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La evidencia de que en Cuba sigue todo igual tiene nombre: Eduardo Cardet

PARÍS — La soledad de Cuba es desgarradora. Los atropellos a las libertades o malas gestiones del gobierno a veces despiertan la indignación de las democracias del mundo. Pero en sesenta años, el gobierno revolucionario ha perfeccionado el arte de la inmovilidad. Nada ha cambiado sustancialmente: Cuba está sola en sus luchas y sus habitantes se sienten hundidos en el olvido y la inercia.

En los últimos años ha habido algunos intentos de cambio: desde el año pasado, por primera vez desde el triunfo de la Revolución, no hay un Castro en el poder. También se hizo un referendo constitucional para reformar la carta magna que ha regido la isla desde 1976. Pero si se mira con atención, todo sigue igual: Raúl Castro es el poder fáctico detrás del nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, y la nueva constitución es dolorosamente parecida a la anterior.

En medio de ese panorama desalentador hay un recordatorio permanente para los cubanos y para el mundo de una tiranía que se niega a cambiar: Eduardo Cardet Concepción, uno de los 120 presos políticos en Cuba de acuerdo a la Comisión Cubana de Derechos Humanos. La persecución del médico —líder de Movimiento Cristiano Liberación (MCL) y condenado a tres años de prisión por apoyar la campaña “Un cubano, un voto” en 2017— echa por tierra los intentos del régimen por hacer creer que Cuba es más democrática, más justa, más libre. No lo es.

El informe anual de 2018 del Departamento de Estado de Estados Unidos, publicado hace unos días, denuncia que la mayoría de las violaciones a los derechos humanos fueron cometidas por funcionarios del gobierno. El reporte apunta a lo inevitable: no hay referendos constitucionales ni rotación en el poder suficientes para esconder que el régimen castrista continúa con una estrategia autoritaria de detenciones arbitrarias a líderes opositores.

El doctor Cardet Concepción es el continuador de los esfuerzos de democratizar Cuba de Oswaldo Payá Sardiñas, fallecido en circunstancias sospechosas en 2012. Y su persecución es también la continuación de una política estatal de represión a los opositores: su encarcelamiento deslegitima cualquier proyecto retórico de Raúl Castro y Díaz-Canel por intentar matizar las características despóticas del régimen.

El fallecido líder opositor cubano, Oswaldo Payá, en La Habana en julio de 2006Credit Claudia Daut/Reuters

Antes de que encarcelaran a Cardet, las autoridades castristas trataron de doblegarlo de distintas formas. Intentaron expulsarlo de su trabajo —método de represión usual en la isla—, pero no lo lograron: el municipio de Velasco, donde vivía el disidente, exigió que restituyeran al médico. Durante mucho tiempo Cardet actuó desde la oposición, de manera discreta y sin abandonar la medicina. Su esposa, Yaimaris Vecino, también doctora, no ha dejado de trabajar durante el encarcelamiento de su esposo. Cardet sabía lo que saben todos los opositores: debe estar preparado para lo peor y preparar a su familia. Ha recibido golpizas, un apuñalamiento y ha padecido enfermedades mal tratadas.

Desde su celda, y en un régimen de aislamiento, Cardet desnuda a la dirigencia cubana, que no ha dejado de hostigar, amenazar y limitar a cualquier tipo de disidencia desde el inicio de su revolución.

El 8 marzo de 2019 detuvieron al activista Irán Almaguer, quien fue citado por la Seguridad del Estado y amenazado con ser llevado a prisión junto a otros dos opositores “por sus actividades contrarrevolucionarias”. Un oficial le precisó que en Cuba no había opositores, sino “contrarrevolucionarios”, y que sería conducido a la prisión provisional sin juicio. Almaguer denunció que lo amenazaron con retirarle el tratamiento médico que recibe para la visión, sin el cual la perdería. Unos días después, detuvieron al hijo de Yadelis Melchor —nieto de Rosa Rodríguez, coordinadora en La Habana del MCL—, a quien le habían allanado la vivienda unas semanas antes. Continúa detenido y a la espera de un juicio.

Los cubanos sabemos que el discurso de progreso y cambio son promesas vacías para un gobierno que en seis décadas ha sido pura retórica. Esta vez, en pleno siglo XXI, no nos podrán engañar: un nuevo presidente y una nueva constitución presentada como más abierta y más libre no significarán nada si persisten las amenazas, el hostigamiento y la persecución a quienes quieren más libertad.

Si el “nuevo” gobierno de Cuba afirma que cambió, debe pasar de la retórica a las acciones concretas. Y una de las primeras debe ser la liberación de Cardet y del resto de los presos políticos.

Es indispensable vencer la soledad de Cuba con la liberación a los presos políticos, quienes son mantenidos en condiciones indignas solo por querer y exigir más libertad. De lo contrario, el país seguirá dominado por una tiranía que se niega a negociar, a hacer concesiones o, simplemente, a cambiar.

Para ello será vital contar con el apoyo del mundo: en el caso de un país que se ha mantenido más de medio siglo reprimiendo el disenso la presión de los países democráticos de América Latina es vital para visibilizar a los líderes opositores hostigados, amenazados o encarcelados.

 

 

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