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La esquizofrenia populista

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Si se preguntara a los brasileños cómo les ha ido con los Gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) de la puerta de sus casas hacia adentro, Dilma Rousseff ganaría con comodidad las elecciones del próximo domingo. Pero, si se los consultara por sus vidas de la puerta de sus casas hacia fuera, el triunfador sería Aecio Neves, el candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB). No es un fenómeno local. La campaña electoral de Brasil exhibe una dualidad que es constitutiva del populismo en toda América Latina.

En la última década el país fue testigo de una gran movilidad social. Salieron de la pobreza 35 millones de personas. Son la denominada nueva clase media brasileña o clase C. Esa población protagonizó un boom de consumo. En 2013 las ventas de smartphones crecieron un 118%. Y el 35% de los usuarios son de la clase C. La venta de autos pasó de 1.300.000 en 2005 a 2.400.000 en 2013. El 48% corresponde a la nueva clase media. Entre 2002 y 2012 ese sector gastó un 277% más en turismo y un 150% más en ropa. En 2013 destinó a electrónicos un 122% más dinero que en 2010.

La publicidad del PT se dirige a ese Brasil. En los avisos aparece Lula da Silva recordando un país en el que no se acostumbraba construir casas para pobres, tener autos cero kilómetro, viajar en avión o ir a un restaurante. Rousseff repite el monólogo, enumerando subsidios para reformas hogareñas o adquisición de electrodomésticos.

Este ciclo de consumo encontró un límite en el deterioro de la vida pública. A mediados del año pasado el desajuste se expresó en las protestas de las grandes ciudades del país. La población salió a la calle a quejarse porque los hospitales, ómnibus o escuelas no fueran «estándar FIFA», como los estadios que se estaban construyendo.

Esas movilizaciones, inauguradas en São Paulo por el incremento del precio del transporte, escenificaron las penurias que hay que afrontar cuando se traspone la puerta de la casa. A pesar de los progresos que registró la seguridad en ciudades como Río de Janeiro, la tasa de homicidios de 2012 fue de 21 cada 100.000 habitantes. Es verdad, en Venezuela fue de 37. Pero en Chile fue de 2.

De las carreteras brasileñas sólo el 12% está asfaltada. El Tribunal de Cuentas determinó en 2013 que el 81% de los 116 hospitales más requeridos está en malas condiciones.

Neves ataca a Rousseff en estos flancos. En sus avisos le reprocha haber hecho sólo el 12% de las obras de infraestructura prometidas; haber provocado 181 apagones desde 2011; haber endeudado a Petrobras para subsidiar el combustible; y no haber construido un solo puerto.

Un informe del periódico O Globo basado en estadísticas oficiales desnuda estas dos caras de Brasil: el 50% de las familias que sobrevive en las favelas pertenece a la nueva clase media.

La contradicción sobre la que se organiza el debate es intrínseca al modelo. En Brasil aparece atenuada una deformación que en Argentina y Venezuela es caricaturesca. En su afán por sacralizar el presente, el populismo se desentiende del futuro. Premia el consumo, no el ahorro. El gasto, en vez de la inversión. Y se empeña más en extender subsidios que en crear trabajo genuino. En esas prioridades están las semillas de su decadencia.

Debido al retraso cambiario y al déficit de infraestructura, la economía brasileña perdió competitividad. Este año Brasil no habrá crecido. Pero la inflación estará en el 6%, un punto y medio por encima de la meta oficial. Como el crédito fue decisivo en la creación de la nueva clase C, la desaceleración sorprende a los brasileños con un nivel de deuda preocupante. Según la consultora Serasa, 60 millones de consumidores están en mora. Lula da Silva atemoriza a los votantes con que, si triunfa Neves, perderán lo adquirido. Pero eso también podría suceder con una victoria de Rousseff. La fragilidad es macroeconómica.

La esquizofrenia de bienestar doméstico y desasosiego público no es paradójica. Está en la esencia del proyecto populista. El Gobierno de Rousseff, en menor medida que el de Kirchner o Maduro, menoscaba la iniciativa privada, distorsiona los precios con subvenciones y exalta la distribución de la riqueza mucho más que su creación. Ese estilo retrae la corriente de inversión que requieren las obras públicas o la explotación energética.

Maduro regala tabletas, pero conectarse a internet en Venezuela lleva más de 15 minutos. Kirchner multiplicó los celulares pero, como se despreocupó de la interconexión, los argentinos ya no consiguen comunicarse por teléfono móvil. De tanto en tanto la antítesis adquiere un signo trágico. En abril del año pasado, la falta de obras hidráulicas produjo una inundación en La Plata, la capital de la provincia de Buenos Aires. Hubo 89 muertos. La televisión mostraba las pantallas de plasma que salían, flotando, desde las casas más humildes.

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