La homilía del Cardenal Baltazar Porras en la clausura del 53°Congreso Eucarístico Internacional en Ecuador
Este domingo tuvo lugar la misa de clausura del 53 Congreso Eucarístico Internacional, tras una semana en la que analizaron los valores cristianos, sobre todo la “fraternidad para sanar al mundo”
Congreso Eucarístico Internacional
Con la solemne celebración de la Statio Orbis, concluyó el 53° Congreso Eucarístico Internacional, un cónclave de la Iglesia Católica que se realizó en Quito.
En el 53° Congreso Eucarístico Internacional se analizaron los valores cristianos, sobre todo la «fraternidad para sanar al mundo» de la violencia, las guerras y la pobreza que asuelan a la humanidad.
En el encuentro participaron representantes de la Iglesia católica y visitantes de 55 países, anotó el Municipio de Quito en un comunicado en el que proporcionó los datos preliminares de asistencia a la misa de clausura.
El máximo encuentro eucarístico internacional congregó en la capital ecuatoriana a miles de representantes de la comunidad católica mundial entre obispos, teólogos, académicos, sacerdotes, diáconos y monaguillos, entre otros.
El Congreso Eucarístico buscó comprometer al mundo cristiano con el principio de ser «auténticamente hermanos, en medio de un mundo lleno de violencia, de muerte y de guerras».
El de Quito fue el primer Congreso Eucarístico Internacional que se celebra en veinte años en Latinoamérica, desde que en 2004 se desarrolló en Guadalajara, México.
La Homilía del Cardenal Baltazar Porras Cardozo, Arzobispo Emérito De Caracas, Legado Pontificio, En La Clausura Del 53° Congreso Eucarístico Internacional. Quito, Ecuador. 15 de septiembre de 2024.
Muy Queridos hermanos:
Saludos y agradecimientos
Llegamos al final del quincuagésimo tercer Congreso Eucarístico Internacional con las alforjas llenas de ricos testimonios cargados de esperanza, con la seguridad de que la Eucaristía y la devoción al Corazón de Jesús, ampliarán el horizonte de nuestras vidas para servir mejor a un mundo contradictorio, herido, pero redimido en Cristo, con la tarea de transfigurarlo, caminando juntos con quienes nos topamos cada día, sin prejuzgar nada, porque en cada rostro humano están insertas la imagen y semejanza de Dios.
Un primer agradecimiento, muy sincero, a la Iglesia que peregrina en Ecuador. La preparación y realización de este Congreso es signo claro del vigor de esta porción del pueblo de Dios. Son legión los que lo han hecho posible, por lo que me eximo de señalar nombres concretos. Como dice Don Quijote “Al bien hacer jamás le falta premio” y ese lo dejamos al Altísimo, para que no nos demos por bien pagados en esta tierra.
Junto a nuestros hermanos ecuatorianos, un agradecimiento a los muchos hermanos venidos de los cuatro puntos cardinales. Han peregrinado y abrevado en esta tierra, trayendo sus vivencias y llevándose el ejemplo agradecido de la hospitalidad que nace de la Eucaristía, del Corazón de Jesús y de la cercanía afectiva con los santos, los que están en los altares y los que caminan por el mundo portando consigo el mensaje liberador de Jesús. “Reunirse, con diferentes sensibilidades, culturas, historias, a pesar de las diferencias lingüísticas, significa centrar la atención en la única levadura capaz de fermentar verdaderamente la historia humana, convirtiéndola en masa nueva para el reino de los cielos” (P. Corrado Maggioni). ¡Dios les pague por venir, ya que desde estas alturas andinas se nos antoja estar más cerca del cielo!, .y más en el corazón de la humanidad, aquí donde estamos en el “centro del mundo”…!
Nos unimos al Papa Francisco quien afirmó estar alegre de poder participar con nosotros, aunque sea desde la distancia, en este Congreso Eucarístico Internacional bajo el hermoso lema, la fraternidad para sanar el mundo. Que nos bendiga desde Roma a donde ha regresado de peregrinar al Extremo Oriente como misionero de esa misma fraternidad y de la paz.
La palabra nos interpela
Las lecturas de este domingo, vigésimo cuarto del tiempo ordinario, encajan en el objetivo propuesto en este Congreso y nos invitan a profundizar, a dejarnos interpelar por la Palabra de Dios, para ser auténticos portadores del tema que nos ha congregado. En primer lugar nos apremia a “caminar en la presencia del Señor” (salmo responsorial) para que al oír sus palabras no pongamos resistencia ni nos echemos para atrás (Isaías). Pero esto no basta, nos dice el Apóstol Santiago: ¿de qué nos sirve tener fe si no la demostramos con las obras?
Por eso, la pregunta, de antes y de ahora que acucia a la humanidad es quién es Jesús. La respuesta es muy variada: para unos estorba, y otros lo parangonan con alguna de las grandes figuras de la historia. Para nosotros, creyentes, que nos decimos fieles y cercanos, la pregunta se precisa, personaliza, interpelante y esperando un testimonio: ¿Y ustedes, quién dicen que soy yo? Seguramente responderemos enseguida con la frase que aprendimos en el catecismo: “Tú eres el Mesías”. Pero esa “confesión” no basta, es necesario ser conscientes de que esa afirmación conlleva la necesidad de asociarnos al Misterio de su vida y misión, de la Cruz en ellas, de ser incomprendido, rechazado y entregado a la muerte, como camino cierto para la sobreabundancia de la resurrección. Ello, como acontecimiento originario, es lo que da sentido a las estructuras de alimento, sacrificio y memorial que hacen de la Eucaristía el sacramento fundamental de la escatología como dimensión profética de la existencia cristiana en sus vertientes de vida íntima y de unidad eclesial.
Con acierto el episcopado ecuatoriano ha unido la eucaristía a la devoción al Corazón de Jesús. En este Congreso se conmemora los 150 años de la consagración de Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús. San Juan Eudes, cultor y promotor del culto al Corazón de Jesús, lo unió a la eucaristía cuando escribe que Jesús está continuamente rogando al Padre por nosotros; su corazón es un horno que “impulsa a su omnipotencia a hacer por nosotros muchos prodigios en este adorable Sacramento, convirtiendo el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, y obrando muchos otros milagros que sobrepasan incomparablemente a todos los que hicieron Moisés, los Profetas, los Apóstoles y hasta nuestro Salvador mientras estaba en la tierra. (San Juan Eudes. El Corazón de Jesús. Editorial «San Juan Eudes» Usaquén, Bogotá, D.E. 1957.p. 76-77).
Desde la realidad
El mundo está herido. No podemos como Caín no dar cuenta del hermano, pregunta que nos la repite constantemente a nosotros ni podemos como los discípulos de Emaús volver a casa porque no hay nada qué hacer. Hoy se nos atraviesa Jesús Eucaristía en nuestras vidas, y nos pregunta: ¿también ustedes se van porque este llamado es intolerable? (Jn. 6). Caminar en la presencia del Señor porque escucha el clamor de nuestra plegaria es el desafío que nos interpela y nos cuestiona.
El miedo, el temor, la comodidad o el huirle a la realidad de la dureza de la vida nos pueden llevar, como a Pedro, a intentar disuadir al Señor. Cuántas veces el silencio, la tentación de sucumbir a los cantos de sirena que nos seducen con el bienestar inmediato, nos apartan de ser auténticos seguidores de Jesús. Nos olvidamos que “la altura espiritual de una vida humana está marcada por el amor, que es el criterio para la decisión definitiva sobre la valoración positiva o negativa de una vida humana. Todos los creyentes necesitamos reconocer esto: lo primero es el amor, lo que nunca debe estar en riesgo es el amor, el mayor peligro es no amar” (Fratelli tutti, 92).
Fraternidad y Eucaristía
Las reflexiones de este Congreso sobre la fraternidad nos han ayudado a profundizar sobre el concepto, pero también, y sobre todo, a descubrir la diversidad de sus desafíos, escuchar lo que el Espíritu sugiere como respuesta, y su vinculación con la Eucaristía. En efecto, la dimensión de cena evoca la necesidad primaria de alimentación de la que carecen millones de hermanos por efecto de estructuras económicas injustas; la de sacrificio redentor apunta a la renuncia al poder destructor que se materializa en violencias, guerra y destrucción de nuestro hábitat; la de memorial, actualización histórica de la salvación como esperanza de que la muerte y resurrección de Jesús significan promesa de sentido y liberación. Todo ello con la garantía de la Encarnación por la presencia real a través de los poderosos símbolos de toda vida humana que son la comida y la bebida. La fraternidad es el lazo de unión entre los seres humanos como expresión de una idéntica filiación, en el respeto a la dignidad de la persona, la igualdad de derechos y la solidaridad de unos hacia los otros; de una radical familiaridad con paternidad creadora y maternidad consoladora. Para los cristianos, la fraternidad no es una opción que puede o no tomarse. Es consustancial a la fe cristiana y, además, un imperativo evangélico.
En efecto, la fraternidad universal es el proyecto de Dios: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1Tim. 2,4). Y desde la fraternidad que nos da el don de la filiación lo invocamos como “Padre nuestro” (Mt. 6,9) y reconocemos a los otros, -cercanos o lejanos-, como hermanos en Cristo (Mc. 3,35). La fraternidad como el caminar juntos (sinodalidad) no puede restringirse a los míos, incluso a los “prójimos”; está fuera o más allá del orden establecido. El mejor ejemplo, porque no se trata de una simple aspiración, lo constatamos en la religiosidad popular adulta que debemos revitalizar aún más y es una de las virtudes del catolicismo latinoamericano. Recordemos el mensaje de Aparecida: “la realidad se ha vuelto para el ser humano cada vez más opaca y compleja…conocemos, en nuestra cultura latinoamericana y caribeña, el papel tan noble y orientador que ha jugado la religiosidad popular, especialmente la devoción mariana, que ha contribuido a hacernos más conscientes de nuestra común condición de hijos de Dios y de nuestra común dignidad ante sus ojos, no obstante las diferencias sociales, étnicas o de cualquier otro tipo” (Aparecida 36 y 37).
Esto lo vivimos a diario en nuestros santuarios, en las peregrinaciones, procesiones y celebraciones, en el servicio desinteresado a los necesitados, en la generosidad de dar desde nuestra pobreza, tanto en lo material como en el acompañamiento cordial y la asistencia al más débil. A pesar de las muchas prédicas de odio y violencia, de la propaganda que invita a olvidar a los demás por compartir una ideología o tener y usar algo que me distinga de los demás, constatamos la cantidad de gente de todos los estratos que actúa con libertad interior, profesionales solidarios que no explotan, sino promueven, y que practican con alegría el servir y compartir con todos.
Jesús, el hermano que nos quiere
La fraternidad cristiana deriva de que el Hijo eterno de Dios no se ha hecho sólo un ser humano, sino precisamente el hermano universal. Por eso quiso y necesitó bautizarse: en el centro de su corazón estaba su Padre y también estábamos los que no hacemos lo de su Padre. Por eso pidió perdón en primera persona del plural con el mayor dolor de la historia. Al subir del río Jordán sintió que el cielo se abrió: que su Padre había respondido que “sí” a su petición de perdón. Jesús no nos saca de su corazón, en esa medida, estamos salvados.
Pero como el amor no es unilateral, se necesita también nuestro sí: que aceptemos la fraternidad de Jesús y que nos hagamos hermanos de todos, no echando a nadie de nuestro corazón, aunque nos haga lo que nos hiera o duela. El descuido o abandono de este mandato de la fraternidad es la causa principal de las injusticias y flagelos que sufre la humanidad. Es el pecado original del egoísmo el que lleva al hombre a pensar sólo en sí mismo y a olvidar a los demás. El deterioro de las relaciones humanas y la aparición de las calamidades sociales como la violencia, en particular la guerra, la injusticia, la emigración forzada, la pobreza y la desigualdad, que el Documento de Puebla llamaba sabiamente “situaciones de pecado social” (Puebla, 28), tienen su génesis en el abandono del llamado de Dios a la fraternidad y a no considerar siempre al otro como hermano.
No es casualidad que en la creación una de las primeras veces que Dios se dirige al hombre tiene que ver justamente con el llamado a la fraternidad y al cuidado del entorno. Si no podemos responder por la suerte de nuestros hermanos, los otros hijos de Dios, ni por la suerte de los otros seres de la creación (Gn. Relatos de la creación y el diluvio), no podemos llamar Padre a Dios. Por eso, para salvar a nuestro mundo de los males que nos aquejan, el rescate y las exigencias de la fraternidad es, no sólo indispensable, sino insoslayable. El Nuevo Testamento no es otra cosa sino el rescate de lo anterior por el nuevo Adán, Jesucristo, y la nueva Eva, María.
La Eucaristía, memorial
La eucaristía no es un simple recuerdo, es el memorial, actualiza en la sencillez y pequeñez de un pedazo de pan y un poco de vino, el buen sabor que nos atrae y seduce. “La Eucaristía quita en nosotros el hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar, sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente que ahora nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta, como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera, hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca nuestro!” (Papa Francisco, 14 de junio 2020).
La Eucaristía y el otro
La fraternidad del creyente que se alimenta de la Eucaristía replantea las relaciones con el otro: la dimensión del perdón y de la ayuda samaritana. La amistad social es algo más que un trato cortés o educado, es la búsqueda del respeto, la igualdad y la libertad. Un campo de particular necesidad reside en la tragedia mundial que significan las migraciones masivas y forzadas, por carencias económicas, represiones políticas, discriminaciones étnicas o culturales, por terrorismo ideológico, por persecuciones religiosas. Desafío mayúsculo a la conciencia de humanidad y a la solidaridad creyente. Profundizar en el sentido más actual de la caridad como categoría central cristiana exige la conversión del corazón y de las estructuras. En el mundo de hoy, que privilegia la intransigencia y la intolerancia, la discriminación y la violencia, la paz es, debe ser, producto de la justicia, la libertad y la caridad. “El amor implica algo más que una serie de acciones benéficas. Las acciones brotan de una unión que inclina más y más hacia el otro considerándolo valioso, digno, grato y bello, más allá de las apariencias físicas o morales”(Fratelli tutti, 94).
Fraternidad y la casa común
Es fruto de la fraternidad el cuidado de la casa común. Desde América Latina, continente devastado por la explotación irracional de la naturaleza, la dimensión ecológica adquiere ciudadanía de virtud a construir. Los sínodos de la Amazonía y su defensa del uso racional del agua, la vegetación y el embellecimiento del escenario en el que vivimos, sea la ciudad o el campo, adquieren en este contexto una dimensión que no podemos soslayar. Ecuador ofrece al mundo experiencias dignas de imitar en este campo. “Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos orientar, cultivar y limitar nuestro poder” (Laudato Si, 78). Dios es divina comunicación y el cosmos, su palabra hacia afuera, está tejido de comunicaciones, a la espera de la voz humana y cristiana que las descubra y les dé su nombre.
Dimensión integral de la Eucaristía
Permítanme una última referencia sintética que expreso con gran “temor y temblor” (S. Pablo) por su gran variedad, enorme complejidad y a mi humilde modo de ver, trascendente desafío cultural, o mejor dicho, propiamente anti-cultural, humano y cristiano, en este marco de diversidad etno-civilizatoria y de “ekúmene” religioso-católica. Sé que las ponencias, testimonios e intercambios lo han recogido y entregado a nuestras reflexiones e iniciativas, sinodales próximas y más allá. Se trata de fenómenos difícilmente reductibles a un común denominador, que sobrepasan el ámbito de una homilía, pero que se ubican donde debemos acentuar la dimensión integral de la Eucaristía, como centro y culmen de la vida cristiana. Y esto, porque ésta no puede renunciar a ser “memorial” de su origen en la Encarnación del Dios y Padre de la vida y del amor, concretados en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; a su dimensión de esperanza escatológica; y al realismo del presente eucarístico por el Espíritu.
Se trata, sin pretensión alguna de ser exhaustivo, por una parte, de la gama de expresiones, de tendencias explícita o potencialmente relativistas o incluso nihilistas, presentes sobre todo en Europa y América del Norte, de reivindicación anárquica, desesperanzadas de sentido de realidad, de ilusión y confianza en la positividad de la vida y en la creatividad de la libertad y la verdad. Por otra parte están las iniciativas y movimientos, incluso de inspiración o cubierta religiosas, de carácter sectario excluyente y discriminatorio, presentes sobre todo en el Medio Oriente y partes de Africa, con expresiones de violencia indiscriminada o irracionalmente calculada, destructora y violatoria de derechos humanos básicos, en las que resulta prácticamente imposible encontrar indicios de propósitos positivos, constructivos.
Están, además, los nostálgicos que ven decadencia, desgracias, sin sentido, traición, incluso herejías en comunidades creyentes o hasta en figuras emblemáticas de fe y caridad como en el caso del Santo Padre Francisco, modélica para gran parte de la humanidad, pero “signo de contradicción”, interesada o desvirtuada, para ciertos sectores de nuestra propia comunidad. Todo ello conspira contra la fraternidad, interna o contra el testimonio debido a comunidad humana por fidelidad al Señor Jesús, Príncipe de la Paz, hecho comida y bebida que dan y conservan vida, y vida en abundancia, material, moral, espiritual.
Eucaristía, conversión y creatividad
Hay que mencionar, por último y no menos importante, no las expresiones de “oposición”, sino las que bajo la cubierta de fidelidad a la tradición, no son sensibles y hasta incapaces de percibir, discernir y “distinguir el trigo de la cizaña” en los cambios culturales, novedosos y profundos, que ya están en curso o se avecinan aceleradamente y ponen a prueba la capacidad de renovación y creatividad de la promesa de que somos portadores, y de la que la Eucaristía es símbolo real, pero, por ello, exigida de “fidelidad creadora y crítica” en su lenguaje, ritualidad y consecuencias, para seguir siendo sacramento eficaz de vida integral, esperanza contra toda esperanza, fraternidad sin límites. Todo eso configura un universo violento, anti-fraterno, en las ideas, las palabras y, las acciones, de lo que hay que tomar debida conciencia y reaccionar con cristiana serenidad, prudencia y parresía.
Aquí es donde debemos acentuar la dimensión integral de la Eucaristía, como centro y culmen de la vida cristiana. “De modo que si al presentar tu ofrenda sobre el altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí y ve primero a ponerte en paz con tu hermano, después regresa y presenta tu ofrenda”, nos recuerda el evangelio de Mateo (5, 23-24). «La Eucaristía es la respuesta de Dios al hambre más profunda del corazón humano, al hambre de vida verdadera: en ella Cristo mismo está realmente en medio de nosotros para nutrirnos, consolarnos y sostenernos en el camino» (Papa Francisco 30 mayo 2024).
¿Qué hacemos en Quito?
¿A qué hemos venido a Quito, a pasear, a vivir unos días de oasis, de Tabor?, o, estamos dispuestos a bajar para ir al encuentro de la realidad cotidiana con la convicción, para todos, de que “el mundo, teatro de la historia humana, con sus afanes, fracasos y victorias; el mundo, que los cristianos creen fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero liberado por Cristo, crucificado y resucitado, roto el poder del demonio, para que el mundo se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación” (GS, 2) sea el escenario en el que tenemos la obligación de ser constructores de la esperanza que no defrauda. Y más cerca de nosotros: “El hombre latinoamericano posee una tendencia innata para acoger a las personas, para compartir lo que tiene, para la caridad fraterna y el desprendimiento, particularmente entre los pobres; para sentir con el otro la desgracia en las necesidades. Valora mucho los vínculos especiales de la amistad, nacidos del padrinazgo, la familia y los lazos que crea” (Puebla, 17).
Conclusión, Eucaristía, Martirio Y María
Antes de continuar con la plegaria eucarística, encomendémonos a los santos propagadores del amor a la Eucaristía, como el mártir jesuita Emilio Moscoso. Nuestra mirada se eleva a María nuestra madre siempre cercana y tierna: ante nosotros en este altar está la imagen de la Virgen Dolorosa del Colegio San Gabriel que comparte con nosotros su rostro transido por el dolor de los que sufren, de quienes reniegan de la fraternidad y no aceptan la Eucaristía como alimento saludable para la paz y la concordia.
Contemplemos a la Virgen alada de Quito, mujer vestida del sol, la luna bajo sus pies, y sobre su cabeza, una corona de doce estrellas. Es el signo fehaciente de que “ya está aquí la salvación, por tanto alégrense cielos y sus habitantes” (Ap. 12). Y junto a ella, “la pequeñita”, la Virgen del Quinche, patrona del pueblo ecuatoriano que nos acoge bondadosa [1], le pedimos: “¡Dulcísima Madre y Abogada Nuestra Señora de El Quinche! Firme tutela de los desamparados y esperanza de los pobres hijos tuyos; por el precioso Niño Jesús que llevas en tus brazos recibe el mensaje de nuestro amor. Danos la gracia de no olvidarte jamás en las variadas circunstancias de nuestra vida, sobre todo concédenos la dicha de morir pronunciando tu Santo Nombre bajo tu maternal mirada”. Acompaña y guía a todos los que vinimos a este Congreso Eucarístico a llenarnos de la gracia que nos regala tu Hijo.
Que así sea.
15-09-2024
NOTA PUBLICADA EN: comunicacioncontinua.com