La degeneración del periodismo
(Pequeña diatriba contra los “tejidos de mentiras” y otros disfraces)
Borges, poseedor de afilado humor negro y hasta de otros colores, decía que el periodismo (mejor dicho, lo que en los periódicos se publicaba) era puro material para el olvido. Para él, husmeador en distintas dimensiones del conocimiento, la última noticia interesante había sido la del Descubrimiento de América. “Yo no he leído un periódico en toda mi vida. En un diario, por lo general, se escriben noticias, desde luego tontas”, apuntaba con sorna.
Un rabino de cuyo nombre no tengo ya noción decía que para qué diablos (y esta palabra la pronunciaba con cuidado) manosear diarios porque, al fin de cuentas, qué novedad atractiva iba a existir después de que Caín mató a Abel. Y así, otros, menos visibles, pueden decir que leer un periódico (lo mismo que escuchar noticiarios radiales o verlos en tv) es una pérdida de tiempo, porque no solo no dicen nada trascendente, sino que están cooptados por el poder.
Y no solo cooptados, sino que, viéndolo bien, han sido comprados por transnacionales, grupos económicos, capitalistas que necesitan publicar sus intereses y plusvalías en las páginas económicas y en otras secciones (las deportivas, por ejemplo). No falta el inteligente que advierta que él no lee ni ve ni oye información porque la misma, que siempre ha sido una mercancía, no es veraz, o está maquillada, o algo oculta, o tiene solo una cara… “No, no me diga que lea periódicos o vea noticias de televisión. No lo hago por salud mental”, me dijo una vez un profesor de física.
El periodismo, oficio ilustrado si los hubo, se ha disecado. O por lo menos, es poca la posibilidad de saber (o, al menos, tener noción de algo), de enterarse con rigor de los acontecimientos, o de aportar al conocimiento, porque es, casi siempre, propaganda, o lo que los editores consideran, en su supina ignorancia o en su sabiondez, que tal cosa o tal otra es la que se vende. Y entonces todo es tendencioso. O que hay que privilegiar lo gráfico sobre lo textual. Y por eso, hay que incluir foticos a granel y otras imágenes. Qué cuento de contar historias, más faltaba.
De tal modo que hay publicaciones periódicas que son un atentado a la inteligencia. Un amigo, gran lector, me dijo un día que él no veía televisión y poco tiempo les dedicaba a los periódicos (ah, tampoco escuchaba radio informativa o desinformativa). “Si una cosa de veras importante pasa aquí o en otra parte, igual me enteraré”. Y sí; por ejemplo, si se acaba el mundo, pues ya no habrá forma de darse cuenta y poco importará. Quizá los extraterrestres harán alguna reportería y publicarán una notica insignificante, tan insignificante como es la Tierra en el infinito concierto del universo.
“No pasa nada”, me dijo otro allegado, “si no leo prensa ni veo noticieros”. “No es esencial”. Y es triste que ocurran estos señalamientos porque hubo épocas, tal vez ya remotas, en que un periódico reunía una serie de elementos clave para aportar al hombre, al ciudadano, a la comunidad. Tenían una utopía, como la de ser la voz de los que habían enmudecido por las cadenas, grilletes y otros mecanismos opresores del poder.
La prensa toda era un negocio respetable y que respetaba a los destinatarios de sus contenidos. Había historias bien contadas, aspectos insólitos o llamativos de una sociedad, y noticias que no solo eran las malas noticias. Y qué tal los suplementos. La literatura era parte de un periódico. La arquitectura. La plástica. La música. Había críticos especializados. Y cronistas de alto vuelo, como escritores invitados a determinadas secciones.
Era un símbolo de la libertad, un ejercicio para el libre pensamiento y los disensos civilizados. Sí, había posibilidades para el debate y para saber de las posiciones contrarias a una corriente, hecho, disposición gubernamental, en fin. Se podría decir que el periodismo llegó a ser una actividad de la inteligencia, la creatividad, la confrontación ideológica, la revelación seria de lo que algunos querían que no se revelara.
“El periodismo es libre o es una farsa”, dijo Rodolfo Walsh, un periodista investigador, pionero en América Latina y el mundo de las corrientes posteriormente denominadas “nuevo periodismo”. Además, era un escritor brillante que, además de reportajes como Operación masacre, legó a los lectores cuentos y novelas, algunos atravesados por lo policíaco y detectivesco.
Y así como el alemán Tucholsky dio una definición de estruendo sobre el periodismo (“El periodismo es el tejido de mentiras más complejo que jamás se haya inventado.”), y Balzac, puntilloso e irónico, decía que si el periodismo no existiera no había necesidad de inventarlo, hubo otros que lo pusieron como un pilar de la democracia y una actividad intelectual de envergadura.
En estos tiempos de las distopías se fue menguando el periodismo como una posibilidad de alerta, de mostrar asuntos que el poder no estaba dispuesto a que se mostraran, y se erigió en desdichado baluarte de la antidemocracia, de dictaduras y otros autoritarismos. Y alguien lo vio como un elemento de la tristeza, porque, sí, qué triste aquello que pronunció Luis del Olmo: “Ser un empleado de un medio para contar la verdad del dueño en lugar de la tuya, es algo terrible.”
En los tiempos del gran Oscar Wilde, un irlandés que puso a sudar petróleo a los muy flemáticos y moralistas ingleses, el periodismo ofrecía diversas alternativas, desde el amarillismo, hasta la seriedad en traje de paño. Y como su inteligencia y su humor eran ilimitados, no podía dejar de tirar una frase célebre, de las muchas agudísimas que insertó en sus escritos, como la novela El retrato de Dorian Gray, en su teatro, ensayos y cuentos: “La diferencia entre literatura y periodismo es que el periodismo es ilegible y la literatura no es leída.”
“Y para qué leer un periódico de ayer”, decía el portorriqueño Tite Curet Alonso. Creo que, sobre todo cuando se visitan archivos, es una delicia leer periódicos de ayer, mejor dicho, muy viejos, porque hay historias, reportajes, relatos, todo un mundo desaparecido que revive como testimonio de épocas, de mentalidades y de culturas. Y es porque entonces tales publicaciones se tenían como vehículos de conocimiento y divulgación cultural.
Después del “Descubrimiento de América”, pese a Borges, hubo noticias de gran calibre. Solo que había que contarlas bien. Y seguro algunas quedaron bien narradas, como, por decir algo, las de las pestes, los inventos, las inquisiciones, los descabezamientos reales, la revolución rusa, la bomba atómica, el viaje a la luna, la caída del Tercer Reich…
Hay que anotar que, más que todo, por estas geografías (de atracciones infinitas) es que el periodismo se ha vuelto una burla a la historia, un desdén a la razón y un arriar de las banderas de la libertad, el pensamiento y la creatividad. Y se ha erigido como propaganda burda. Y farándula ordinaria. Vulgar mercancía.
Lo que fue un oficio de la inteligencia y la ilustración, en estas comarcas se degradó. Periodismo de bufones. “Qué pesar”, decía una señora. “Ahí no hay nada”, repetía otra voz. Periódicos, noticiarios radiales, noticias televisadas, pura sobadera de sacos, linsonjas, lambonería y servilismo. Qué pesar, sí. Y qué desvergüenza. Ah, y para cerrar, como ha dicho el pueblo: “Al que le caiga el guante…”. A lo mejor, sí tenía razón el escritor de la Esquina rosada: “los periódicos se hacen para el olvido, mientras que los libros son para la memoria”.
(Escrito en Medellín el 2 de agosto de 2021)