las elecciones en Italia, con mayoría absoluta, obteniendo el 43% de votos, según los primeros recuentos oficiales que otorgan al bloque de izquierdas un 27,6%. El partido de Meloni se convierte en la primera fuerza política, alcanzando el 26% de los votos. En las anteriores elecciones del 2018 obtuvo el 4,3%. Muy distanciada quedó la coalición de centroizquierda. El Movimiento 5 Estrellas, que se presentó en solitario, obtuvo el 14,7%. En los partidos que forman la coalición de del bloque de derechas, destaca el mal resultado de la Liga de Matteo Salvini, con el 8,5%. Si se confirma ese porcentaje, será muy difícil que Matteo Salvini pueda aspirar, como desea, al ministerio del Interior. En cambio, Forza Italia de Silvio Berlusconi, obtiene un porcentaje mejor de las previsiones, un 7,4%, muy próximo a la Liga. En el bloque de izquierdas, el Partido Democrático, liderado por Enrico Letta, supera por poco el 20%, lo que supone un mal resultado, aunque sigue siendo el segundo partido del país. La alianza liberal de centro, denominada Tercer Polo, formada por Azione del eurodiputado Carlo Calenda e Italia Viva del exprimer ministro Matteo Renzi, obtuvo el 7,9%. Sin duda, Giorgia Meloni fue la gran vencedora de las elecciones, mientras su socio de la coalición, Matteo Salvini, fue el gran perdedor. Todo parece indicar que ahora se abrirá un ajuste de cuentas en dos partidos: en La Liga y en el Partido Democrático.

El bloque de derechas podrá gobernar con cierta comodidad, porque obtiene una mayoría clara en las dos cámaras del Parlamento. Incluso es cómoda la mayoría en el Senado, donde el resultado era más incierto: El bloque de derechas obtiene entre 114 y 126 senadores de un total de 200 escaños. Cabe destacar la abstención, que alcanzó un récord histórico: votó el 63,81%, frente al 72,9% en los comicios del 2018, es decir, casi 9 puntos porcentuales menos. Teniendo en cuenta esta abstención alta y el hecho de que la ley electoral favorece a la coalición ganadora, diversos líderes del bloque de izquierdas, como Debora Serracchiani, jefa del grupo parlamentario del PD en la Cámara de Diputados, ha advertido a Giorgia Meloni que le harán una dura oposición, porque «tiene la mayoría del Parlamento, pero no del país».

La victoria de Giorgia Meloni marcará un cambio histórico para Italia. Rompe un doble tabú: Será la primera mujer y primera postfascista que llega al Palacio Chigi, sede de la presidencia del Ejecutivo, después de haberse sucedido 69 gobiernos en la República italiana, desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Está por ver cuáles serán los efectos. La realidad es que de estas elecciones el país sale más dividido y desencantado con la clase política, a la vista de la gran abstención. Enzo Risso, director científico del instituto de sondeos Ipsos, destaca, como una razón para el aumento de la abstención, el hecho de que «muchos ciudadanos no han comprendido en el fondo el motivo de la caída de Mario Draghi». La abstención confirma el hastío de muchos ciudadanos, desorientados porque la campaña electoral no les aportó propuestas realistas para solucionar sus problemas.

Son muchos los temas importantes en juego y ninguno de ellos quedó despejado durante la campaña electoral, porque ni siquiera hubo un solo debate electoral en televisión entre los principales candidatos. Está pendiente la reforma del Estado, con una república en la que el presidente sea elegido por votación directa de los ciudadanos, como sueña Meloni, con la oposición de la izquierda; por otro lado, todos los partidos han prometido bajar los impuestos, aunque con formas absolutamente diferentes. Muy divergentes también son las ideas de la derecha e izquierda sobre cómo abordar el problema de los inmigrantes; otro tanto sucede sobre los derechos civiles y el medio ambiente. En definitiva, hay dos Italias, con ideas y visiones diferentes. Además, la crisis económica ha profundizado aún más las divisiones entre el Sur pobre y el Norte, cuya renta per cápita es casi el doble.

Teniendo en cuenta los graves problemas a los que se enfrentará el nuevo Gobierno, sobre todo por la inflación, crisis energética y guerra de Ucrania, en Bruselas y en las cancillerías europeas hay enorme expectación no exenta de preocupación, porque Italia es la tercera economía de la zona euro y a todos interesa su estabilidad. Giorgia Meloni ha criticado a veces ferozmente a los «burócratas» de Bruselas, aunque en los últimos días de campaña moderó su lenguaje para transmitir tranquilidad.

La líder conservadora ha mantenido una cierta ambigüedad, con diversas caras en ciertos asuntos. Por eso, hay gran interés por ver finalmente cuál es su auténtica cara, que inevitablemente la descubrirán los italianos y Bruselas cuando se enfrente a los problemas reales del país y de la política internacional. En cualquier caso, frente a quienes consideran que podría ser muy peligroso el euroescepticismo de Meloni, muchos analistas estiman que se verá obligada a actuar con su cara más moderada. Giorgia Meloni no podrá cambiar la línea, iniciada por Mario Draghi, de pleno apoyo a las sanciones, según el exembajador en la OTAN y analista de política internacional Stefano Stefanini: «No mantener esa línea le costaría a Italia tanto su relación con la Unión Europea como con los Estados Unidos, y ese es un precio que Roma no puede pagar. Italia no puede permitirse el precio de la discontinuidad en política exterior».

Prueba de fuego

Pasada ya la campaña electoral, los analistas consideran que la verdadera prueba para el nuevo gobierno vendrá en los próximos meses, cuando la Unión Europea intente elaborar una respuesta coordinada a los temas más candentes, como la guerra de Ucrania y otras políticas complicadas como el tope al precio del gas y del petróleo. Meloni pedirá que Bruselas ofrezca compensaciones por los negativos efectos económicos que producen las sanciones económicas a Rusia.

La líder del centro derecha ha mantenido una cierta ambigüedad, con diversas caras en ciertos asuntos. Por eso, hay gran interés por ver finalmente cuál es su auténtica cara, que inevitablemente descubrirán los italianos y Bruselas cuando se enfrente a los problemas reales del país y de la política internacional.

Meloni tiene un problema con sus socios, en particular con Salvini, un líder incontrolable y en caída libre, con pérdida de liderazgo en su partido y sin credibilidad a nivel internacional

Sus críticos consideran que el principal problema de Meloni puede ser la inexperiencia, porque hasta ahora no ha tenido ningún cargo importante de gestión, salvo su etapa como ministra de la Juventud (2008-2011) en el último Gobierno de Berlusconi que colapsó.

No se conoce una clase dirigente de Hermanos de Italia y, de hecho, Meloni ha recurrido a algunos viejos dirigentes de Forza Italia para su campaña electoral. Además, todos los analistas consideran que tiene un problema con sus socios, en particular con Salvini, un líder bastante incontrolable y en caída libre, con pérdida de liderazgo en su partido y sin credibilidad a nivel internacional. Tampoco le será de gran ayuda Il Cavaliere, en el crepúsculo de su carrera política.

En cualquier caso, frente a quienes consideran que podría ser muy peligroso el euroescepticismo de Meloni, muchos analistas estiman que se verá obligada a actuar con su cara más moderada. Por ejemplo, mientras Salvini es crítico sobre las sanciones a Rusia, porque tienen un alto costo para las empresas italianas, Meloni no podrá cambiar la línea, iniciada por Draghi, de pleno apoyo a las sanciones, según el exembajador en la OTAN y analista de política internacional Stefano Stefanini: «No mantener esa línea le costaría a Italia tanto su relación con la Unión Europea como con los Estados Unidos, y ese es un precio que Roma no puede pagar. Italia no puede permitirse el precio de la discontinuidad en política exterior».

 

 

 

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