La derecha de izquierda
Andreas Wild (c), miembro del partido Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán), usa una flor azul en su chaqueta durante su participación en una manifestación que conmemora el 80 aniversario de la Noche de los Cristales Rotos, en Berlín, Alemania este jueves 8 de noviembre de 2018. Los medios locales señalaron que la flor azul artificial usada por el político era una provocación en una marcha conmemorativa silenciosa de esta naturaleza, ya que se sabe que la flor es un signo del nacionalsocialismo antisemita entre 1933 y 1938 en Austria, donde el movimiento era ilegal en ese momento. EFE/OMER MESSINGER
Antes, la izquierda se ocupaba del proletariado; ahora, de las ballenas. Ha pasado del marxismo al ecologismo. Decirlo así, con una dosis de deliberado cinismo, sirve para para describir -de manera simplificada y acaso abusiva- el drástico cambio que ha sufrido la agenda izquierdista.
Hoy, el énfasis de esa agenda está puesto en reivindicaciones que sólo un necio podría negar (la protección del medio ambiente y la igualdad de género) y que, en buena medida, pueden ser compartidas por sectores de derecha; cosa que no ocurría cuando la izquierda luchaba contra la “plusvalía” y en pro de una sociedad sin clases.
La principal diferencia con la vieja izquierda es que la nueva no tiene un “modelo para armar”. Sabe lo que quiere suprimir, pero no acierta a diseñar el reemplazo. No tiene un programa de desarrollo económico y equidad social que, bueno o malo, tenía el comunismo.
Pero hay, en países como Alemania, una desdichada metamorfosis de la izquierda que va mucho más allá de ese cambio de agenda. Es la dramática conversión de fuerzas de izquierda a la xenofobia de la extrema derecha. Sahra Wagenknecht, líder del ultra-izquierdista partido Die Linken ha fundado un “movimiento transversal” llamado Aufstehen (De pié), que detesta a los refugiados. Del movimiento, al cual se conoce por las siglas AfD, forman parte socialistas del Partido Social Demócrata (PSD) y ecologistas del Partido Verde.
En verdad, la línea divisoria de la política alemana no pasa hoy por la ideología. Pasa por la moral. AiD asume su posición anti ética: Wagenknecht censura la “moral absoluta” de la política de “fronteras abiertas a todos”. Nils Heisterhagen, miembro del PSD, ha lanzado una cruzada contra el “moralismo” y el “liberalismo posmoderno”.
Una figura prominente deAfD, dice que quienes dan la bienvenida a los refugiados tienen un “complejo de moralidad”.
Un grupo de intelectuales de izquierda, opuesto a la “izquierda moralista”, se ha proclamado partidario de un “socialismo material”, el cual consiste en “defender a los alemanes de la inmigración”, que “roba empleos” y esparce pobreza. Un destacado socialista, el dramaturgo Bernard Stegemann, suele repetir ahora la frase de un personaje de Bertolt Brecht: “Primero la comida, después la ética”.
La izquierda conversa no está muy lejos de la tesis del Björn Höcke, ideólogo del movimiento que afirma: “En la Alemania del siglo 21, la antinomia no es ricos versus pobres, ni jóvenes versus viejos, sino alemanes versus extranjeros”. Este clima ha favorecido el reverdecer del “nacional socialismo”. En un panfleto reciente se le atribuye estas palabras a un presunto ex-sindicalista: “No me molestaría que se reabriese el campo de concentración de Buchenwald”; esto es, el oprobioso campo donde el régimen nazi hacinó a 250.000 extranjeros.
Abrir las fronteras a los refugiados fue obra de Angela Merkel, la conservadora jefa del gobierno alemán. Las abrió no sólo contra contra la xenofobia de derecha y la neo-xenofobia de izquierda: debió vencer resistencias dentro de su propio partido, la Unión Demócrata Cristiana, y resistir las críticas del resto de Europa.
Ningún país europeo ha aceptado tantos refugiados como Alemania. Merkel llegó a suspender unilateralmente la vigencia del Reglamento de Dublin: una “ley” europea por la cual no podía acoger en Alemania a los refugiados que hubiesen llegado a Europa por el Mediterráneo … y hubieran seguido su peregrinación hacia el centro de Europa sin pedir antes asilo en el país en el que descendieron, como Grecia o Italia.
El gobierno alemán hizo caso omiso de esa obligación y permitió el ingreso de sirios que iban directamente a Alemania. Cuando se le reclamó que cumpliera con el reglamento y reintegrara a los refugiados al primer país que pisaron, Merkel respondió: “¿Cómo vamos a devolvérselos a Grecia? No podemos hacer eso”.
Ya Merkel había demostrado solidaridad con Grecia durante la gran crisis que ese país sufrió en 2009. Ella se opuso a “soltarle la mano”, que era el reclamo de 71% de los alemanes, como probó una encuesta de la época. Es difícil imaginar qué habría sido de Grecia si se la hubiera expulsado del mundo del euro y negado los fondos de “rescate” que impulsó Merkel.
En cuanto a la “inmigración económica” -como llama Wagenknecht a quienes no huyen de la muerte sino del hambre-, Merkel sostiene que, en vez de poner barreras a la inmigración, Europa debe ayudar a modificar la situación en los países de origen. En esa línea, creó un fondo de 1.000 millones de euros para PYMEs del África. En política interna, también hay una inversión de roles entre la derecha y la izquierda. Merkel se ha negado a recortar el presupuesto de la seguridad social “para todos”. En cambio, el diputado del Afd Jürgen Pohl propone crea una “pensión para residentes” que excluya a los extranjeros.
El diario británico The Guardian ha observado que, en Alemana, políticos de izquierda reclaman que no se deje entrar a refugiados, mientras la derecha defiende el “estado de bienestar”. A su vez, Barbara Kolm, líder de la organización austríaca Libre Mercado, dice que Merkel ha “comprado el programa de la izquierda”, por lo cual Alemania ya no es “un faro para la centro-derecha europea”.
Por supuesto los adversarios de Merkel tienen sus críticas. La acusan de “demagogia”. Dicen que la ayuda a Grecia fue un modo de someterla. Creen que “finge” progresismo para ganar votos, y que su “moral” esconde un “interés propio” y un “afán expansionista”. Los gobernantes deben ser juzgados por su hechos, sin especular sobre sus presuntas intenciones. Merkel no ha dejado de ser conservadora, pero su criterio moral le ha hecho perder apoyo de su partido e irritar a los alemanes que se sienten invadidos por los refugiados. Por eso ha anunciado que, al finalizar su actual mandato, se retirará de la política. Paga así sus “desviaciones moralistas”.
Rodolfo Terragno es político, escritor y diplomático. Embajador argentino ante la UNESCO.