No hace falta una tomografía para saber cómo anda la economía: basta mirar al dólar, su precio y cómo conseguirlo. Casi siempre las devaluaciones son mucho más que una cuestión económica. La más importante, pero no solamente asociada a la devaluación del peso, es la acelerada devaluación en la que ha entrado el gobierno de Fernández.
El dólar y lo que se hace con él es un síntoma patente de que la confianza en el gobierno está en picada. Nada nuevo en un país donde la historia circular se repite cada vez con mayor frecuencia.
La devaluación la sufre el Presidente y se nota que la nota. Aumenta la agresividad de su discurso y hace abundar que los que no entienden o no quieren entender, son siempre ajenos y, al final, culpables. Tanta obsesión sobre la falta ajena es una táctica para ocultar los errores propios, que sobran. Más serio que eso, para un político, es enojarse con la realidad. Y la realidad canta que el gobierno está en un momento difícil.
Tampoco es nuevo que el ministro de Economía se pelee con el titular del Banco Central, como ocurre en estos días. Esos choques obligan al Presidente a laudar con el riesgo que esa decisión no provoque una crisis añadida. Ese escenario es el de hoy: Guzmán sigue estudiando instrumentos atractivos para ahorrar en pesos, algunos vinculados a la tenencia de granos en silobolsas, y Pesce se desespera porque las reservas se siguen escurriendo.
Para colmo, en esta pelea, el titular del BCRA se convirtió en un blanco móvil de los comisarios políticos. Su pecado fue exigir una base de datos de ANSES que parece contener un tesoro valioso por la información sensible sobre los subsidios. Guzmán y Pesce, al cabo, bailan en la cuerda floja de los rumores. El gobierno se ha embarcado en una lucha cultural contra el ahorro en dólares. Otra vez la pifian: el problema es económico, no cultural. Y el origen es la falta de confianza crónica de un país que no tiene un horizonte estable.
¿Por qué el gobierno luce desnortado? El Frente de Todos ha sido una herramienta para ganar la elección. Pero no sirve para gobernar. Queda claro la letra fundacional con Cristina Kirchner y el sistema de decisión que vino para no ser desafiado. Esa asimetría empuja sin dudas la devaluación política.
La gran cantidad de ministerios, un loteo para que quepan todas las fracciones de la alianza, es disfuncional. No todo se puede cargar en la cuenta del virus. El recambio será inevitable.
Hay otra estrategia desconcertante. Igualar para abajo, descalificar al mérito, ahogar a la clase media. En esta aguda crisis, prevalece la idea que un estado exhausto es suficiente para yugularla, aumentando al máximo la presión sobre todo el sector productivo. Es el “neopobrismo”, como lo acaba de definir críticamente Felipe González a quienes con la excusa de combatir la pobreza, empobrecen a la sociedad por cálculo o errores de una política equivocada. Es la deriva actual.
Fernández se radicaliza, eso lo debilita. Desconcierta a sus aliados a quienes atrajo con promesas de moderación. Y a una parte de la sociedad que creyó su promesa.