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La derrota de Lagos a manos de la izquierda light

Carlos Peña: «Ensombrece el futuro de la izquierda en Chile porque equivale al derrumbe de un proyecto histórico, la conducción gradual de la modernización capitalista hacia mayores niveles de igualdad…».

La derrota del ex Presidente Ricardo Lagos es de las cosas más significativas del último tiempo.

Por varios motivos.

Ricardo Lagos decidió ser candidato porque advirtió que lo que estaba en juego era el futuro de una cierta concepción de la izquierda en Chile y en América Latina.

En la región, en efecto, ha habido dos izquierdas. Una de ellas, la liderada por Lagos durante largo tiempo, es amistosa con la modernización capitalista y al mismo tiempo consciente de las patologías que ella supone, pero dispuesta a corregirlas con sus mismas armas. Se trata de una izquierda que aprendió que la política democrática no necesita una escatología, que la modernidad, le pese a quien le pese, está atada al mercado, y que la libertad supone que el horizonte final del destino humano debe quedar entregado a cada uno. Frente a ella ha habido desde siempre otra izquierda. Esta última piensa la política como atada a una escatología, a un horizonte final, la sustitución del capitalismo, que debe guiar y orientar los esfuerzos del presente. Se trata de una concepción para la cual la política es una actividad religiosa, solo que por otros medios. La tensión entre esas dos izquierdas ha estado en el centro de la política y el campo intelectual en Chile el último tiempo.

¿Cuál de esas izquierdas ganó con la elección de Alejandro Guillier por parte del Partido Socialista?

Ninguna. La que triunfó fue la izquierda light.

Como ya lo había anunciado la campaña, y el triunfo de la Presidenta Bachelet en su segundo mandato, la izquierda chilena parece atrapada o por el buenismo (la idea de que la política es cosa de buenas intenciones, un asunto de sentido común, como parece ser, al menos hasta ahora, el caso de Beatriz Sánchez) o por un pragmatismo a ras de encuestas (la idea de que la opinión del público, el mismo que ve televisión y aplaude a sus figuras, entre ellas a Guillier, equivale a la formación de la voluntad ciudadana).

Para ambas sensibilidades, para el buenismo y el pragmatismo, la política que llevó a cabo la Concertación de Partidos por la Democracia, y cuya principal figura ha sido Lagos, es su principal enemigo. En efecto, el buenismo no entiende que la política es un raro compromiso entre la aceptación de la realidad (la presencia del otro, las restricciones del entorno) y la decisión de cambiarla y que, por lo mismo, la política democrática siempre suele estar por debajo de los sueños y las aspiraciones. Y que ese residuo de aspiraciones incumplidas no es un defecto de la política democrática, es la mejor prueba de que ella es un inevitable juego de compromisos. Y el pragmatismo, por su parte, se deja hipnotizar o por las encuestas o se deja guiar por la pulsión alimenticia y solo va en busca de quien asegure mejor y más rápido su satisfacción.

La derrota de Lagos (antecedida por la increíble alergia a las ideas que mostró la negativa a dejar competir a Fernando Atria) ensombrece el futuro de la izquierda en Chile porque equivale al derrumbe de un proyecto histórico, la conducción gradual de la modernización capitalista hacia mayores niveles de igualdad, que el triunfo electoral de Guillier -supuesto que a pesar de su liviandad, o gracias a ella, lo alcance- no podrá reverdecer.

¿Podrán hacerlo las ideas del Frente Amplio? Tampoco. El Frente cree que lo que reprochó a Lagos -no haber cambiado la modernización capitalista- podrán hacerlo ellos, ahora que esa modernización permeó la cultura y las capas medias. No parece posible.

Y la izquierda socialdemócrata quedará así atrapada entre el buenismo o el pragmatismo, por un lado, y la izquierda de inspiración generacional, que mira a los que le antecedieron por encima del hombro, por el otro.

En todo este resultado, la Presidenta Bachelet tiene una alta cuota de responsabilidad. Ella, con el buenismo silencioso de que ha hecho gala en este segundo mandato, ha contribuido a una mala comprensión de la modernización de Chile, y con ello a devaluar la gestión de quienes le antecedieron y la que ella misma llevó adelante -de mala gana, en cualquier caso- durante su primera administración.

La ganadora de todo este proceso, que la Presidenta Bachelet con una ceguera increíble alentó, no vale la pena engañarse, es la derecha, que ve ante sí, de manera inédita en la historia política de Chile, la posibilidad de alcanzar la Presidencia de la República mediante el voto popular dos veces en menos de dos décadas, algo que no pudo durante todo el siglo XX.

Y todo esto gracias a la izquierda light, y al buenismo, que por estos días celebran.
 

Carlos Hernán Peña González (Chile, 8 de junio de 1959), es un abogado, magíster en sociología, doctor en filosofía y profesor universitario chileno conocido por sus columnas periodísticas.

En la actualidad es el rector de la Universidad Diego Portales, profesor asociado de la Universidad de Chile y columnista dominical del diario El Mercurio.

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