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La estremecedora despedida de Virginia Woolf

Se suicidó sumergiéndose en un río con los bolsillos llenos de piedras. Los abusos sexuales que sufrió de niña y las pérdidas acentuaron sus depresiones. Virginia Woolf triunfó en la literatura y reunió a su alrededor a los intelectuales más brillantes de su tiempo, pero la vencieron sus problemas mentales. Ahora, a los 140 años de su nacimiento, renace con la reedición de sus obras.

Estaban en el jardín jugando a la petanca cuando vieron un avión que iba hacia ellos. Los podría haber matado porque el aparato era alemán y estaban en plena guerra: «Caer abatidos entonces habría sido un final apacible y perfectamente natural», anotó Virginia Woolf en su diario.

El susto del avión alemán lo vivieron ella y su marido, Leonard, el 28 de agosto de 1940 en el jardín de Monk’s House, una casita de campo en el sur de Inglaterra, rodeada de prados y colinas suaves y próxima al río Ouse. Esto sucedió menos de un año antes de la muerte de Virginia, que no fue apacible ni natural: se suicidó sumergiéndose en el río Ouse con los bolsillos del abrigo llenos de piedras.

Los meses previos a su muerte fueron de extraño sosiego. Los desmenuza Leonard en sus memorias, La muerte de Virginia (Lumen), una de las obras que se reeditan ahora en España para conmemorar el 140.º aniversario del nacimiento de Virginia Woolf.

 

 

alternative textSu compañero protector. A los 30 años se casó con Leonard Woolf, uno de los miembros del grupo de Bloomsbury. Ella tuvo varios romances con mujeres. Él la cuidó siempre.

 

 

 

Leonard estaba siempre atento a su mujer, vigilando, esperando un nuevo episodio depresivo. «Pozos de desesperación» los llamaba ella, habituada a padecerlos desde muy joven: «Estuvo sometida toda su vida a agudos espasmos exasperados», explica Leonard Woolf.

Virginia (Stephen, de soltera) recibió el primer zarpazo de la desdicha con la muerte de su madre, Julia, una mujer rutilante, en 1895. Virginia tenía 13 años y era una niña vulnerable, taciturna y muy lectora. En su casa se respiraba cultura. Su padre, Leslie Stephen, era un erudito, autor de Historia del pensamiento inglés en el siglo XVIII, un hombre serio, introvertido, irascible. Los niños, Thoby, Vanessa, Virginia y Adrian, se educaban en casa. Recibían clases particulares de equitación y baile. Julia, la madre, les enseñaba latín, francés e historia y el padre, matemáticas. Los niños confeccionaban un semanario casero: el Hydepark Gate News. A los 9 años, Virginia era la redactora jefe.

Eran tiempos felices, con veraneos en Talland House, en Cornualles, un paraíso para los niños. Allí recibían los Stephen a selectos invitados como Thomas Hardy o Henry James. Fueron «veranos luminosos», según Quentin Bell, sobrino de Virginia y autor de su biografía.

 

Depresión, anorexia y abusos sexuales

La muerte de la madre lo truncó todo. El padre se enroscó en su pena y «se convirtió en un ser detestable», cuenta el catedrático de Literatura Comparada Juan Bravo Castillo. Virginia se hundió. «Los médicos dictaminaron depresión, anorexia, exaltación e incluso locura», cuenta Bravo Castillo.

 

 

alternative textErudito y agrio. Virginia con su padre, Leslie Stephen, un erudito serio y taciturno que agrió su carácter cuando falleció su mujer. Aun así, su muerte, en 1904, fue terrible para Virginia. GETTY IMAGES

Es probable que afloraran entonces las torturas que había padecido Virginia desde pequeña. Había sido víctima de abusos sexuales de sus hermanastros, sobre todo de George, 14 años mayor que ella. Cuando sus padres se casaron, los dos eran viudos y aportaban hijos al matrimonio: Leslie, que había enviudado de Minnie Thackeray (hija del escritor William Thackeray), tenía una niña, Laura, con retraso severo y que acabó en un psiquiátrico; y Julia aportaba tres hijos, George, Stella y Gerald Duckworth. Los abusos de George y Gerald dejaron una herida incurable en Virginia: «Todavía tiemblo de vergüenza –escribió a los 59 años– ante el recuerdo de mi hermanastro».

Es posible que los accesos de locura recurrentes que no dejaron de visitarla fueran una reacción al dolor del abuso y de la pérdida. Virginia quedó maltrecha, inestable y presa de un sentimiento de ausencia. Los libros fueron su refugio. Se encerraba en su habitación con la literatura, que se convirtió en una amiga exigente que le procuró alivio y a la vez tensión: le costaba mucho entregar sus textos y le aterraban las críticas.

 

Sobre los abusos sexuales que sufrió de niña, escribió: «Aún tiemblo de vergüenza ante el recuerdo de mi hermanastro»

 

La literatura fue su salvavidas, le proporcionó éxito y reconocimiento. Sobresalió por su maestría en mostrar «la subjetividad humana, los meandros y ritmos escurridizos de la conciencia», dice de su escritura Mario Vargas Llosa. Virginia Woolf brilló con Las olasOrlandoAl faroLa señora Dalloway… Igual que James Joyce y Marcel Proust dominó el manejo del flujo de conciencia de los personajes, pero ella añade un valor extra, explica Vargas Llosa: «La sensibilidad femenina».

Defensa de las mujeres

Fue valiente su defensa de las mujeres. En su ensayo Un cuarto propio explica su irritación por «la culpable pobreza de nuestro sexo»; argumenta que para escribir novelas «una mujer debe tener dinero y un cuarto propio», y vaticina: «En cien años, las mujeres ya no serán el sexo protegido».

Le indignaba el menosprecio del intelecto femenino. Ella lo sufrió: no pudo asistir a la universidad. Mientras Virginia tenía que resignarse a vivir a solas en su habitación con Eurípides, Sófocles, Platón, Jane Austen o Shakespeare y a las cuatro y media de la tarde arreglarse para tomar el té en un ritual victoriano que incluía traje de noche para cenar, su hermano Thoby tenía la fortuna de asistir a la Universidad de Cambridge y acceder al mundo intelectual que ella anhelaba.

 

 

 

alternative textUna isla otoñal. Así llamó Virginia a Monk’s House, su casa de campo, en la que vivió los últimos meses de su vida junto con su marido, Leonard. Estaba cerca del río Ouse, donde Virginia se mató en 1941. 

Las risas y los debates intensos con los amigos de Cambridge de Thoby, John Maynard Keynes, Lytton Strachey, E. M. Forster, Bertrand Russell, Duncan Grant y otros miembros del grupo de Bloomsbury (conocido así porque se reunían en casa de los hermanos Stephen en ese barrio londinense) se alternan con los terrores, las crisis violentas, los brotes depresivos y los internamientos de Virginia en clínicas.

La muerte de su padre, en 1904, supuso otro hundimiento tremendo para Virginia. Parecía un espectro, delgadísima, irritable, presa de alucinaciones, con terribles dolores de cabeza y con voces misteriosas dentro de la cabeza que la desquiciaban. Estuvo a punto de tirarse por una ventana en aquellos días. Se intentó suicidar varias veces a lo largo de su vida.

Sufrió otras pérdidas dolorosas: murieron jóvenes su hermanastra Stella y su hermano Thoby. Cuánta pesadumbre para una mujer hipersensible a la que le costaba encontrar el equilibrio y la paz. Y eso que tuvo la suerte de contar con ángeles protectores en su vida: su hermana del alma, Vanessa, a la que admiraba por su vitalidad, y Leonard, uno de los amigos de Bloomsbury con el que se casó, ya mayor, en 1912, temiendo que se ‘le pasase el arroz’. Fue un acierto. Leonard Woolf fue su guardián, su consejero, su paciente enfermero, su compañero. Pero ni siquiera él, que se desvivió cuidándola, pudo evitar su derrumbe definitivo.

 

 

 

alternative textEl apoyo de su hermana. Vanessa fue un apoyo importante para Virginia. A ella le dejó también una carta de despedida cuando se suicidó. Aquí, Virginia (a la izda.), de 12 años, con Vanessa, de 15.

Ya iniciada la Segunda Guerra Mundial, la pareja vivía en Monk’s House y no iba a Londres porque su casa, en el 52 de Tavistock Square, era todo escombros. Alemania machacaba Londres a bombazos. Se temía una invasión inminente. Los Woolf habían decidido suicidarse si eso sucedía, ya habían previsto cómo conseguir el cianuro. Sentían que una catástrofe universal se desmoronaba sobre ellos. «La esperanza parecía una hermosa complacencia», escribe Leonard: es judío, sospecha su suerte si los nazis desembarcan en Inglaterra.

«No quiero morir todavía»

Y, sin embargo, los meses anteriores al suicidio, Virginia –cuenta Leonard– estaba más alegre de lo habitual. «Y nosotros en nuestra preciosa isla otoñal», anota Virginia en su diario, relajada porque están solos; incluso Mabel, la cocinera, se ha ido. El día de estos apuntes, 12 de octubre de 1940, cuatro meses antes de su muerte, nada anuncia un suicidio: «La otra noche, una gran explosión bajo la ventana. Tan cercana que los dos nos sobresaltamos. Le dije a Leonard: ‘No quiero morir todavía’», escribe en su diario.

 

 

alternative textEditor y pensador. Leonard Woolf fue político, escritor y editor. Fundó, junto con Virginia, Hogarth Press, donde publicaron los libros de Freud. Leonard sobrevivió 28 años a su mujer. AGE

 

 

Pero a continuación pensó en la muerte, una obsesión perenne para ella. «La muerte siempre estuvo a flor de piel en la imaginación de Virginia», explica Leonard. «Estaba a medias enamorada de la muerte que todo lo alivia», añade. Siempre la tenía presente.

El 26 de marzo, Leonard está preocupado. Virginia está abatida y alterada. Leonard sabe que una palabra equivocada, una presión inconveniente, podría empujarla al suicidio. Pide ayuda a Octavia Wilberforce, médica y amiga, que visita a Virginia y queda en regresar otro día.

Los lamentos de Leonard en sus memorias son estremecedores. Debía haber hecho algo, se martiriza. El 28 de marzo de 1941 pasó la mañana en el jardín convencido de que Virginia estaba en casa. Pero, cuando entró a comer, a la una en punto, encontró su carta de despedida en la repisa de la chimenea del salón. Una carta preciosa donde le da las gracias: «Toda la felicidad de mi vida te la debo a ti», «si alguien hubiera podido salvarme habrías sido tú», «lo he perdido todo excepto la certidumbre de tu bondad»…

 

«Toda la felicidad te la debo a ti», «te estoy amargando la vida», «empiezo a oír voces», escribe en su carta de adiós a su marido

 

Leonard salió corriendo, atravesó los campos y llegó al río Ouse. Encontró su bastón junto a la orilla. Pidió ayuda a los vecinos del pueblo de Rodmell para buscarla. Pasaron tres semanas de angustia aplastante hasta que unos niños vieron su cadáver flotando en el río.

Conmueve el adiós de Virginia a su marido: «Te estoy amargando la vida», «sin mí podrás trabajar…», «empiezo a oír voces y no puedo concentrarme», «no puedo escribir. No puedo leer. No resistiré otra vez»; «voy a hacer lo que me parece mejor»…

«Había en nuestro jardín dos grandes olmos con las ramas entrelazadas a las que llamábamos Leonard y Virginia», escribe Leonard en sus memorias. A sus pies enterró las cenizas de Virginia.

 

 

 

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