La confesión de un tirano
La vez que Fidel Castro le reveló a un periodista su mayor verdad
En 1999, durante la visita a Cuba de George Ryan, gobernador de Illinois, Fidel Castro dio una conferencia de prensa en el Aula Magna de la Universidad de La Habana ante decenas de periodistas. Ni yo mismo me creía estar colado allí gracias a acompañar al equipo de Telemundo Chicago como guía y como auxiliar del camarógrafo. Entre los periodistas que cubrían la visita del gobernador estaba Alejandro Escalona, ganador en 2014 del premio Studs Terkel.
De modo inusual, al final de la conferencia, Castro se dejó rodear por los periodistas, que lo interrogaron sobre mil cosas, pero el protagonismo se lo llevó el editor de Éxito desde que le preguntó por qué no realizaba un plebiscito como había hecho Pinochet, a lo que el Comandante replicó, picado: «Usted está haciendo comparaciones que no tienen nada en común».
Jorge Ramos -el periodista de Univisión que recientemente sacó de quicio a Nicolás Maduro y que comparte estirpe de valiente entrevistador con Escalona- al parecer estaba allí y poco después relató lo ocurrido en un artículo. Quizás la memoria me engañe y hoy mi descripción no concuerde con la suya en algún punto sin importancia, pero nunca olvidaré aquella pregunta como un disparo: «Si el pueblo tiene el poder, ¿por qué no deja ya la presidencia?»
Entonces se escuchó aquello, como una bomba, ante las cámaras de medio mundo: «¡Porque no me da la gana!» Poco después, el Comandante salió del local para retirarse, pero no habían pasado dos minutos cuando, ya nosotros en plena recogida, vino apurado un escolta preguntando por «el mexicano» y se fue con Escalona, al que siguieron, por supuesto, todos los periodistas.
Fidel Castro había comprendido su descomunal error. Le había revelado a la audiencia internacional que, en efecto, era un déspota y gobernaba «hasta que me dé la gana»
Fidel Castro había comprendido su descomunal error. Le había revelado a la audiencia internacional que, en efecto, era un déspota y gobernaba «hasta que me dé la gana», pero había que reparar el daño. Junto a la puerta abierta de uno de sus Mercedes Benz negros, en medio del enjambre de guardias y reporteros, apuntado por las cámaras y los micrófonos, desplegó sus habilidades de actor, dio las explicaciones de siempre y le puso una cara muy amable a su interrogador.
Que ya no tuvo que decir nada más. Escalona había logrado lo que todo entrevistador persigue y muy pocas veces logra: que se revele la esencia de su entrevistado: que se haga visible la verdad. El propio Ramos cuenta en su artículo que en 1991, en México, en un breve encuentro con el dictador, le había preguntado también por un plebiscito, pero solo consiguió un codazo de un guardaespaldas que lo arrojó sobre el césped.
Alejandro Escalona se ha encontrado con muchas figuras importantes y siempre -atestiguan los que lo conocen bien-, como practicante del mejor periodismo norteamericano de la transparencia y seguidor del maestro Studs Terkel, ha perseguido la objetividad de la información, pero seguramente aquella vez de 1999 fue una de las que se sintió más realizado como periodista y más identificado con su misión profesional.