La globalización de la violencia
Entre 1990 y 2016, el número de muertos en conflictos armados en todo el mundo fue solo una fracción de la cifra de homicidios, suicidios o accidentes con armas de fuego.
En los primeros cinco meses de 2018, en Estados Unidos, el número de estudiantes asesinados en sus escuelas superó la cifra de soldados estadounidenses muertos en combate en ese mismo lapso: 27 jóvenes y cuatro adultos murieron en tiroteos en las escuelas y 13 soldados en el campo de batalla. La cifra no incluye los 29 militares que murieron accidentalmente en prácticas de entrenamiento, no por arma de fuego.
El dato, publicado en el Washington Post me estremeció quizá porque mis nietos están en edad escolar pero también me hizo dudar en la validez del comparativo. ¿Hasta qué punto esta instantánea de cinco meses es reflejo de la realidad? ¿Será cierto que las armas de fuego en manos de civiles son más letales que las de los soldados en conflictos armados?
Mis dudas las resolvió un artículo publicado en el último número de la prestigiada revista de la Asociación Médica estadounidense que reporta que en 2016, más de un cuarto de millón de personas murieron en 195 países a causa de las más de mil millones de armas de fuego que hoy están en manos de la gente.
El reportaje de JAMA no incluye muertos en guerras, asesinatos masivos o ataques terroristas pero apunta que entre 1990 y 2016, el número de muertos en combate fue tan solo una mínima fracción de la cifra de homicidios, suicidios o accidentes con armas de fuego.
Para ahondar mi malestar, leí también que más de la mitad de esas muertes ocurrieron en seis países del continente americano. Brasil, Estados Unidos, México, Colombia, Venezuela y Guatemala.
La ausencia de Honduras y El Salvador en la lista de JAMA me sorprendió porque en ambos países la tasa de homicidios es menor que en Brasil y Estados Unidos pero mayor que en los otros cuatro países mencionados en el artículo.
Otro de los hallazgos del estudio de JAMA es que en los países ricos como Australia, Canadá, Alemania y Estados Unidos, el número suicidios con arma de fuego es mayor al de homicidios pero menor al de muertes accidentales. En EE UU donde habita el 4.3% de la población mundial el suicidio con arma de fuego representa el 35% de todos los suicidios en el mundo.
A los americanos, sobre todo a los jóvenes, los matan en escuelas, templos, centros de trabajo, centros nocturnos o parques públicos. Pero la tasa de adultos mayores de edad, en su mayoría blancos, que se suicidan en sus casas es el doble que la de homicidios.
El estudio repite un dato que aunque para mi es obvio, su validez sigue siendo disputada por un sector muy amplio de la opinión pública en Estados Unidos. La diferencia entre los países en los que más se respeta la vida y en los que más se le desdeña, son los controles a la venta de armas. Mientras más rigurosos son menores son las incidencias. En Singapur, por ejemplo, el riesgo de que alguien muera de un balazo es de 1 en un millón, y de 2 en un millón en Japón. En Estados Unidos la cifra es de 106 en un millón.
Las causas de la violencia varían de país a país al igual que la capacidad o incapacidad de los gobiernos para controlarla. Y si bien obedece a causas como el comercio ilícito de drogas, el consumo de alcohol, la falta de servicios de salud mental y de mecanismos de protección para mitigar la violencia doméstica, la pobreza, la debilidad de las instituciones, la falta de profesionalización de los cuerpos policíacos o la corrupción, el común denominador es la creciente proliferación de armas de fuego en todos estos países, inclusive en aquellos donde existen mecanismos más o menos rigurosos para controlar su venta.
En México, por ejemplo, la venta legal de armas es sumamente restringida pero el comercio ilegal es mayúsculo. Considere por ejemplo que entre 2009 y 2014, más del 70% de las armas incautadas por el gobierno mexicano fueron vendidas en Estados Unidos y transportadas ilegalmente a México. Se estima que anualmente 253 mil armas de fuego cruzan la frontera entre EE UU y México.
La conclusión del estudio es clara: “Las armas de fuego son un importante problema de salud pública, y su costo social y económico se extiende más allá de la inmediata pérdida de vidas”. Lo que no queda nada claro es cómo solucionar el problema.
Sergio Muñoz Bata: Escribe sobre temas políticos en varios periódicos en las Américas.