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La frustrada revolución de AMLO

México se juega la continuidad de esta siesta de izquierdas con Claudia Sheinbaum o un cambio con Xóchitl Gálvez, que ha hecho de la seguridad y la empatía con los ciudadanos su principal activo

Los mexicanos votan este domingo para elegir un nuevo presidente que sustituya a Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Casi con toda seguridad su sucesora será una mujer, puesto que la elección se juega entre Claudia Sheinbaum, la candidata oficialista del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), y Xóchitl Gálvez, que encabeza la coalición de centro-derecha Fuerza y Corazón. Sheinbaum está 20 puntos porcentuales por delante de Gálvez, según las encuestas, pero no hay que descartar una sorpresa. Jorge Álvarez Máynez, del Movimiento Ciudadano, se sitúa en tercer lugar con el 10 por ciento de las preferencias. Por lo tanto, lo que está en juego es la continuidad del ‘obradorismo’, una línea de acción política que se concreta en la llamada Cuarta Transformación (4T), un artefacto simbólico que urdió AMLO para dar rienda suelta a su populismo. En la búsqueda de un carácter épico, casi prosopopéyico, a su acción política se inscriben los injustos ataques que ha lanzado de manera recurrente contra el legado español en su país.

Su propósito era imprimir cambios que se equipararían con la Independencia de 1810, la guerra de Reforma del siglo XIX y la Revolución de 1910. Después de seis años, sus logros están lejos de colmar la promesa de que el sistema de salud se igualaría con el de Dinamarca o que reduciría la violencia. AMLO, además, ha deteriorado gravemente algunas instituciones republicanas en su intento de someterlas. Con todo llega al final de su mandato con una popularidad del 60 por ciento, gracias a una sensación de prosperidad colectiva que sólo marginalmente es mérito de su conservadora gestión económica. Es cierto que ha multiplicado por tres el salario mínimo y que se han creado dos millones de empleos, pero también es verdad que la economía ha resultado bendecida por los cambios geopolíticos. La salida de capitales de China y el rediseño de las cadenas de suministro tras la pandemia favorecieron su patrón manufacturero. Y la Inflation Reduction Act (IRA) de Joe Biden, que incluyó a México entre los territorios elegibles, ha convertido al país en el destino favorito de la inversión extranjera sin que el gobierno de AMLO tuviera que hacer nada.

El reverso de esta prosperidad siempre frágil es una lacra bien conocida en México, la violencia homicida. Con López Obrador se han registrado más de 186.000 muertes violentas. Sólo en la campaña electoral han sido asesinados una treintena de candidatos. Es el resultado de la fuerte presencia de carteles del narcotráfico en distintos estados del país y de la incapacidad de la policía y las fuerzas armadas para combatirlos. En parte es el resultado de la política de «abrazos y no balazos» con que AMLO, ingenuamente, quiso marcar diferencias con sus antecesores, especialmente con Felipe Calderón. Si a estas cifras se añade la inoperante y distorsionadora actitud del presidente durante la pandemia, que según informes oficiales añadió 300.000 víctimas al total de 800.000 defunciones por Covid-19 que hubo en el país, hay que convenir con el intelectual mexicano Enrique Krauze que «el de AMLO ha sido un sexenio mortal».

Hoy México se juega la continuidad de esta siesta de izquierdas en que se convirtió la promesa reformista de AMLO bajo el rostro renovado de Sheinbaum, licenciada en Física y mano derecha del presidente desde hace más de dos décadas, o un cambio de la mano de Gálvez, una mujer mestiza, estudiante con becas, empresaria de éxito que se labró su destino partiendo de una familia humilde, que ha hecho de la seguridad y la empatía con los ciudadanos su principal activo.

 

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