La erosión de la democracia en México y el auge del populismo
La democracia mexicana ha vivido un proceso de erosión impulsado por la llegada del populismo encarnado en Morena. ¿Cómo es posible que tenga una exitosa popularidad a pesar de sus fracasos como administración?
Desde antes de la campaña de 2018, en la que resultó electo Andrés Manuel López Obrador (AMLO), México había vivido un gradual proceso de erosión de los cimientos sociales de la democracia. En pocos años se perdió capital social. Esto se reflejó en la caída en las actividades voluntarias, la baja afiliación a los partidos políticos, la escasa pertenencia a organizaciones sociales, el creciente desinterés hacia la política, la crisis de representatividad y la desconfianza hacia las instituciones públicas.
La llegada de AMLO y Morena a la Presidencia capitalizó el enorme descontento social ocasionado por la creciente desigualdad, la polarización social, la pérdida de expectativas, la falta de oportunidades de empleo y la sustitución gradual de mano de obra debido al creciente proceso de maquinización.
AMLO y la democracia
El presidente comenzó un sistemático proceso de erosión de los cimientos institucionales de la democracia: controló ambas cámaras del Poder Legislativo, doblegó al Poder Judicial, mermó de manera significativa los órganos constitucionales autónomos, orquestó una campaña contra la prensa independiente y utilizó de forma facciosa a las instituciones de procuración e impartición de justicia para perseguir opositores y exonerar a leales acusados de actos de corrupción.
La militarización de la vida pública ha ido de la mano de la devastación de la administración pública, bajo el argumento de la austeridad republicana. El presidente y su movimiento cooptaron además al ministro presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, impusieron a una persona leal en la Comisión Nacional de los Derechos Humanos en 2019, trataron de controlar al Tribunal Federal Electoral —lo que ocasionó una revuelta que concluyó con la destitución de su presidente en 2021— y, para el año electoral de 2022, recortaron el presupuesto del Instituto Nacional Electoral en 5000 millones de pesos.
Propaganda
Hoy, el gobierno se ha convertido en una portentosa maquinaria de propaganda, que diariamente esparce las buenas nuevas del movimiento presidencial, a la vez que calumnia y vitupera a la disidencia. En los primeros tres años de gobierno se organizaron 700 conferencias mañaneras. Allí el presidente esparció 67.000 falsedades e inexactitudes que, además de dominar la agenda mediática, han polarizado a la opinión pública.
El más reciente intento de desmontar la democracia fue la reforma para desaparecer a la autoridad electoral, cambiar el sistema de representación popular y centralizar la función electoral con fines de control político y clientelar. Los programas sociales presidenciales y las grandes obras de infraestructura han servido a la vez como instrumentos de propaganda política y como reductos fundamentales para consolidar una nueva política clientelar y corporativa. Es la que se pensó que habíamos dejado de lado, luego de décadas de que los gobiernos del Partido Revolucionario Institucional (PRI) hicieran uso del mecanismo para ganar elecciones.
Pero, a pesar de los pésimos resultados en salud, economía, seguridad, empleo, infraestructura, desigualdad, pobreza y medioambiente, el presidente López Obrador sigue gozando de amplia popularidad. En salud, México se ubicó en los primeros lugares por exceso de muertes derivadas de la pandemia. En materia de seguridad, hemos tenido el sexenio más violento de la historia con más de 125.000 asesinatos. Mientras, las políticas sociales han producido 4 millones de nuevos pobres y la Ciudad de México está permanentemente en contingencia ambiental por la quema de combustóleo en la refinería de Tula, Hidalgo. En la raíz de esta desconcertante apreciación de la imagen presidencial están fenómenos profundos que requieren de un análisis detallado.
Los relegados
Cuando México decidió incorporarse a América del Norte con el Tratado de Libre Comercio, se tomó una decisión que rápidamente enfrentó resistencias. Hoy día, después de aprobado el nuevo acuerdo comercial con Canadá y Estados Unidos, importantes tensiones emergen entre sectores y fuerzas que promueven la agenda global de la lucha contra el cambio climático, la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación y el gobierno abierto, y fuerzas que buscan el regreso a un pasado idílico de políticas sociales agresivas y de un Estado de bienestar fuerte, centralizado y poderoso.
El momento crucial en el que se dio este debate entre el Estado social y el Estado tecnocráticamente organizado fue 1988. De esa época data la escisión del partido oficial entre quienes promovían el salto a la globalidad y la revolución digital, y quienes buscaban regresar al Estado paternalista y clientelar. Hoy, estas tensiones siguen presentes. Como en su momento se dio con el movimiento de los luditas a raíz de la Revolución Industrial, en México persisten fuerzas destructivas, de choque y confrontación, que buscan desmontar la agenda global y regresar a la agenda tribal.
El presidente ha aislado a México del mundo, negándose a asistir a importantes eventos internacionales, e incluso tratando de boicotear la Novena Cumbre de las Américas. La política energética regresiva y contaminante ha detonado un mecanismo de consultas derivadas del T-MEC. Esto puede tener consecuencias comerciales de extrema gravedad y que ha sido despreciado por el presidente con burlas y sorna.
Quienes en 1988 quedaron relegados de la agenda tecnocrática son quienes hoy gobiernan el país. Personalidades como Porfirio Muñoz Ledo, Marcelo Ebrard Casaubón y el propio AMLO abandonaron el PRI e inicialmente se unieron a las fuerzas de izquierda para formar el Partido Revolucionario Democrático (PRD) y luego Morena. La agenda regresiva que promueven, que incluye la destrucción sistemática y gradual de la democracia, se nutre de dos factores: la ira y el miedo. El papel de la ira como impulsora de las grandes transformaciones sociales ha sido dejado de lado históricamente. Pero, en nuestro milenio, autores como Peter Sloterdijk (Ira y tiempo) y Francis Fukuyama (Identidad) han mostrado la enorme relevancia que la ira ha tenido a lo largo de la historia.
Soluciones fáciles pero imposibles
Hoy el populismo, con su discurso polarizador y sus utopías salvíficas, es el gran depósito de la ira mundial; de ahí su éxito global. El populismo desata, capitaliza y canaliza las fuerzas destructivas de los impulsos timóticos y ofrece soluciones fáciles de comprender, pero imposibles de aplicar.
Con sus utopías, el populismo también se hace cargo de una emoción primaria fundamental, que se refiere siempre al futuro amenazador: el miedo. El miedo opera como el gran destructor de la confianza. Martha Nussbaum, en su libro La monarquía del miedo, ha puesto en evidencia el miedo global que hoy nos aqueja: miedo a estudiar y no encontrar un empleo, miedo a ser desplazados por las máquinas, miedo a una vejez en la indigencia, miedo a la destrucción por la guerra y el cambio climático. El populismo se nutre y alimenta el miedo, lo provoca y acicatea, con enemigos creados a cada momento.
La Fiscalía General de la República se ha utilizado facciosamente para perseguir selectivamente opositores. La Unidad de Inteligencia Financiera inició investigaciones y medidas disuasivas contra opositores como el ex candidato presidencial Ricardo Anaya y el excanciller Luis Videgaray. La Guardia Nacional se ha utilizado como muro humano que criminaliza a las personas que migran. Al mismo tiempo deja en total impunidad a grupos delincuenciales que, día tras día, se siguen adueñando de territorios en una guerra entre cárteles que ha obligado a decenas de miles de personas a huir de sus comunidades.
La ira y el miedo
Para las oposiciones, la lucha será infecunda y estéril mientras se obstinen en regresar a tiempos pasados, en lugar de hacerse cargo de la ira y el miedo presentes, mediante la crítica certera y la oferta de un porvenir posible. Mientras esto no se dé, el populismo seguirá en notable ascenso, a pesar de sus evidentes fracasos como gobierno.
En el caso de México, el populismo ha aglutinado el malestar ciudadano, le ha dado cauce e incluso lo ha exacerbado mediante una continua estrategia de polarización que sigue dividiendo a la sociedad. Hoy prevalece la diaria confrontación con quienes disienten del proyecto gubernamental. Se utiliza incluso la amenaza y la reprimenda para desalentar a las fuerzas opositoras. Hasta el día de hoy siguen luchando para evitar que continúe la espiral descendente que puede llevar a México a una nueva hegemonía partidista autoritaria, como sucedió en el siglo XX.
Javier Brown César: Filósofo. Profesor en la Universidad Vasco de Quiroga, México. Articulista en la revista «La Nación». Ex director general de Formación y Capacitación del Partido Acción Nacional. Miembro del staff de la Fundación Rafael Preciado Hernández. Maestría en Política Educativa en Universidad de Panamá, Maestría en Administración Pública y Política Pública en Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey.