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La dolorosa transición del cambio de modelo en Cuba… para más castrismo

Las medidas que toma el Gobierno no son para mejorar la economía, sino parte de un reajuste del poder que conducirá a una suerte de capitalismo clientelar y perjudicará al sector privado.

Una 'cuentapropista' y una clienta en una calle de La Habana.
Una ‘cuentapropista’ y una clienta en una calle de La Habana. DIARIO DE CUBA

 

 

No es paso atrás, mucho menos un error, tampoco es una reacción a la coyuntura económica. El anunciado «esquema secundario de asignación de divisas«, mediante el cual se dará financiación barata a empresas y MIPYMES escogidas, es parte consustancial de la modernización del modelo castrista.

Con el agotamiento absoluto del factor ideológico y la necesidad de hacer productiva la economía interna, aunque solo hasta cierto punto, el poder hipercentralizado del castrismo se difumina, este lo sabe y comprende que lo mejor que puede hacer es administrar ese proceso escogiendo a quiénes empoderar.

Así, bajo el amparo de Raúl Castro, aunque no sin fricciones en la cúpula, se «evoluciona» hacia un sistema descentralizado que permite cierta autonomía municipal y empresarial, para que se planifique más cerca a la realidad productiva. Pero esta transición hacia un modelo potencialmente más eficiente que el centralismo faraónico de Fidel Castro, impide que se acometan las profundas reformas de propiedad y mercado, imprescindibles para una verdadera prosperidad económica, e incluso para forzar cambios políticos.

En su lugar, esta transformación que, aparentando liberalidad económica, satisface o ilusiona a muchos, conduce hacia un capitalismo clientelar donde los enchufados se enriquecerán a costa del pueblo, y a la caterva de desgracias nacionales habrá que sumarle una obscena e ilegítima profundización de una diferencia de clases sociales que está apenas comenzando.

Mientras China y Vietnam transitaron directamente del estalinismo al liberalismo económico, el castrismo, sin dar razón, rechaza ese modelo económico exitoso, y quiere parecerse más al socialismo de Nehru e Indira Gandhi, donde el Gobierno mantenía cautivo el mercado interno y lideraba la planificación sectorial, permitiendo que empresas privadas y estatales funcionaran de modo semicapitalista, pero a golpe de licitaciones y licencias, minimizando la competencia.

En India, tal régimen condujo a un desarrollo muy lento que, aunque atrasó enormemente al país respecto a sus pares continentales, permitió el enriquecimiento de la casta política-burocrática y sus acólitos, en lo que parece ser el ideal castrista: crecimiento lento y controlable del que «su gente» saque la mejor tajada, creando una nueva clase económica ligada al poder, que sirva de fijador político.

Más pragmático que idealista, el castrismo quiere evitar el inevitable colapso al que conduce el dogmatismo fidelista, intentando un equilibrio entre mercado y Estado que apuntale —no debilite— la pirámide política donde ellos son cúspide. El objetivo es distribuir entre muchas más personas, un poder tan centralizado que estaba desconectado de la realidad, pero siempre evitando que llegue al pueblo.

Esta metamorfosis requiere una brutal transferencia de recursos desde el pueblo a ese nuevo estrato social que aún está en gestación, elegido para enriquecerse y hacer de amortiguador entre la cúpula que manda y la base que obedece.

Y así llegó laTarea Ordenamiento, dinamitando la estructura privada verdaderamente descentralizada que estaba floreciendo, aunque lentamente, en miles de pequeños negocios que oficialmente empleaban al 33% de los cubanos, aunque informalmente eran más.

La Tarea Ordenamiento fue un gran reseteo de la economía cubana, porque al castrismo no le estaba gustando el progresivo empoderamiento de la sociedad civil, ¡había que empobrecerla! No hay razón técnica-económica alguna que justifique acometer tales reformas en medio de una pandemia y una fortísima recesión mundial; se hizo en el peor momento para tener justificación externa de toda la miseria que ellos sabían que iba a generarse.

La Tarea Ordenamiento no es un movimiento económico, es un reajuste del poder dentro de la Isla.

Descaradamente, el castrismo habló de «inflación por decreto» y, al amparo de esa inflación, ahora supuestamente descontrolada, aunque constantemente alimentada desde el déficit fiscal, las empresas estatales y sus MIPYMES enchufadas tienen coartada para obtener ganancias extraordinarias de hasta el 150% y retomar el liderazgo de la economía nacional, que estaban perdiendo frente al «cuentapropismo».

Ahora, el sector privado, con costes astronómicos para los insumos y seco el bolsillo del pueblo, tiene muy difícil volver a despegar.

Dentro de este proceso se integra el «nuevo esquema secundario de asignación de divisas», como mecanismo para, desde la cúpula, asignar los recursos de la economía. En un mercado competitivo, solo aquellas empresas que los consumidores favorecen tendrían acceso a divisas y podrían prosperar. ¿Por qué no se hace así? Porque el Gobierno no quiere que el pueblo escoja —escoger es poder—; es el propio Gobierno quien elegirá quiénes prosperan y quiénes quiebran, aun cuando los verdaderos deseos del pueblo, una vez más, queden truncos.

 

 

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