La emancipación inconclusa de Alberto Fernández
Para usted, ¿hasta dónde manda realmente el presidente Alberto Fernández?» La pregunta de Luis Cubeddu, uno de los emisarios del FMI que estuvieron esta semana en Buenos Aires, sorprendió a sus interlocutores por la frontalidad del planteo.
Los técnicos del Fondo ya conocen los dilemas locales como si fueran argentinos y parecen exhibir una mirada que excede el mero fiscalismo del pasado. Indagaron mucho en cuestiones presupuestarias y monetarias, pero también profundizaron sobre los problemas políticos para generar consensos y las posibilidades de que se produzca un estallido social. Después de eso, la titular del organismo, Kristalina Georgieva, dijo que el país «enfrenta desafíos muy dramáticos sin soluciones fáciles». Se le podrá cuestionar la falta de novedad, pero no un error de diagnóstico. Roberto Lavagna y Elisa Carrió, desde posturas muy distintas, expresaron inquietudes similares esta semana.
El Coloquio de IDEA fue la caja de resonancia de una tensión que desgarra al presidente Alberto Fernández y que se alinea con la inquietud del Fondo. Decidió participar y romper la orgullosa tradición del kirchnerismo de no concurrir a ese espacio. Se lo habían propuesto los principales directivos del foro, Roberto Murchison y Roberto Alexander, en un encuentro en Olivos. Después ajustaron detalles en una reunión con Gustavo Beliz, un intermediario habitual con el empresariado. Parecía todo controlado, pero lo empañó la creativa idea de armar un chat de comentarios en tiempo real. Fernández fue despellejado por los comentarios de importantes empresarios, que no solo estaban disconformes con el tono del discurso presidencial, sino que además parecieron no entender la dinámica y los alcances de la conversación virtual. Eran las diez de la noche de ese miércoles y el Presidente seguía furioso mensajeando a su equipo, que intentaba convencerlo de que no había sido una emboscada. «Que se jorobe, yo le dije que no vaya, que lo iban a cagar», se jactó al otro día Cristina Kirchner.
El episodio refleja una encrucijada decisiva para Alberto Fernández. Los empresarias le demandan que se emancipe del kirchnerismo duro, que vuelva a ser el de antes de Vicentin, el hombre previsible que los entusiasmó en los primeros meses. No entienden, por ejemplo, por qué el Presidente habló tan socarronamente de ellos en la entrevista del domingo pasado con el periodista Horacio Verbitsky. Tampoco para qué los convocaron a la Casa Rosada la semana pasada junto a la CGT y la CTA (la presencia de Yasky les hizo ruido porque siempre fue un duro crítico), si no había ningún mensaje concreto para transmitir, más allá de lo gestual.
Cristina, enfrente, le aconseja a Fernández todo el tiempo que corte lazos con lo que para ella constituye una vieja oligarquía prebendaria, y que regenere una nueva horneada de hombres y mujeres de negocios con mirada productivista y sin complejos con el Estado. Su hijo Máximo desgrana con fluidez este pensamiento en sus cada vez más frecuentes encuentros de construcción política. En el Instituto Patria anida un convencimiento total de que hay un grupo de empresarios poderosos, al frente del cual ubican simbólicamente a Héctor Magnetto de Clarín y a Paolo Rocca de Techint, que buscan disputarle el poder al Gobierno, fijarle pautas y, al final, cooptarlo. Por eso Cristina hizo llegar su fuerte malestar con los sectores que alientan el aterrizaje de Martín Redrado en Economía, entre quienes identifica a Sergio Massa (esta semana fue muy crítica con el diputado tigrense porque entiende que no la defendió con énfasis cuando lo consultaron sobre la convocatoria a marchar frente a su domicilio).
El Presidente cree poder administrar esa tensión pero termina atrapado en un cruce de frustraciones mutuas. Cuando él se imagina como la síntesis de esas dos demandas, en realidad exhibe oscilaciones que confunden. Por eso habla de que no habrá devaluación pero el dólar blue sube a $177, o se refiere a la importancia de reconstruir expectativas y la encuesta en IDEA refleja que el 70% de los empresarios piensa que la economía del país va a empeorar en los próximos seis meses. Semejantes turbulencias parecen no alterar a un Guzmán que ahora se siente más fortalecido internamente, y que apuesta a una resolución gradual del descalabro. La flexibilización del contado con liqui es lo único que piensa mover por ahora, convencido de que el dólar blue no refleja un valor real. «Por qué vamos a devaluar si tenemos controles cambiarios, superávit comercial, sin vencimientos de deuda y reservas en 41.000 millones de dólares», respondió en la intimidad ante la pregunta que sobrevuela los mercados. Pero los privados son mucho más escépticos.
Un episodio de estos días retrata esos contrastes. Fernández fue el jueves a Vaca Muerta para lanzar el Plan Gas, hablar de inversiones y abrir la puerta a un cuidadoso descongelamiento tarifario. Un Alberto versión Mauricio. A solo 45 minutos de ahí, en Loma La Lata, parte del vasto yacimiento donde opera principalmente YPF, un grupo vinculado a la comunidad mapuche paynemil ingresó con armas de fuego a una oficina gerencial, amenazó a los administrativos, tomó las máquinas, robó ganado y amenazó con ocupar parte del territorio. El violento episodio, que fue denunciado en la comisaría local de Vista Alegre, generó pánico entre las multinacionales que operan allí y perciben con preocupación el ambiguo mensaje oficial sobre la ocupación de terrenos. «Hay una mezcla de mapuches tomándose tierras entre sí, y muchos vivos que, haciendo uso de la propiedad ancestral de la tierra, ocupan lugares estratégicos para luego cobrar derechos de superficie. Ocurre en muchos lugares de Vaca Muerta. Extorsionan a todas las empresas, tanto operadoras como contratistas», explicó una fuente del sector energético.
El déficit de representación
Esa dificultad de identificación también erosiona su base de representación, que todo el tiempo se pregunta quién es realmente Alberto Fernández. Después de escuchar las duras críticas del Gobierno al banderazo del lunes, ciertos asesores analizaron que algunos de los segmentos sociales que estuvieron representados allí (sobre todo los que no estuvieron en las calles, pero comparten sus consignas) probablemente hayan sido sus votantes el año pasado. Son parte de ese electorado oscilante que le dio el triunfo a Macri en 2015 y que les permitió ganar en 2019. El aporte identitario que Fernández le había agregado al tronco kirchnerista, y que ahora se desdibujó.
Allí emerge un colectivo sin representación clara, más allá de la apropiación que astutamente hace el sector duro de Pro de las movilizaciones. Los encuestadores más serios coinciden en señalar una creciente insatisfacción social con la dirigencia en su conjunto, ante el recurrente fracaso de las políticas económicas. El agudo Alejandro Katz segmenta la sociedad argentina en tres grupos: uno, relativamente rico y apático ante las oscilaciones porque tiene espalda económica, que advierte que si se siente amenazado se va; otro, estructuralmente marginado, que también muestra relativa indiferencia porque sabe que siempre le va a ir mal; y el del medio, que es el más participativo y preocupado porque su situación depende directamente de las decisiones del Gobierno. El primer grupo políticamente responde a Macri, el segundo está identificado con Cristina y el tercero, no tiene representación clara. «El clivaje se da sobre todo en torno del rol del Estado y del mercado. Mientras el primer grupo pide libertades y prescinde del apoyo oficial, el segundo establece un contrato electoral con quien le puede garantizar asistencia estatal. El tercero oscila en una postura moderada sobre el rol estatal», explica el ensayista.
Esta matriz social se fue gestando a lo largo de las dos décadas posteriores a la crisis de 2001, cuando se produjo una profunda transformación por el surgimiento de los movimientos sociales y de la economía popular que contuvieron a los que se habían caído del sistema después de la convertibilidad. Así la Argentina pasó de tener un 80% del mercado laboral activo en puestos formales sindicalizados a un poco más del 50%; el resto quedó en la informalidad o en las organizaciones de base.
Pero la pandemia profundizó un fenómeno social novedoso: el abrupto ensanchamiento de la clase media-baja. Empleados, cuentapropistas, mozos de bares, peluqueras, que se cayeron del sistema por la prolongación de la última década de recesión coronada por la pandemia. Emerge sobre todo en las entrañas del conurbano un nuevo sujeto social que no está representado por los gremios y que rechaza a «los planeros». Nunca recibieron ayuda estatal pero ya no pueden prescindir de ese auxilio porque la realidad arrasó con ellos. Uno de los responsables de un comedor de Moreno dice que los puede reconocer a la vista: «Se ubican en la fila de la olla con vergüenza y se nota que no saben bien cómo moverse en el mundo de la asistencia».
El Gobierno de la Ciudad también detectó el fenómeno: el 40% de la población en situación de calle identificada en las últimas semanas nunca había estado en contacto con los agentes sociales, a pesar de sus recorridas constantes. Aparecieron pedidos de asistencia alimentaria en barrios como Caballito y Flores, donde antes no existían. En una consulta telefónica que hicieron recientemente solo el 10% dijo haber recibido ayuda estatal alguna vez, pero más del 50% se mostró interesado en averiguar detalles. Un relevamiento territorial que hicieron los voluntarios de la colecta Seamos Uno arrojó que la mitad de los que recibieron el millón de cajas con alimentos nunca habían contado con ayuda anteriormente. No por casualidad el cura Rodrigo Zarazaga, uno de los gestores de la movida, viene advirtiendo hace tiempo sobre la peligrosa ampliación de la clase media-baja.
En la Casa Rosada este nuevo sujeto social surgió en las evaluaciones sobre cómo continuar con el IFE, un beneficio que previeron para 4 millones de personas y terminó involucrando a más del doble. Una persona importante del equipo económico grafica el debate: «Además del costo fiscal, el otro problema para evaluar su continuidad es cómo segmentar ese universo, porque hay situaciones muy disímiles. Nosotros creemos que hay un grupo que se va a reinsertar solo cuando se reactive la economía; otro que va ser difícil de recuperar y terminará con algún plan social, pero al del medio debemos ofrecerle una alternativa».
Los dilemas de la representación social quedaron expuestos claramente en el acto de ayer. Esa nueva clase media-baja siente una profunda ambigüedad cuando la CGT y los movimientos sociales se unen para entonar juntos la marcha peronista. Los primeros protegieron a los desclasados de la era industrial; los otros, a los que colapsaron a fin del siglo XX. Los nuevos marginados son protagonistas de una nueva gran ola de pobreza que tiene características propias y que sufre el impacto de la crisis actual, pero también de los cambios de paradigmas globales en los modelos de trabajo.
El reconocido periodista estadounidense Thomas Friedman pareció dedicarle un párrafo a esta mutación en el Coloquio de IDEA: «Lo llaman la Cuarta Revolución Industrial, pero a mí no me gusta ese nombre: no hay nada de industrial en ello. En todo el mundo los partidos industriales están volando por los aires. En el Reino Unido los tories implosionan con el Brexit; en EE.UU. los republicanos devinieron en fanáticos de Trump; en Francia tienen un presidente sin partido, y un partido de oposición sin líder; y en Italia los demócrata cristianos ya no son gobierno». ¿Habrá escuchado a Alberto Fernández elogiar al modelo fordista y el industrialismo peronista?
El acto de ayer se empezó a gestar en un almuerzo en Olivos donde la CGT le pidió al Presidente que encabece el PJ como gesto de unidad y liderazgo. En un planteo que fue apoyado en reserva por gobernadores y algunos intendentes, le reclamaron emanciparse de Cristina, igual que los empresarios. Fernández abortó ahí mismo el complot. «Nos repitió cómo llegó a la Presidencia y nos habló de la importancia de mantenernos juntos y aprender a convivir con las diferencias», recordó con resignación uno de los impulsores del plan «empoderemos a Alberto contra su voluntad». La vicepresidenta respondió ayer con su ausencia. No pensaba ir a la escena de una conspiración fallida.