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La España que no fue

«De no haber habido Reconquista, de aceptar los hispanos las normas del invasor, como antes las romanas y visigodas, España no hubiera sido nunca lo que es hoy, sino algo completamente distinto: un país musulmán como tantos en Asia y África, regidos por el Corán, que no es sólo un código religioso, sino también un código civil, penal, social, económico e incluso sanitario, pues regula alimentos y ayunos»

 

¿Se atreven a imaginar conmigo la España que pudo ser, pero no fue porque en un momento crucial de su historia tomó una senda distinta a la acaecida? Les aseguro que es apasionante, aunque con riesgos imposibles de prever, por lo que los pusilánimes pueden decir, como el peregrino a Lourdes, «Virgencita mía, que me quede como estoy». Pero también puede resultar enormemente instructivo al arrojar nueva luz sobre la realidad de hoy. Así que vamos a echarle agallas y salga el sol por Antequera.

Imaginemos que siete años después de la batalla de Guadalete (711) no hubiera habido Covadonga, que puede que ni siquiera fuese una batalla, sino una escaramuza entre musulmanes y cristianos por aquellos riscos asturianos que

la imaginación popular ha convertido en inicio de la Reconquista. Y lo fue, sin duda, como otras a lo largo de la cordillera Cantábrica, que por su clima y orografía gustaba poco a gentes llegadas del sol y del desierto. O sea, se largaron. Pero es que de no haber habido Reconquista, de aceptar los hispanos las normas del invasor, como antes las romanas y visigodas, España no habría sido nunca lo que es hoy, sino algo completamente distinto: un país musulmán como tantos en Asia y África, regidos por el Corán, que no es sólo un código religioso, sino también un código civil, penal, social, económico e incluso sanitario, pues regula alimentos y ayunos. Todo ello muy simple, muy práctico.

Si se le añade que los fieles estaban exentos de pagar el tributo que se exigía a los infieles, se entiende que bastantes cristianos se quedaran a vivir entre los invasores, en vez de enfrentarse a ellos. Algunos sí que lo hicieron, pero la mayoría no. Judíos, moros y cristianos, para usar el lenguaje popular, convivieron 781 años mal que bien, con intercambios de todos los tipos. El mejor ejemplo es el héroe español por excelencia, el Cid, que sirvió al rey moro de Zaragoza e hizo prisionero al conde de Barcelona, para procurarse luego su propio dominio sobre Valencia. Hay, sin embargo, un lento pero imparable vuelco del equilibrio interno de la Península, desde el claro dominio musulmán en el emirato dependiente de Damasco, convertido luego en califato independiente y Córdoba como capital, posiblemente la ciudad más lujosa de aquella Europa, para desintegrarse en reinos de taifas y los cristianos avanzando, aunque luchando también entre ellos, lo que retrasa el avance y hace durar ocho siglos lo que se perdió en siete años. Pero la Reconquista tuvo lugar y España, junto a Portugal, vive una Edad Media al margen de los grandes acontecimientos europeos, como la guerra de los Cien Años o las Cruzadas, por tenerla dentro de casa.

¿Se imaginan lo que hubiese ocurrido de no haber Reconquista? La islamización hubiera sido mucho más amplia y profunda. Puede que los reyes franceses, tras rechazar en Poitiers el asalto musulmán, intentaran mantener la Marca Hispana del Imperio Carolingio (Cataluña), pero no era fácil y sus excursiones transpirenaicas no habían sido muy exitosas, resultándoles demasiado caro retenerla. Aparte de que en 1453, Constantinopla, capital del Imperio Romano Oriental, es tomada por los turcos, que la hacen capital de su imperio y lanzan su ofensiva sobre Europa, Rumanía, Grecia y los Balcanes, llegando incluso a amenazar Viena, que es salvada por la caballería polaca. Las consecuencias de este escenario imaginado hubiesen sido drásticas. La batalla de Lepanto, desde luego, no hubiera tenido lugar, y de haberse librado, los navíos españoles no hubieran estado al lado de los venecianos y otros cristianos, sino de los turcos. Los Reyes Católicos no hubieran reinado en España y América no hubiera sido descubierta por Colón bajo su patrocinio. Puede que la descubriese, si no la había descubierto sin saberlo algún escandinavo, y que la primera oleada de emigrantes fuera a su hemisferio norte, a cargo de gentes que huían de las guerras de religión que asolaban Centroeuropa. Es decir, de los ‘peregrinos’ del Mayflower, que llegaron en 1630. Aunque ¿hubiera habido guerras de religión con los musulmanes asentados en la península más occidental europea y amenazando Italia y el corazón de Europa? Imposible decirlo. ¿Habría habido Reforma y Contrarreforma? Más difícil todavía. Lo único seguro es que Ramón Tamames no hubiera escrito el libro que acaba de publicar, ‘La mitad del mundo que fue de España’, donde narra con precisión y pulso la aventura española por el océano Pacífico, dispuesta a convertirlo en otro Mediterráneo, junto a los portugueses, por la sencilla razón de que esa España y ese Portugal no existirían, serían países musulmanes en Europa, con la vista más puesta en Oriente (La Meca) que en Occidente.

¿Qué clase de país sería el nuestro? He dado muchas vueltas durante muchos años a este tema, llegando a la conclusión de que más que a los del norte de África, se parecería a los de los Balcanes, con raíces cristianas, pero aplastadas por el islam, con todo lo que eso significa: no Renacimiento. No Reforma ni Contrarreforma, como queda dicho. No revolución política. No revolución industrial, porque el islam lo ocupa todo allí donde echa raíces. Eso sí, con fieros mininacionalismos, que no se reducirían a la pugna entre chiíes y suníes que aquejan a esos pueblos desde la muerte de Mahoma, sino que se complicaría con la lucha entre los reyes de taifas españoles, no menos fiera. Andalucía tendría predominio, como Castilla en la Reconquista, por ser donde más a gusto se sentían los sucesores del profeta. No hubiera habido Primera Guerra Mundial, al menos tal como la hubo, al no haber atentado de Sarajevo, aunque el conflicto entre la potencia emergente, Alemania, y las viejas potencias, Inglaterra y Francia, se mascaba, con una Turquía inclinada a unirse a Alemania. De repetirse el desenlace, serían las dos más perjudicadas, perdiendo Turquía sus posesiones europeas. Lo que significaría para nosotros un destino parecido al de los Balcanes: la forzosa unión de los miniestados bajo la dirección del más grande y fuerte, Serbia, para formar Yugoslavia, un auténtico polvorín, como se la conoció dadas las rivalidades internas. Una perspectiva nada brillante que estallaría tras la Segunda Guerra Mundial, con la voladura de Yugoslavia para dividirse en sus distintas regiones según la religión, etnia, lengua y costumbres dominantes.

Puede que haya ido demasiado lejos en mis lucubraciones, pero, de atenernos a los hechos ocurridos, era lo que nos esperaba a los españoles de no habernos rebelado contra la invasión musulmana. A algunos puede que les satisfaga e incluso intenten recrearla. Personalmente, no me resulta nada apetecible. Es más, prefiero la situación en que nos encontramos pese a sus pejigueras. Aunque cada cual es muy dueño de sus ideas y preferencias. Faltaría más.

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José María Carrascal es periodista

 

 

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