La Europa que no aprende: el resurgimiento del antisemitismo y el silencio cómplice
Lo que antes era un problema latente, ahora se ha convertido en una amenaza palpable
“Creo que es conveniente quitar la mezuzá de la puerta (un pergamino con dos versículos de la Torá, generalmente dentro de una pequeña caja rectangular adherida al marco derecho de las puertas de las casas judías), al menos por un tiempo. Es peligroso en este momento, sobre todo teniendo en cuenta que vivimos en una planta baja. Es mejor que no puedan identificarnos como judíos por cualquier cosa que pueda pasar”.
No estoy descubriendo ningún secreto si digo que este diálogo, que algún desprevenido podría fechar en la Europa de finales de los años 30 o comienzos de los años 40, durante el apogeo de la Alemania nazi, ha ocurrido en pleno siglo XXI, en la moderna y cosmopolita ciudad de Barcelona, tras la masacre perpetrada por el grupo terrorista Hamas el 7 de octubre de 2023 en el sur de Israel. Este ejemplo ilustra de manera gráfica la latente sensación de inseguridad con la que, desde ese fatídico día, vivimos miles de judíos en diversas ciudades de Europa, en un contexto de creciente antisemitismo que ha alcanzado niveles que, años atrás, parecían insospechados. Esta situación revive en muchos de nosotros el temor de que algunos de los episodios más oscuros de la historia judía, lejos de haber quedado atrás, puedan volver a golpearnos de nuevo.
Un claro reflejo de este renacer de la violencia contra los judíos es lo ocurrido recientemente en Ámsterdam, donde, tras el partido disputado entre el Ajax y el Maccabi Tel Aviv en el marco de la UEFA Europa League, se desataron violentos ataques y persecuciones contra la parcialidad Israelí. Este episodio ha vuelto a poner en primer plano la creciente ola de antisemitismo que afecta a numerosos países europeos, y que, con el tiempo, se manifiesta de manera más abierta y desinhibida. La violencia antisemita, ya casi normalizada en muchos espacios públicos, parece ser respaldada por una inacción cómplice de las autoridades, cuyas respuestas tibias y débiles —a menudo motivadas por la necesidad de preservar ciertas apariencias políticas— han permitido a los grupos radicales violentos expandir su odio sin consecuencias. Lo que antes era un problema latente, ahora se ha convertido en una amenaza palpable.
Un ejemplo revelador de esta situación es el hecho de que, tras los graves incidentes en Ámsterdam, los responsables apenas han sido detenidos y los participantes en este pogromo caminan nuevamente libres, sin enfrentar ninguna sanción. Esta falta de respuestas contundentes por parte de las fuerzas del orden sólo aumenta la sensación de impunidad que los grupos antisemitas sienten cada vez con mayor fuerza.
La doble vara con la que se miden estos episodios es alarmante. Mientras que una bandera israelí en una tribuna es considerada una provocación, un gesto inaceptable, no se considera igualmente provocador un gigantesco estandarte desplegado por hinchas del París Saint Germain exigiendo una “Palestina libre”, ni los cánticos que claman por la desaparición del Estado judío, como el tristemente célebre lema “Desde el río hasta el mar…”. Estas expresiones radicales, que hoy parecen formar parte del discurso común en ciertos sectores, dan cuenta de una creciente normalización de las actitudes antisemitas en el discurso público europeo.
Este fenómeno no es aislado; por el contrario, responde a una tendencia peligrosa hacia la normalización de situaciones absolutamente anormales e irracionales. La historia parece repetirse, y el ser humano, lejos de aprender de sus errores, parece estar condenado a cometerlos una vez más. Hoy, en muchos países europeos, simpatizantes de los equipos o selecciones israelíes deben temer por su vida si deciden asistir a un evento deportivo llegando al punto de tener que asistir a estos eventos sin ninguna prenda que pueda distinguirlos como tales, al mismo tiempo que los estudiantes que pertenecen a la red escolar judía se ven obligados a acudir a clases alrededor del mundo rodeados no sólo de pilotes de cemento a los que parecemos habernos acostumbrado, sino de un despliegue policial cada vez más visible para protegerlos. Esta normalización de la violencia y la intimidación hacia los judíos, lejos de ser vista como una aberración, es tolerada y hasta justificada por sectores políticos y sociales que callan ante la creciente hostilidad.
De hecho, muchas familias judías en Europa, al salir de sus hogares, se encuentran con pintadas antisemitas en las paredes, las cuales permanecen durante días, e incluso semanas, sin ser borradas. Esta falta de acción es un reflejo de una actitud complaciente, que permite que el odio crezca sin restricciones. Lo mismo ocurre con muchos políticos, que hoy se sienten con derecho de destilar su antisemitismo sin consecuencias, alimentando teorías conspirativas que recuerdan a tiempos de antaño, en donde florecián las teorias conspirativas con las cuales acusaban a los judíos de ser responsables de todos los males del mundo.
Hoy, como judíos en Europa, nos sentimos testigos incrédulos de cómo algunos colectivos, que deberían estar defendiendo derechos humanos fundamentales, claman por un cese al fuego, pero lo hacen sin condenar los actos de barbarie perpetrados por Hamas, que desde hace más de un año mantiene como rehenes a ciudadanos israelíes bajo condiciones inhumanas. Además, enarbolan banderas de “Ni una menos” mientras ignoran las violaciones sexuales masivas y las atrocidades cometidas durante la masacre del 7 de octubre. Es cada vez más común observar casos como los ocurridos en la ciudad de Barcelona en donde organizaciones sindicales y centros estudiantiles apoyados por partidos políticos y organizaciones de Izquierda emplean a los estudiantes como una herramienta de propaganda política, convocando a jornadas de movilización o incluso a otorgar a estudiantes de nivel secundario, faltas justificadas con el fin de que puedan asistir a manifestaciones en apoyo de la causa palestina. Todo esto, mientras los estudiantes judíos, que asisten a centros educativos públicos, deben enfrentarse a un clima de hostilidad y violencia en el que, muchas veces, se ven obligados a ocultar su identidad judía o a guardar silencio por miedo a ser señalados o atacados.
Lo más alarmante es el creciente número de jóvenes judíos que sienten la necesidad de esconder su identidad en actividades extracurriculares. Incluso algunos han llegado al punto de evitar mencionar el nombre de su colegio por temor a ser hostigados o agredidos. Este miedo palpable es hoy para muchos, un reflejo de un clima de inseguridad que va más allá de los incidentes aislados, y que se extiende a todos los ámbitos de la vida cotidiana de los judíos en Europa.
Hace unos días, tras los incidentes ocurridos en Ámsterdam, el sitio de noticias israelí N12 publicó un artículo en el que citan al Consejo de Seguridad Nacional israelí, señalando que más de 40 países han emitido advertencias de nivel medio o alto respecto al riesgo que corren los ciudadanos israelíes que deseen visitar ciertos países debido a la creciente violencia. En Europa, Francia, Alemania y Gran Bretaña lideran este nefasto ranking, acompañados de países en Asia y África como por ejemplo Tailandia. Además, la investigación subraya un aumento significativo en la circulación de publicaciones antisemitas en las redes sociales, junto a un incremento exponencial del 400% en los incidentes antisemitas desde el inicio de la guerra. Estos datos son alarmantes, y reflejan el peligroso ascenso de un antisemitismo descontrolado que ya no se limita a expresiones aisladas, sino que está tomando forma de una corriente social y política mucho más amplia.
El resurgimiento del antisemitismo en Europa es un fenómeno que no puede ser ignorado. Los recientes incidentes de violencia, la permisividad de las autoridades ante actos de odio y la normalización de comportamientos antisemitas en las calles y en las instituciones son una advertencia alarmante de que la historia no siempre queda atrás, sino que puede repetirse si no se toman medidas. El temor que sienten miles de judíos europeos, que ven su identidad puesta en peligro en su vida diaria, es un recordatorio de que el odio no conoce fronteras y que el silencio ante la intolerancia solo la alimenta.
Hoy más que nunca, es necesario que los gobiernos, las instituciones y la sociedad en su conjunto se levanten contra el antisemitismo en todas sus formas. El antisemitismo, al igual que otras formas de odio, no solo amenaza a las comunidades directamente afectadas, sino que pone en riesgo el tejido mismo de la convivencia democrática en Europa. Combatirlo requiere un compromiso colectivo que no se limite a palabras vacías, sino que se traduzca en acciones concretas y en una firme defensa de los derechos humanos y de la dignidad de todos los ciudadanos.
Esta lucha debe ser respaldado por un compromiso más amplio, que no permita que el antisemitismo siga creciendo ni se enmascare bajo las justificaciones políticas de turno. La historia nos ha enseñado que la indiferencia ante el odio tiene consecuencias devastadoras. Ahora es el momento de actuar, antes de que las cicatrices del pasado se abran de nuevo.
*Damián Weber, 41 años, casado y padre de 2 hijos. Nacido en Buenos Aires, Argentina. Educador con más de 17 años de trayectoria en educación judía, ha desempeñado diversos roles como docente de Primaria y Secundaria, coordinador de nivel primario y miembro de equipos directivos en instituciones de Europa y América Latina. Licenciado en Historia con especialización en Historia del Pueblo de Israel por la Universidad Abierta de Israel. Actualmente es Director de Estudios Judaicos en el Colegio Judío de Barcelona.