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La flotilla, la opresión y la mentira

El debate sobre el conflicto palestino está atrapado en el moralismo. ¿Cómo escapar de él?

 

 

Un grupo de personas decide navegar durante varios días a un lugar como forma de protesta, pero solo consiguen que las autoridades les intercepten y les envíen de vuelta a sus casas. Es una historia que está de actualidad, pero que también ocurrió en 1971. La guerra de Vietnam acababa de atravesar sus fases más intensas, y un grupo de estadounidenses se había refugiado en Vancouver para evitar ser llamados a filas. Desde ahí organizaban protestas antibélicas, una de las cuales fue alquilar un barco y navegar hasta la isla de Amchitka, en Alaska, con el objetivo de impedir que el Gobierno de Estados Unidos detonase allí una bomba nuclear. El viaje fue un desastre: lo pasaron mareados y peleados, la embarcación resultó no tener la potencia suficiente para enfrentarse a las corrientes del Golfo de Alaska, y finalmente la guardia costera impidió al barco, de bandera canadiense, entrar en aguas estadounidenses. Las pruebas nucleares se realizaron, pero su éxito fue otro: abrieron un camino que después mucha gente imitó. Habían retrasmitido el viaje en tiempo real, lo que despertó un interés creciente, y una multitud les esperaba en el puerto de Vancouver a su regreso. Lo importante no era lograrlo sino contarlo. Hoy todo el mundo conoce el nombre de ese barco aunque ignoren su origen: Greenpeace.

Me gusta comparar historias actuales con otras similares del pasado para evitar la ceguera de las pasiones. A nadie le importa ya Sisebuto, que sometió a casi toda la península Ibérica por la fuerza de las armas, luchó contra los vascones e intentó convertir a todo el mundo al catolicismo, pero no podemos ni oír hablar de Franco por hacer exactamente lo mismo. Lo cual también significa, por cierto, que un día mencionar a Franco causará la misma indiferencia que mencionar a algún rey godo, aunque nos cueste imaginarlo hoy. Por eso el viaje fundacional de Greenpeace me parece un buen punto de partida para analizar el viaje de la flotilla Global Sumud sin caer en las pasiones de la contemporaneidad.

Hoy las pasiones se concentran en el debate público, que convierte todo en un conflicto moral, es decir, una disputa del bien contra el mal. No es nada nuevo, y sus consecuencias han sido muy estudiadas. Me centraré en dos: la opresión y la mentira.

La opresión

Los grupos con mayor cohesión moral tienen más opciones de supervivencia y, por tanto, son los que más distribuyen sus genes. Es la tesis de El origen del hombre, que Darwin publicó en 1871. Está inscrito en nuestra naturaleza ser seres morales, por ello la transgresión o el cumplimiento de las normas morales nos despiertan pasiones que emanan desde la esencia misma de nuestro ser y nos envuelven en una pira ardiente. Si no, hace tiempo que hubiéramos caído por el abismo de la extinción.

No hay más que acudir a Twitter para comprobar sus efectos. Los medios de comunicación de masas (lo que incluye tanto a prensa como a redes sociales) sobreestimulan constantemente la pulsión moral para despertar las pasiones del público por las historias que cuentan. Es la forma más efectiva de fomentar el interés, aumentar la audiencia y producir engagement. De esa manera, las propias historias también pasan una “selección natural”, a la que he llamado sesgo de telenovela: son más exitosas las más moralizables. Los políticos, cuyo campo de juego son los medios de comunicación, aprovechan o fomentan la moralización como herramienta de adhesión emocional. El moralismo contamina todos los temas, desde los más banales a los más trágicos, y los que no son moralizables pasan desapercibidos. También a todas las personas, incluso a las que intentamos abstraernos de sus vaivenes.

Así, un mecanismo que permite sobrevivir a la comunidad es utilizado por los estamentos de poder en contra de la comunidad. Las buenas causas se moralizan y se utilizan como arma arrojadiza contra el adversario político, pervirtiéndolas y envenenándolas. Por tanto, cada vez que oigo a un elemento de poder defender tal o cual causa, me saco un moco de la nariz.

Los grupos con mayor cohesión moral tienen más opciones de supervivencia, dijo Darwin, y esa mecánica opera hoy en una falacia ad hominem doble: tal cosa es buena porque la defiende mi grupo, tal otra es mala porque la defiende el otro grupo. Ese axioma, inscrito en nuestros genes morales, conduce en dirección opuesta al conocimiento. Cuando las causas son las nuestras es mucho más difícil apreciar su instrumentalización.

Pero puede pasar lo contrario. En los últimos años gana el montón de mocos del cajón izquierdo, con toda clase de despropósitos no muy diferentes del moralismo del cajón derecho: persecuciones, censuras y linchamientos. Todo en nombre del bien. Mas la opresión es opresión, venga de Paco o de Ramón. El poder se ha servido tradicionalmente del combo religión-moralidad-bien para justificar todo tipo de atrocidades y sacrificios en el más acá por la gloria en el más allá. Costó mucho librarnos de esa tiranía, como para ahora entregarnos a otra igual, que solo cambia el más allá por el más tarde y el torrezno por el muffin. Es algo parecido a lo que le pasó a George Orwell cuando vino a España a luchar contra el fascismo, pero se quedó aún más asustado de lo que pasaba en la retaguardia. Comulgaba con sus ideas, pero le parecieron intolerables sus métodos. El fin no justifica los medios, sino que el fin son los propios medios.

Entonces ocurre un peligro similar pero opuesto al anterior: la sospecha de no darme cuenta de la instrumentalización porque es una causa que apoyo. La desconfianza se vuelve intolerable. Políticos de izquierdas llenan todo de banderas palestinas. Vamos a hacer esto y lo otro, posturean. Tú también puedes cambiar las cosas, compra estas camisetas solidarias que ofrece El Salto.11 Mark Fisher diría que el diario “encarna la fantasía de que el consumismo occidental, lejos de estar intrínsecamente implicado en la desigualdad global sistémica, puede más bien contribuir a resolverla. Lo único que tenemos que hacer es comprar los productos correctos”.

Voy afilando mi dedo, porque no soporto la mentira. Pero tampoco sé si es verdad.

La mentira

En la era de la información es más difícil que nunca enterarse de nada. También dijo Orwell que en una guerra la primera víctima es la verdad. Así que he de admitir que no tengo ni idea de qué ocurre realmente en Palestina. No tengo suficientes conocimientos de geopolítica internacional ni he estudiado el conflicto. No me gusta, como a nadie, que mueran personas inocentes. Pero sé que esas imágenes pasan el sesgo de telenovela a las mil maravillas, porque son una aguja que penetra al centro del nervio moral. Para salir del paso queda apoyarse en expertos, con la precaución necesaria para que su parecer no venga distorsionado por sesgos ideológicos, que son la muerte del conocimiento. En este caso recurro a Alejandro Salamanca, experto en Oriente Medio, que escribe un largo texto con esta conclusión: “Israel es un Estado colonial que aplica un régimen del apartheid en los territorios que ocupa desde 1967”.

Es un acto de fe epistemológico, pero me adhiero a la idea de que la flotilla Global Sumud, tras la capa de instrumentalización política, persigue una causa justa. Se le critica desde el otro lado que no es una campaña de ayuda humanitaria, que no van a dar de comer a nadie, que han ido a darse un chapuzón y que no van a parar la guerra. Que van a hacerse unas fotos y sacar unas stories y a casa a recibir subvenciones, seguidores, premios, etc. Efectivamente: es una campaña de comunicación pública. Ha conseguido su objetivo, y los demás ya pueden rabiar. Las multitudes se agolpan como se agolpaban en 1971 el puerto de Vancouver. El Gobierno de Israel ha tenido ojo: no ha permitido que circule ninguna imagen de represión violenta o inhumana hacia la tripulación de la flotilla. De lo contrario, la repercusión hubiera sido aún mayor. Pero ni siquiera eso hacía falta.

Es imposible saber en qué medida la acción generará un cambio. Los tripulantes del viaje a Amchitka “solo” querían parar las pruebas nucleares y la guerra de Vietnam, pero consiguieron algo mucho más importante. Si esto ayuda a parar el conflicto, lo celebro. Todo lo demás es lo de siempre:  instrumentalizar las tragedias con un moralismo que conduce a la certeza, certeza que conduce a la mentira, mentira que conduce a la opresión.


Imagen: Brahim Guedich

  1. Diario digital que es al Gobierno actual lo que el Opus Dei a la Iglesia. ↩︎

 

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