La crispación
Hay que estar muy ciego y muy sordo para no descubrir que la sociedad española se está crispando de manera inquietante, aunque nadie se atreva a explicar las razones de esa agresividad en aumento
El verbo crispar exige siempre un motivo. La adaptación del palabro a la vida española ha encontrado muchos, por más que nos limitemos a designar a unos supuestos crispadores sin llegar a entender por qué el personal se ha vuelto agresivo. Hay que estar muy ciego y muy sordo para no descubrir que la sociedad española se está crispando de manera inquietante, aunque nadie se atreva a explicar las razones de esa agresividad en aumento. Hay muchas.
Es un lugar común achacarlo a la clase política. Probablemente tenemos la clase política más incompetente y torpe de nuestra área europea, pero la gente la vitorea y la vota en la confianza de que sabrán hacer uso del poder que les otorgamos y del que no se despegan ni con salfumán. Aquí no dimite nadie si no lo decide quien le ha puesto. En el cargo y en sus emolumentos está el secreto de que la crispación no sólo les importe una higa, sino que se haya convertido en el instrumento favorito para cubrir sus vergüenzas.
Yendo por lo menudo. Somos el país que peor ha abordado la pandemia, pero si usted lo dice, y como ha de gritarlo para que al menos sepan que son una panda de irresponsables incompetentes, inmediatamente pasa a la categoría de crispador. La gente se está muriendo y ellos no tuvieron ni la sensibilidad de perder sus vacaciones de verano. Eso es algo que aún me “crispa” los nervios y mi sensibilidad de ciudadano. ¿Cómo iban ellos, los elegidos, a negarse disfrutar de su familia en un entorno encantador? Ni se atreva a preguntarlo porque todo líder, por el simple hecho de ser reconocido como tal, tiene derechos incuestionables. Lo contrario, le dirán, es demagogia.
Ya nadie recuerda la invención del ‘trifachito’ para hacer de toda la oposición un bloque maligno y desechable
El día que el presidente Sánchez reconoció, con satisfacción de Narciso, que cuando entró en La Moncloa lo único que cambió fue el colchón, me quedé de un pasmo. Ya podía haber cambiado alguna cosa más de la era de Rajoy: a él le bastó con un colchón. En el fondo todos los presidentes se parecen, incluso hay quien ha hecho de ello teoría política y se refiere al síndrome de Moncloa, cuando de lo que se trata es de la maldición histórica de los trepadores que han culminado la cucaña.
El país está cayendo en el abismo de la incompetencia política que se oculta tras las maniobras del Gran Manipulador, pero llegó la pandemia y todo lo que se tapaba con malas artes, triquiñuelas y mentiras se vino abajo. Y ahora se trata de echar humo, mucho humo, para que no podamos mirarnos en el espejo y se nos caiga la cara de vergüenza. Ya nadie recuerda la invención del trifachito para hacer de toda la oposición un bloque maligno y desechable. Dieron raciones de “jarabe democrático” a quien se entrometiera en el paisaje que ellos se habían diseñado. Denostaron toda institución porque habían venido a conquistar los cielos hasta que les dieron entrada en el paraíso, porque el dios presidencial no contaba con querubines para llenar su cielo y echó mano de los ángeles que tenía más dóciles y más ansiosos. Ver a estos alados palanganeros exhibiendo la Constitución del 78 en una mano y el gorro frigio en la otra tiene algo de Arniches, entre el circo y la zarzuela. Pero a diferencia del teatro chabacano no da risa, sino que provoca crispación. Estos chicos tan pronto envejecidos se están burlando de nosotros y además nos cobran la sesión.
Voté la Constitución y sigo considerando que la Transición tuvo un precio, pero lo sarcástico de una situación política como la que vivimos se reduce al usufructo de una Constitución que ellos ni tenían edad para votar y que consideran deleznable. Sin contar el repudio a una Transición que consiguió hacerles animales políticos susceptibles de pastorear. La deriva hacia el poder absoluto de los secretarios generales hará crujir sus partidos cuando llegue la resaca. Tampoco facilitará el equilibrio la querencia hacia los márgenes del sistema, cuya única intención, legítima y nada oculta, es derrocarlo. Lo más grave es que con tantos mimbres, entecos pero dominantes, se nos está marchando la vida y no se hace cesto alguno.
No saben ellos, porque el narcisismo los ciega, que lo peor de la crispación está en el momento que se hace ciudadana y abarca grupos sociales indignados
Por qué no decirlo si es palmario. La escaramuza de Madrid es una incompetencia más entre poderes que carecen de la capacidad de abordar la pandemia pero que conservan todos los símbolos de la crispación. Sánchez no se atrevería a hacer lo mismo en Cataluña ni en el País Vasco, es obvio, pero el carácter emblemático de Madrid, capital de España y capital de esa amenaza que se llama PP-Ciudadanos, la convierte en objetivo para el equipo paridor de crispaciones que capitanea ese clavel reventón, Iván Redondo, el político de nuevo tipo. Hay que llegar arriba y luego mantenerse, esa es la consigna. Para conseguirlo sólo hace falta aumentar las dosis de desparpajo y dedicar mucho tiempo a triturar al adversario, ridiculizarle, contando siempre con la ayuda del fuego amigo.
Al enemigo, o alpiste o golpe bajo. Todo se juega entre tahúres de provincias, expertos del tute y la brisca, juegos que exigen barajas con reyes, sotas y caballos. No saben ellos, porque el narcisismo los ciega, que lo peor de la crispación está en el momento que se hace ciudadana y abarca grupos sociales indignados, eso que antaño denominábamos con el genérico de “clases”. Ya no hay hipotecas que detengan las mareas porque colocados en la ruina se han vuelto un gasto suntuario. No se trata de sobrevivir a la pandemia, lo que ya es mucho, la cuestión ahora es sobrevivir a las quiebras sucesivas de la salud, la economía, la familia, y los amigos que se van despidiendo como en una guerra, sin nadie que los acompañe en la retirada.
Tantos años de ponernos estupendos con el mejor sistema sanitario del mundo, con unos servicios sociales modélicos, con una economía en alza por más que el precariado se nos subía por los tobillos, para llegar acá a culpar a los partidos políticos por la crispación que generan nuestras miserias. En el Vall d´Hebron, la joya de la corona sanitaria de Barcelona, han encontrado muerto en el váter a un anciano que había ido a hacerse una analítica. Llevaba casi tres días dentro cuando se dieron cuenta. Posos que deja la incompetencia y la desidia. Pero silencio, no crispemos, porque mientras unos crispan la situación, otros crispan el debate.