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La cultura oficial

«La historia y la cultura han sustituido a la política y la ideología como fuerzas de atracción de adeptos y de votos»

La cultura oficial

El presidente saliente de México, Andrés Manuel López Obrador. | Ilustración: Alejandra Svriz

La polémica encendida por el que hasta pasado mañana será presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, respecto al papel de España en la Conquista ha llevado a algunos historiadores y gente que sabe de lo que habla a tratar de demostrar con hechos probados hasta qué punto las diatribas del mandatario -¿mexica? ¿azteca? ¿español?, recordemos que se llama López y Obrador- son infundadas y sus reclamaciones, disparatadas.

Me temo, no obstante, que todos ellos pierden el tiempo. La intención de López Obrador no es en absoluto debatir sobre la verdad de lo ocurrido, por muy desaconsejable que resulte esa insistencia en juzgar el pasado desde la visión contemporánea, sino, además de lanzar una cortina de humo con la que tapar el sexenio más sangriento de la historia -cerca de 200.000 muertos en circunstancias violentas-, escribir una historia oficial, el sueño de todo autócrata.

La creación de una historia oficial permite dividir de forma definitiva a los que están a un lado u otro de una causa, que con frecuencia es también la de una sola persona. Es un truco conocido. Lo hizo la dictadura argentina, al reescribir la historia de la salvaje represión militar contra las fuerzas de izquierda como una valiente guerra contra el terrorismo, que es lo que durante años se enseñó a los chicos en las escuelas.

En México, como el propósito de este nuevo PRI de saldo fundado por López Obrador -que se cree Lázaro Cárdenas, pero no le llega ni a la suela del zapato- es el de dividir al país entre la clase media a la que odia y el pueblo llano, al que artificialmente, identifica con los indígenas, se inventa esta historia oficial de abusos por parte del hombre blanco y europeo a fin de que sus huestes identifiquen claramente al enemigo: ¿estás con el Rey de España o con el pueblo?

Me decía recientemente un amigo muy ilustrado que hoy la verdadera batalla es cultural, pero no en el sentido amplio y casi incomprensible que se le da en ocasiones, sino la cultura entendida de forma restringida, aquella que aparecía antes en las noticias publicadas bajo el epígrafe de ese nombre en las páginas de los periódicos. En sus palabras, si dominas la cultura, lo dominas todo, puesto que la política, igualmente en el sentido estricto de la palabra, no existe. Ponía como ejemplo mi amigo que el reciente y larguísimo viaje de Pedro Sánchez a Nueva York fracasó al frustrarse la foto con la actriz Anne Hathaway, que era el asunto en el que más dinero había invertido el equipo de La Moncloa y en el que tenía depositadas todas las esperanzas de darle contenido a una operación que, sin esa instantánea, quedará en el olvido. El esfuerzo posterior de un afamado director de cine español por compensar ese fracaso no parece suficiente, debido al exceso de la loa y su previsibilidad.

«No existe el menor interés en pertenecer a un partido político, pero parece apasionante en el tiempo actual identificarse con una cultura y con una historia»

Sin discrepar de mi cultísimo amigo, me atrevería a sumar la historia como la fuerza movilizadora de conciencias y de votos que él atribuye a la cultura. O, tal vez, ambas cosas van unidas. La visión distorsionada de la Segunda República España o de la Transición, que todavía vemos en algunas de las películas actualmente en cartelera en nuestros cines, es un ejemplo de la importancia de esa manipulación -que a estas alturas ya no es ni siquiera intencionada- para conseguir la división entre progres y fachas que tanto rendimiento le produce al Gobierno. De ahí que su presidente dedique a la comparecencia en esos y otros actos culturales que cree útiles el tiempo que no encuentra para reunirse con la oposición. Digamos de esta, de paso, que su contraataque en materia cultural o histórica suelen ser productos de deplorable calidad ofrecidos por personajes de discutible calaña.

¿Función crítica del intelectual? ¿Misión provocadora de la cultura? ¿Pensar a contracorriente? ¡Déjenme de historias! La cultura oficial es más moderna, así como la historia oficial es más heroica. No existe el menor interés en pertenecer a un partido político, pero parece apasionante en el tiempo actual identificarse con una cultura y con una historia, las oficiales, que son las buenas, las cómodas, las que nos permiten odiar a los blancos siendo blancos, a los europeos siendo europeos. Sin saber una palabra de ninguno de los dos, entre Cortés y Bartolomé de las Casas, la historia oficial te recomienda al segundo. No sé muy bien quién fue Indalecio Prieto, pero me fascina ver a un líder socialista en un concierto de Bruce Springsteen. La mejor arma contra Donald Trump, Taylor Swift.

Siempre hubo personajes del mundo cultural vinculados a la política, pero solían implicarse y someterse a la disciplina del partido y el carnet. Ahora no es necesario, ahora son los políticos los que pagan por una foto a su lado; no se necesita más de ellos. Si en un viaje a Sevilla me encuentro con los Estopa, selfie al canto, distribución en las redes y misión cumplida. Esa es hoy toda la política. Poco más.

 

 

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