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La crisis ética de la política y el auge del fundamentalismo

El fundamentalismo ya no es una actitud presente solo en la religión. Aparece cada vez más en partidos políticos. ¿Cuáles son sus características esenciales?

Fundamentalismo político. Diálogo Político

 

 

Hace pocos días leí un artículo del filósofo argentino Carlos Hoevel retomando ideas de Eric Voegelin (1901-1985). Entendía que era imprescindible contar con «dirigentes políticos que hubieran pasado por una profunda experiencia ética y espiritual que los hiciera capaces de enfrentar con claridad mental, realismo y espíritu de sacrificio la dureza y complejidad de los problemas de la realidad».

Y que cuando esto no sucede, cuando los dirigentes políticos carecen de valores, de visión y coraje para hacer frente a los desafíos de la sociedad en la que viven, lo ciudadanos pierden la paciencia y «se entregan a la búsqueda de líderes antisistema portadores de ideologías simplistas y mesiánicas» que Voegelin llamó religiones políticas.

Hoevel describe con detalle las descripciones psicológicas que hace Voegelin de los líderes de las religiones políticas y la actualidad que se experimenta al leerlas, cuando pensamos en contextos populistas contemporáneos: un discurso radical, que se presenta como un santo intachable celoso de los valores que dice defender, como quien escucha el clamor del pueblo, con una fuerte crítica  a los males sociales de su tiempo y especialmente a la conducta corrupta de sus dirigentes.

Crean un enemigo de la sociedad que lleva toda la culpa, al que le asignan el origen de todos los males, y ofrecen una respuesta simple y en apariencia fácil como solución a todo el mal. Y como la verdad está del lado de los buenos y elegidos, el resto no será escuchado. Al leerlo se puede reconocer las analogías entre estos análisis sobre las religiones políticas de Voegelin y las características del nuevo fundamentalismo político del que a veces solo se perciben algunas de sus consecuencias sociales.

La incapacidad para el diálogo

Cuando se asume que quienes no son de los nuestros no tienen nada para aportarnos ni dicen nunca la verdad, porque son siempre sospechosos de maldad y engaño, no es posible ningún tipo de diálogo. Y si se plantea un debate, solo serán monólogos de autoconfirmación. Se justifican en su fanatismo y resistencia a cualquier crítica en nombre de su pasión por la verdad o por determinados valores.

Crisis ética de la política y auge del fundamentalismo

 

Si bien el fundamentalismo es un concepto originado en la teología protestante a comienzos del siglo XX, actualmente se lo utiliza para caracterizar una determinada forma de pensar y vivir las propias convicciones de tal modo que el diálogo se vuelva imposible, y, en el caso de la política, tomando formas de fanatismo dogmático.

Fundamentalistas los hay creyentes y ateos, de cualquier ideología política, porque lo que los caracteriza es que son una reacción radical al relativismo ético y cultural propio de sociedades plurales. El fundamentalismo aparece ya no solo como una actitud presente en fenómenos religiosos, sino cada vez más en partidos políticos y donde algunos líderes repiten formas clásicas del liderazgo sectario y mesiánico.

Características

Los analistas de este fenómeno describen ciertas características comunes a lo que podemos identificar como fundamentalismo:

  1. Sentimiento de minoría y victimización: el fundamentalista se siente parte de una minoría postergada y combatida. Justifica así su ofensiva y agresividad porque en realidad se están «defendiendo» de quienes son los enemigos del bien y de la verdad.
  2. Pensamiento maniqueo y sectario: Dividen la realidad y las personas en buenos-malos, amigos-enemigos.
  3. Tienen un proyecto sociopolítico: buscan dar relevancia pública a sus propuestas, pero sin deliberación de ideas, tan solo buscando el poder para imponerse.
  4. Apelan a una pureza moral, a una tradición original que los hace poseedores de la auténtica interpretación de la realidad. Son los únicos dueños de la verdad.
  5. Obediencia ciega a la autoridad: la renuncia a cualquier crítica interna es condición para demostrar fidelidad a la causa.
  6. La realidad se simplifica: todo es claro y sencillo, la causa del mal está perfectamente identificada y el remedio también. No hay complejidad.
  7. Discurso paranoide de autojustificación: Desconfiar del otro, del diferente, en forma sistemática, impide la contaminación de la pureza del grupo. La convicción de que se es perseguido injustamente consolida la actitud defensiva.

Un vacío que llenar

En un contexto sociocultural de gran inseguridad en todas las dimensiones de la vida, es más común que se busquen refugios de seguridad para personas necesitadas de certezas sólidas y discursos simplistas y reduccionistas. Pero el problema que agudiza la emergencia de figuras de este tipo es el vacío ético y espiritual de la clase política.

El exceso de pragmatismo y la prioridad del interés particular por encima del bien común, junto con la falta de coraje para vivir acorde con las propias convicciones o a tomar decisiones con costo político, es tierra fértil para que crezcan liderazgos radicales que responden al descontento social.

 

: Doctor en Filosofía. Magíster en Dirección de Comunicación. Profesor del Departamento de Humanidades y Comunicación de la Universidad Católica del Uruguay.

 

 

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