‘La crisis actual es la peor desde los 90’ y ‘no hay una estrategia coherente y eficaz para superarla’
Entrevista a Carmelo Mesa-Lago
¿Se puede hablar aún de Revolución en Cuba?
El último número del anuario Cuban Studies (2018) publica un interesante debate sobre si la Revolución terminó o no en un momento dado, y el tema se aborda desde los ángulos político y económico-social.
Los politólogos y sociólogos en el debate identifican el año 1976 y la etapa de «institucionalización» (1970-1985) como el fin de la Revolución, porque fue cuando se promulgó la Constitución y sobrevino la «sovietización» del proceso. El tema es más complejo desde un punto de vista de las metas económico-sociales:desarrollo económico, servicios sociales universales, reducción de las desigualdades en el ingreso, eliminación del desempleo y de la pobreza, construcción de viviendas.
En mi opinión, no ocurrió en un momento dado sino durante un período de tiempo. En mi periodización de la Revolución, basada en dichas metas, demuestro que estas comenzaron a esfumarse en el ciclo 1971-1985 «Modelo Soviético de Reforma Económica Tímida» y desaparecieron en el ciclo 2007-2017 «Las Reformas Estructurales de Raúl Castro».
Dos medios usados para alcanzar esas metas fueron la propiedad estatal de los medios de producción y la planificación central; ambos provocaron graves daños a largo plazo, pero tuvieron éxito a mediano plazo en gran medida por la enorme ayuda soviética.
Apunto a la década del 70 como el inicio del declive económico-social por varias razones: el fracaso de la cosecha azucarera de diez millones de toneladas y la estimulación moral, el final de la movilización, la promulgación de la Constitución, la convocatoria para el primer Congreso del Partido Comunista, la creación de la Asamblea Nacional y el proceso de institucionalización.
Las estadísticas cubanas son a menudo cuestionables pero indican que las metas alcanzaron un cenit en 1985: las tasas de mayor crecimiento económico e inversión bajo la Revolución, cero déficit fiscal, una merma del excedente monetario en circulación del 88% al 29% de los ingresos, y tras el fracaso de la cosecha de diez millones de toneladas de azúcar, el país produjo siete millones de toneladas sin interrumpir el resto de la economía.
Respecto a los objetivos sociales, se logró: cobertura de la población por un sistema universal y gratuito de salud, protección virtual de la fuerza de trabajo en pensiones, incremento del salario real, considerable igualdad en la distribución del ingreso, bajo desempleo abierto y una cúspide en la construcción de viviendas. La propiedad estatal de los medios de producción se completó salvo por un 3% en la agricultura.
En 1970-1985, la URSS otorgó a Cuba 40.000 millones de dólares, en su mayoría en donaciones y subsidios de precios al azúcar y el níquel (no reembolsables), y créditos soviéticos anuales para cubrir los déficits comerciales. Este apoyo generoso ayudó a promover las metas en este período, pero sembró la semilla de un revés gravísimo.
Bajo la batuta de Fidel en 1986-1990, tuvo lugar un ciclo idealista que restringió aún más el pequeño sector privado y recentralizó la economía, provocando declives en el PIB y la producción que debilitaron al país para enfrentar el colapso de la URSS y los países de Europa Oriental, desembocando en la peor crisis económico-social bajo la Revolución, bautizado con el eufemismo «Período Especial en Tiempos de Paz«.
En 1985-1993, todos los indicadores claves se hundieron: 45% el PIB, 25% la inversión, 93% el comercio soviético-cubano, 81% el total de las exportaciones y las importaciones, 75% el petróleo importado, 50% la producción azucarera, 80% la producción de manufacturas y 23% la de níquel. Debido a la pérdida de subsidios soviéticos, el precio de exportación de una libra de azúcar menguó un 79% y el precio del níquel en un 55%.
Otros indicadores se dispararon: la inflación en 26%, el excedente monetario en circulación en 88%, las importaciones de alimentos y la deuda externa en 116%. El déficit fiscal pasó de un superávit de 200 millones de dólares a un déficit de 5.000 millones de dólares. El tipo de cambio de ocho pesos por un dólar saltó a 25 por un dólar.
Los efectos sociales de la crisis fueron terribles: el salario real cayó un 90% y la pensión real un 84%, la suma de desempleo abierto y subempleo alcanzó el 33% de la fuerza de trabajo, se extendió el racionamiento y hubo una grave escasez de alimentos, la construcción de viviendas menguó un 38%, y la desigualdad del ingreso empeoró.
Algunos vicios pasados que se habían erradicado, como la corrupción, la prostitución y la mendicidad reaparecieron. La falta de petróleo provocó repetidos y largos apagones de electricidad. El Gobierno intentó mejorar la crisis, por ejemplo, con un doble incremento en médicos por cada 1.000 habitantes y una reducción del 43% en la tasa de mortalidad infantil. Pero estas medidas fueron manifiestamente insuficientes para proteger al pueblo.
Frente a la crisis, Fidel lanzó una serie de tímidas reformas económicas en 1993-1996 para evitar un colapso del régimen, tales como la autorización de trabajo por cuenta propia, la creación de los mercados agrícolas libres y la transformación de granjas estatales en cooperativas, por lo tanto, disminuyendo el sector estatal. El plan central fue reemplazado por un programa de ajuste de emergencia. Muchos expertos extranjeros y una buena parte de los cubanos, se preguntaban entonces si la Revolución había muerto.
Las reformas económicas estructurales de Raúl Castro han mantenido el predominio de la planificación central sobre el mercado y de la propiedad estatal sobre la propiedad privada; además, dichas reformas no han logrado resultados económicos tangibles y, por el contrario, han generado efectos sociales adversos.
El plan a largo plazo de 2015-2030 no tuvo en cuenta la crisis venezolana y se limita a una larga lista de objetivos que carecen de medios para alcanzarlos; no hay una estrategia coherente y eficaz para superar la crisis.
Fue en este período en que virtualmente desaparecieron las metas económico-sociales de la Revolución. La mayoría de los indicadores económicos en 2016-2017 no había recuperado sus cimas de 1989: el índice industrial era un 32% inferior; la producción de azúcar un 86% y la de níquel un 30%. El único sector floreciente es el turismo, pero no puede compensar el declive de otros sectores productivos.
El salario real cayó en 61% y la pensión real en 49%; la combinación de desempleo abierto y subempleo representó el 28% de la fuerza de trabajo; la desigualdad en el ingreso se amplió enormemente, y creció la pobreza. Los gastos sociales como porcentaje del PIB, menguaron ocho puntos porcentuales entre 2007 y 2017, perjudicando el acceso y calidad de atención de salud y de la educación.
En 2006-2017, el personal de salud se redujo un 22% y cerraron todos los hospitales rurales. La matrícula en educación superior declinó un 71% y se cerraron todas las escuelas secundarias en el campo. Se mantuvo la disminución de la mortalidad infantil, pero la mortalidad materna creció del 29% al 49% por cada 100.000 nacimientos; el número de médicos por 1.000 habitantes continuó creciendo, pero el 44% de ellos trabaja en el extranjero. La construcción de viviendas se desplomó en un 80%. En vista de la expansión de la población vulnerable, la asistencia social debió de extenderse, pero se recortó en un 30%.
Lo anterior ocurrió a pesar de que, a partir de 2002, Cuba recibió una gran ayuda económica de Venezuela que se convirtió en el primer socio comercial cubano, incluido el suministro del 60% del petróleo que el país necesita, la compra de 9.000 millones de dólares de servicios profesionales cubanos y substancial inversión.
En 2010, el total de la relación económica equivalió al 10% del PIB cubano y alcanzó el 15% en 2013. Pero la crisis de Venezuela ha perjudicado gravemente a Cuba. El PIB que había crecido 12% en 2006 promedió 1,2% anual en 2016-2018. La crisis actual es la peor desde la década de 1990.
¿Qué habría que salvar del período revolucionario?
Desde un punto de vista social: los sistemas de educación y de salud universales y gratuitos, pero no totalmente estatales, habría que permitir la competencia privada, y la educación debía estar desprovista de su contenido ideológico.
¿Cómo clasificaría el momento actual que vive Cuba?
La Revolución cubana dependió fuertemente de la ayuda generosa y un comercio beneficioso con la URSS y luego con Venezuela. Entre 1960 y 2017, la Isla recibió unos 100 billones de dólares en ayuda (dos billones de dólares al año) pero no ha sido capaz de transformar la estructura económica del país para generar suficientes exportaciones a fin de financiar sus importaciones y producir un crecimiento económico adecuado y sostenido. El último ha sido errático y, en parte, el resultado de la ayuda exterior; el avance temporal de las metas sociales fue facilitado por dicho apoyo externo y sufrió cuando terminó.
Hoy Cuba sufre la peor crisis desde el período 1990-1994. No hay posibilidades reales de cumplimiento de las metas originales, salvo que se haga una reforma estructural real de la economía.
Carmelo Mesa-Lago: (Cuba, 1934) es un catedrático de Economía y Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh desde 1999. Ha sido profesor visitante en la Universidad de Oxford, y el Centro Latinoamericano de Economía Humana (Montevideo), e investigador asociado en el Instituto Max Plank de Derecho Social Internacional (Munich) y el Instituto Torcuato Di Tella (Buenos Aires). Es autor o editor de más de setenta libros sobre economía de la seguridad social y la salud en América Latina, la economía de Cuba y sistemas económicos comparados. Entre sus libros recientes destacan La economía y el bienestar social en Cuba a comienzos del siglo XXI (Madrid, 2003), Las reformas de pensiones en América Latina y su Impacto en los principios de la Seguridad Social (Santiago de Chile, 2004) y Reassemblig Social Security: A Survey of Pension and Healthcare Reforms in Latin America (Oxford University Press, 2008)