La derrota ideológica del chavismo
El chavismo ha sido derrotado políticamente y todo apunta a que será derrotado militarmente, pero para consumar el triunfo total sobre el régimen más destructivo en la historia de América Latina, es requisito abatirlo ideológicamente.
Es un debate que hay que plantear temprano, porque se corre el riesgo de que el populismo regrese a Venezuela, coleado entre las exigencias de la operación de realpolitik que es necesaria para desalojar a Nicolás Maduro del poder.
Para la rehabilitación del chavismo, los movimientos populistas de Venezuela contarán con mucho dinero, además del apoyo logístico, propagandístico y diplomático de figuras clave dentro de los sectores más atrasados de la izquierda internacional; sin contar eventualmente con los carteles de la droga, facciones de lo que fueron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), el Ejército de Liberación Nacional y Hezbolá.
Una vez superada la emergencia humanitaria y las decenas de obstáculos complejos requeridos para erradicar al Estado criminal del chavismo, conviene alertar prontamente sobre las organizaciones políticas que vendrán a frenar la fuerza de cambio liberal que ya es nítida.
Según una investigación reciente del grupo Meganálisis, el 82 por ciento de los venezolanos identifica al socialismo como “la ideología política más destructiva”. Otro sondeo de la misma empresa asegura que el 84 por ciento de la población quisiera ver a Estados Unidos como “el principal socio político y económico de Venezuela”. Todo esto permite afirmar que mientras más se distancien los dirigentes políticos de cualquier noción de estatismo, mayor aceptación popular tendrán en los tiempos por venir.
La victoria política y social sobre el chavismo es incuestionable. El actual poder de negociación del señor Maduro es mínimo así como el respaldo popular. No ha terminado de caer el régimen y los venezolanos ya empezaron a quemar varios de los símbolos más conspicuousde la tiranía.
Por su parte, el presidente encargado de Venezuela, Juan Guaidó, es hoy reconocido por la mayoría de las democracias del continente, la Unión Europea y los principales organismos multilaterales del mundo. Los apoyos internacionales más relevantes del régimen chavista —Rusia y China— ya han dado muestras de no querer jugársela por Maduro.
Con todo, ninguna de estas presiones ha sido suficiente para forzar una salida negociada del régimen, lo que pone la resolución de la crisis cada vez más cerca de la intervención militar. Serguéi Lavrov, el ministro ruso de Relaciones Exteriores, ha deslizado que por allí van las cosas al decir que la salida de Maduro “será el mismo tipo de cambio que Occidente ha hecho muchas veces”. Todo es posible en lo que respecta a la vía militar, desde la desobediencia, el alzamiento de un grupo interno con el apoyo de una variedad de fuerzas regionales, hasta la intervención directa de Estados Unidos.
El gobierno de Donald Trump ha entrado en una estrategia de punto final al cerrar a Maduro el acceso a los dineros de Petróleos de Venezuela (PDVSA), la fuente principal de financiamiento de la dictadura, mientras que el secretario de Estado, Mike Pompeo, ha asegurado que la continuidad de Maduro constituye un asunto de seguridad nacional a causa de la presencia de células de Hezbolá en territorio venezolano. Trump necesita ofrecer resultados; de no hacerlo, perdería la oportunidad de contar con el voto de los latinoamericanos que viven en Estados Unidos en las elecciones presidenciales de 2020.
Pero si Maduro fuera removido del poder, la superación ideológica del chavismo luce todavía muy trabada por una razón: en la maniobra en marcha hacia la transición se han colado políticos que representan al sector más atrasado de la oposición venezolana. Algunos incluso han sido conniventes con el chavismo.
Es bueno recordar a modo de ilustración que en la alianza opositora destacan fuerzas de peso, como Acción Democrática, que mantienen a un grupo de gobernadores bajo pacto con la espuria Asamblea Nacional Constituyente. Otro sector de la oposición, hoy desacreditado, participó en las elecciones presidenciales fraudulentas del año pasado, un argumento usado por Nicolás Maduro para usurpar el poder.
Además, un grupo del chavismo, activo en el espolio de país durante dos décadas, aunque purgado en los últimos años, se ha sumado a la transición buscando su supervivencia y constituye claramente una amenaza de retorno blanqueado del proyecto criminal bolivariano.
Estas son fuerzas adversas a un cambio radical del modelo político y económico en Venezuela. Su misión por ahora es garantizar la impunidad de muchos de los delitos cometidos durante estos años. También se esforzarán para evitar que la energía de cambio acumulada desemboque en una nueva constitución que garantice no apenas la libertades políticas, sino las libertades económicas de las que nunca se ha gozado plenamente en la Venezuela moderna. Esto debería incluir la privatización de PDVSA, una medida vital para cortar de raíz la posibilidad de financiar un nuevo populismo.
El 23 de enero pasado debería servir para cerrar un ciclo entero en Venezuela. Estamos ante la oportunidad para superar definitivamente los atavismos que convirtieron al país en la tierra yerma de hoy en día: el personalismo, el militarismo, el Estado prebendario, el gobierno de cúpulas. Debemos sacar el máximo provecho de esta oportunidad y organizarnos para permitir que se desborde la nueva consciencia liberal, vale decir, el capitalismo más astuto y la democracia más profunda.
Estos veinte años de abusos y frustraciones con la clase política han forzado el aprendizaje de los mecanismos de la ciudadanía: la movilización, el activismo en las redes sociales, la participación en los partidos, incluso el sacrificio de la vida. Aquellos que comandan la transición deben saber que no cuentan con un cheque en blanco. Los ciudadanos nos vamos hacer sentir para contar con un país en el que ya no se dependa del Estado para surgir y prosperar.
De lograrse, será ese el legado paradójico del chavismo: haber propiciado la llegada al poder de la primera generación liberal en la historia de Venezuela.