La desnacionalización de la cubanía
La cubanía ha venido sufriendo un proceso de desnacionalización. Coincide en el tiempo con un creciente rechazo popular al fracasado «socialismo de Estado» y un acercamiento entre los Gobiernos de Cuba y Estados Unidos que augura una fuerte presencia de turistas y empresarios de ese país.
No es nada difícil percibir, sobre todo entre las generaciones más jóvenes, un progresivo desarraigo, un aumento de la apatía hacia lo cubano –hasta rechazo podría decirse en muchos casos– una preferencia creciente por lo de afuera, paquete incluido.
Algunos intelectuales lo llaman transculturación, otros lo ven como consecuencia de la internacionalización de la información y de los valores socioculturales occidentales.
En Cuba no tenemos Internet, pero las nuevas tecnologías de la información, que rompen todas las barreras, se extienden aceleradamente e inciden junto a otros factores sobre el fenómeno, que aquí tiene sus particularidades, como la pretendida identificación oficial de Cuba –sus símbolos patrios– con la revolución, el «socialismo» y el líder.
No intento abarcar todas las vertientes del tema, sino motivar la discusión y la investigación.
Se necesitaría una amplia indagación antropológica y sociológica para poder determinar con mayor precisión las causas del fenómeno, pero desde la observación in situ, desde el análisis sistemático de la cotidianidad se pueden atisbar algunas consideraciones preliminares.
La mejor literatura cubana que refleja nuestras realidades de hoy no es publicada por las editoriales oficiales
A lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX la emigración del campo a la ciudad fue un fenómeno cotidiano: los guajiros más espabilados querían que sus hijos estudiaran y llegaran a la Universidad.
Pero la generada por la «revolución» no tuvo comparación. En el centro estuvieron las reformas agrarias, la proletarización de los campesinos en las granjas del pueblo –sobre todo después de la eliminación de las cooperativas cañeras en 1962, que duraron apenas dos años– y la destrucción de la industria azucarera en los últimos tiempos, con sus secuelas para los bateyes y aldeanos.
El campo y el campesino eran como la tierra fértil en que se daba mucho de la cubanía: desde los alimentos y la forma de prepararlos, pasando por la vestimenta, la música, la narrativa criolla, la pintura de nuestros paisajes y sus guajiros, la convivencia en los bateyes, hasta el carácter noble, solidario, alegre y compartidor del cubano.
Las nacionalizaciones –debiera decirse estatizaciones– del grande y mediano capital nacional en los primeros años después del triunfo de la Revolución de 1959 y más tarde la «Ofensiva (contra) Revolucionaria» del 68 –que eliminó cientos de miles de negocios pequeños privados– liquidaron el concepto de la propiedad privada, fuera capitalista, familiar o individual y eliminó lo que había de cooperativismo, mutualismo y asociacionismo auténtico en la sociedad cubana. Se impuso así la propiedad estatal generalizada.
El cubanísimo pan con lechón se perdió y cuando el Estado pretendió restaurar la gastronomía popular, generalizó el facilista y nada criollo pan con jamón Virginia o Vicky. El emblemático Capitolio, al que venían a fotografiarse todos los guajiros que llegaban a La Habana, se remoza ahora, luego de decenios de abandono. Cuesta trabajo encontrar a precio módico el plato nacional: congrí, yuca, ensalada y cerdo. El casabe, uno de los pocos manjares que nos quedaba de los aborígenes, se esfumó del panorama nacional.
El tabaco de calidad, símbolo de cubanía, solo está al alcance de los extranjeros, por su alto precio de venta. Tomarse una cerveza Cristal fría cuesta 25 pesos en un país en el que se ganan 400 de promedio mensual. Una botella de buen ron añejo es impagable para un bolsillo obrero. En la radio, cuesta trabajo encontrar la buena música de raíces criollas. La mejor literatura cubana que refleja nuestras realidades de hoy no es publicada por las editoriales oficiales.
No es raro que se note más cubanía en muchos cubanos del exilio que en no pocos del patio. Muchos de los que están fuera dejaron algo en Cuba
Los periódicos y la prensa aceptados ocultan y edulcoran la realidad y el periodismo de opinión de más valía hay que buscarlo en la prensa alternativa. El mundo oficial, preñado de neoestalinismo importado, premia la cultura oficial. «Sin azúcar no hay país», se decía antes, y la industria azucarera fue acabada por decisión gubernamental.
¿Cómo puede reconocerse y amarse así a lo cubano?
El sentido de pertenencia sobre el suelo que se pisa –sobre la tierra que se trabaja, sobre el pequeño negocio familiar, sobre la clínica mutual donde se atendían desde los abuelos hasta los bisnietos, sobre el club de trabajadores o asociados a los que se iba a bailar el sábado por la noche o a bañarse la familia el domingo– se fue perdiendo al pasar todo al Estado.
Por otra parte, el Estado paternalista al que nos acostumbraron hace años, donde nadie era dueño ni responsable de nada, nos ha traído un hombre nuevo que no puede sentir amor por lo que no tiene.
Quien no tiene un salario que dignifique su trabajo y resolver sus necesidades fundamentales, no tiene por qué sentir amor por el suelo donde ha mal vivido y al que no lo ata ningún valor material, porque el espiritual nace y se desarrolla a partir de la realidad en la que se vive.
El maltrato que recibe el cubano cuando necesita un servicio o un trámite genera rechazo a la filosofía impuesta por el Estado paternalista que otorga lo que cree que el ciudadano merece por su cconducta y no por su trabajo. Los clientes son usuarios subsidiados por el Estado.
Cuba, un país que se fundó y desarrolló a partir de la inmigración, sufre una hemorragia masiva de su juventud emprendedora, profesional, sana y fuerte
No es raro que se note más cubanía en muchos cubanos del exilio que en no pocos del patio. Muchos de los que están fuera dejaron algo en Cuba: un negocio, una casa, una finca, una propiedad o, como la inmensa mayoría, un simple recuerdo grato. Ellos sienten que algo muy importante perdieron cuando abandonaron la isla.
Los que siempre han vivido en Cuba con sus botas como única propiedad no han podido desarrollar sentido de pertenencia, pues ellos pertenecen a cualquier causa, cosa y lugar, al Estado que los ha usado a su antojo, pero a ellos nunca les ha pertenecido nada.
Cuba, un país que se fundó y desarrolló a partir de la inmigración, sufre una hemorragia masiva de su juventud emprendedora, profesional, sana y fuerte.
Los ¨especialistas¨ del tema migratorio en el oficialismo se desgañitan diciendo que el éxodo juvenil y de fuerza de trabajo es parte de la oleada migratoria normal del sur al norte, de los flujos migratorios modernos, de los deseos naturales de prosperidad económica.
No tienen valor para decir la verdad: nuestros hijos se van porque no soportan más los altos niveles de explotación a los que los somete el estatalismo asalariado que los hizo profesionales y les da salud para que le sirvan bien.
Porque sus padres no hemos sido capaces de darles la patria digna, libre y democrática de la que están oyendo hablar desde niños. Porque en cualquier otro país del mundo, con lo que han estudiado, pueden vivir mejor que en Cuba. Porque no pueden ofrecer a sus propios hijos la vida que desean para ellos, la que nosotros deseamos para nuestros hijos. Porque por mucho que trabajen no pueden tener una vivienda decente independiente en la que vivir libremente. Porque en Cuba no hay espacios que permitan luchar democrática y pacíficamente por sus derechos y las únicas opciones que deja el Gobierno son aceptar el yugo o irse del país, y en estos tiempos es absurdo y contraproducente la vía violenta. Porque la juventud demanda acceso pleno a las nuevas tecnologías e Internet y en Cuba eso es casi una quimera. Porque este ¨socialismo¨, que todos sabemos que nunca lo fue, ha generado desarraigo, falta de sentido de pertenencia, individualismo y desidia.
En Cuba no hay espacios que permitan luchar democrática y pacíficamente por sus derechos y las únicas opciones que deja el Gobierno son aceptar el yugo o irse del país
Un niño de menos de 10 años que hasta no hace mucho jugaba pelota en el terreno de la esquina y ahora patea un balón contra una red, me preguntaba el otro día: «¿Tú eres del Barça o del Madrid?». Lo miré sonriendo, pero no dije nada, triste, mientras por dentro pensaba: «¡Yo soy de Industriales, coñooo!»
El desplazamiento de la pelota por el fútbol en las preferencias juveniles no se debe solo a que se le diera amplia cobertura en la televisión nacional a los partidos internacionales y durante muchos años no se pusiera nada de las grandes ligas profesionales de la pelota americana, cosa que se ha vuelto a hacer recientemente.
Hay muchos otros elementos que inciden, como el abandono oficial del deporte en las escuelas, las malas condiciones de los terrenos, el costo de la indumentaria pelotera que el estatalismo no podía afrontar o la emigración de los mejores jugadores a las ligas de Estados Unidos.
Pero también no pocos dicen sentir rechazo a la pelota porque se la identificó con la política del Gobierno. Se politizó. Es lo que explicaría que algunos cubanos disfrutaran con las perdidas internacionales de los equipos nacionales. Muchos que no están con el Gobierno ven los triunfos de nuestros deportistas como propios del castrismo debido a la voluntad de identificar el deporte nacional con la revolución y la dedicación de sus éxitos al líder histórico.
Y todo ese rechazo, todo ese desarraigo, vienen dados en buena medida por las acciones mismas de la revolución» por la apropiación que el partido-Gobierno ha hecho de los valores patrios, de la política nacional, de todas sus instituciones y de prácticamente la vida entera de los cubanos.
Patria o Muerte, Socialismo o Muerte, fueron consignas del Gobierno-partido-Estado, que pudieron tener sentido para generaciones anteriores. Para la mayoría de los cubanos que nada tiene que ver con años 50 y 60, en estos casos la letra o es más indicativa de similitud que de elección.
Muchos que no están con el Gobierno ven los triunfos de nuestros deportistas como propios del castrismo debido a la voluntad de identificar el deporte nacional con la revolución
Es una incógnita hasta dónde tiene conciencia de todo esto el Gobierno de Raúl Castro, pero muchas de sus medidas sugieren que algo ha comprendido. Temo, sin embargo, que su ala más conservadora, protagonista de ese totalitarismo y de esa identificación, no pueda entender nada de esto.
Hace pocos días me encontré con dos amigos de unos 60 años, otrora muy comprometidos con ¨el proceso¨. Cuando me senté en la parte trasera del almendrón, uno por el retrovisor y el otro virándose hacia mí, me preguntaron al unísono.
Y tú que estás al tanto de las cosas, ¿esta… (evito la palabra usada) cuándo se va a arreglar?
Chico, cuando ustedes dejen de dedicarse a la cerveza, a las mujeres y a buscarse la plata fácil y empiecen a hacer algo por arreglarlo… A ustedes, en verdad, al parecer no les interesa que se arregle porque nada hacen para lograrlo. Les da lo mismo 8 que 88 y los dos están pensando en cómo irse para EE UU. No los culpo, pero es lo que está ocurriendo. El camino relativamente fácil de irse para EEUU y aprovechar la Ley de Ajuste Cubano, tiene a mucha gente concentrada en brincar el charco y desinteresada en lo que pasa dentro. Ustedes leen mis escritos y saben cómo pienso. Las cosas no se cambian solas, hay que trabajar para cambiarlas, exponerse y decir lo que se piensa. Hay que organizarse para poder ejercer presión en una dirección. Hay que enfrentarse a lo mal hecho. Hay que exigir al poder que tenga en cuenta los intereses del pueblo.
Las cosas no se cambian solas, hay que trabajar para cambiarlas, exponerse y decir lo que se piensa
Tienes razón -me dijo uno de mis interlocutores-. Es más fácil ¨ir echando¨ que enfrentarse, pero yo ya me jodí bastante por esto, me estoy poniendo viejo y no tengo esperanzas. Prefiero ver desde ¨allᨠlo que va a pasar, si es que algo va a pasar en los 15-20 años que me quedan de vida. Aquí, cuando me jubile voy a tener que seguir trabajando, pues la chequera no da para comer una semana. Allá a los 65 años me dan una jubilación decente, atención médica y una pila de cupones para comprar comida, que dicen ser suficiente para no tener que ¨pinchar¨ y sin haberle trabajado dos horas al imperialismo.
El otro, tras una larga pausa, añadió:
Admiro a los que luchan por cambiar esto…, pero a mí de Cuba me queda este carro y cuando lo venda «me piro».
Soplan vientos anexionistas reales por allá, virtuales por acá. Si llegaran a tomar fuerza, antes de culpar al imperialismo, hurguemos en todo este complicado proceso de desnacionalización de la cubanía.