La Constitución propone y Evo dispone
En África, virtual espejo de Morales, presidentes elegidos en forma democrática también han forzado las leyes para enquistarse en el poder y, sobre todo, para no ser juzgados por sus actos. No es el caso del «hermano Teodoro», en el gobierno desde 1979 tras derrocar a su tío, Francisco Macías. En otros confines también hay presidentes de perfil autoritario que se afianzan en el poder, como Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China y Recep Erdoğan en Turquía.
En el Palacio Quemado, de La Paz, el dictador más añejo de África, Teodoro Obiang, recibió el Cóndor de los Andes, la máxima distinción de Bolivia. El anfitrión, Evo Morales, confesó en su discurso que iba a preguntarle cómo había hecho para ganar las elecciones de Guinea Ecuatorial durante 38 años consecutivos. Fácil: autorizó la participación de partidos alternativos al suyo, el Partido Democrático de Guinea Ecuatorial (PDGE). En 2016, la oposición decidió retirarse tras denunciar irregularidades y un inminente fraude. Obiang obtuvo un 90 por ciento de adhesión.
Aquello que parecía un cumplido para el “hermano Teodoro” resultó ser algo así como el presagio de una hoja de ruta para Morales, presidente desde 2006. Unos días después del IV Foro de Países Exportadores de Gas, motivo de la visita de Obiang, el Tribunal Constitucional de Bolivia aceptó el recurso que presentaron legisladores del Movimiento al Socialismo (MAS) para suspender los artículos de la Constitución que prohibían dos reelecciones continuas consecutivas e impedían que Morales fuera candidato en las presidenciales de 2019.
La oposición boliviana objetó a gritos la decisión. En 2016, Morales intentó refrendar por otra vía, un referéndum constitucional, su aspiración de participar por un cuarto mandato. Su aspiración quedó trunca por escaso margen. Escaso margen, pero margen al fin, para no caer de nuevo en la tentación. El 51 por ciento de los votos pareció lapidarla, más allá de que entre los legisladores oficialistas primara la idea de permitirle que continúe en el poder hasta 2025. En total, de seguir con la buena estrella de la victoria y de no mediar nuevas aberraciones jurídicas, casi dos décadas. Una eternidad.
Evalúa el ex candidato presidencial Samuel Doria Medina, presidente del Partido Frente de Unidad Nacional: “Lo que una vez fue una promesa de inclusión rápidamente se convirtió en una estrategia política en la que la confrontación de bolivianos, procedentes de distintos grupos étnicos y regiones, sería una receta para abusar del poder y concentrarlo en el Ejecutivo. Esa ha sido la carta de presentación del gobierno, la persecución de aquellos que piensan de manera distinta, la impunidad de los corruptos, gobernar para unos pocos atados al sistema y el deseo de imponer políticas rechazadas por la gran mayoría de nuestro pueblo”. Ergo: Bolivia tampoco zafa de la polarización.
En América latina, desde los noventa, no pocos presidentes intentaron reformular las leyes en beneficio propio y en desmedro de la calidad institucional. Hubo intentos de plantear la reelección consecutiva e indefinida. Ocurrió en Argentina, Brasil, Perú, República Dominicana, Venezuela, Colombia, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. Las constituciones de México, Paraguay y Guatemala prohíben la reelección. Lo mismo rige en Honduras. La insistencia de Manuel Zelaya derivó en una asonada militar en 2009. El actual presidente, Juan Orlando Hernández, quedó habilitado por la Corte Suprema para las irresueltas elecciones del 26 de noviembre.
En África, virtual espejo de Morales, presidentes elegidos en forma democrática también han forzado las leyes para enquistarse en el poder y, sobre todo, para no ser juzgados por sus actos. No es el caso del “hermano Teodoro”, en el gobierno desde 1979 tras derrocar a su tío, Francisco Macías. En otros confines también hay presidentes de perfil autoritario que se afianzan en el poder, como Vladimir Putin en Rusia, Xi Jinping en China y Recep Erdoğan en Turquía. El poder no es bueno ni malo, pero corrompe y, en ocasiones, eleva el narcisismo a su peor expresión. La de hacer creer a algunos líderes que son imprescindibles.