La hora de las redes
Cuando la alianza opositora venezolana ofrece –y la ciudadanía le exige- “consultar y conversar con la sociedad civil”, de lo que en verdad está hablando es de la necesidad de ampliar y profundizar sus redes. La realidad del siglo XXI impone el hecho de que la interacción social inteligente implica trabajar en red. Y es que si algo caracteriza al ambiente del siglo XXI es el poder de la tecnología al servicio del ciudadano. Una tecnología que es fundamentalmente “relacional”. Ello trae consigo la noción de que hoy habitamos un mundo donde la información no sólo es libre, sino completamente móvil, y en el que el control jerárquico ha dejado de ser el elemento relacional fundamental porque la sociedad moderna es policéntrica. Hay que dejar definitivamente atrás las nociones de la estructura social provenientes del siglo XIX, de la época de la revolución industrial. Las ideas de Marx sobre un mundo de proletarios y burgueses –conceptos usados todavía por los velociraptors del Jurasic Park del castrismo, y sus seguidores iberoamericanos- tienen la misma validez y pertinencia hoy que la comunicación vía señales de humo.
Algo que las élites partidistas del planeta no terminan de entender es que hace tiempo que la política dejó de ser el centro de la actividad societal. Hoy los poderes son policéntricos, no giran en torno al sol de la política. La gente aspira y desea establecer relaciones horizontales; el ciudadano, cuando exige participación, no pide sólo poder oír o ver. Exige ser escuchado, participar en los debates en red, una red que es “un super-organismo humano” (Christakis y Fowler).
¿Qué generan las sociedades policéntricas? una red de valores conformada por una malla compleja de actores, sistemas, y organizaciones que definen y redefinen sus relaciones. Dicha red de valores es el nuevo espacio inteligente que se está haciendo; ningún actor social o político puede negarse a oír lo que los agentes y organizaciones de las nuevas redes de valores aportan y demandan. Los activistas eran tradicionalmente definidos por sus causas, hoy lo son por las herramientas que usan. El Homo Economicus ha dado paso al Homo Dictyous (el hombre en red.)
La nueva gestión social incorpora los valores de la transparencia, de la negociación, de la apertura al diálogo y del uso adecuado de las nuevas tecnologías, con el fin de promover comunidades de redes generadoras de valor social inteligente; comunidades que están alimentadas por agentes tanto públicos como privados, que asumen el constante cambio societal, y que gozan de unos avances tecnológicos nunca vistos.
Tales redes de valor social inteligente impulsan nuevas formas de (re)conocimiento, de participación y de representación, incentivando el tejido social y generando nuevas formas de capital social. A su vez, los debates que promueven permiten precisar el valor que cada agente agrega para la construcción de una acción colectiva. Por ello, no eliminan ni descartan otras formas de participación, sino que las complementan, y alimentan la responsabilidad tanto personal como colectiva.
Los ciudadanos, sobre todo los más jóvenes, son conectores de conocimiento y de información, dan forma a su red (eligen la estructura de la misma, controlan su lugar en la red, deciden con cuántas personas están conectados, y modifican según su deseo la manera en que se conectan). Definen su red, pero a su vez son definidos por ella. Para los jóvenes, las nuevas tecnologías en red son algo invisible, un medio, no un fin. Forman parte de su identidad. Cómo nos sentimos, con quién nos relacionamos, lo que sabemos, lo que aprendemos, puede depender de los nexos con los cuales nos vinculamos. Para saber quiénes somos, debemos saber cómo estamos conectados.
¿Cómo debe ser un líder democrático en red, provenga el mismo del mundo político o del social? Las características primordiales de un líder en red, un líder inteligente del siglo XXI son: es un reductor del conflicto (un líder negociador); es previsivo y adaptativo (un líder estratégico); sabe “conectar” con su entorno (empático y auténtico); escucha primero, es positivo, es un motivador; evalúa permanentemente sus hábitos (y siempre está listo para el cambio); tiene dominio de sí mismo (es emocionalmente inteligente); influencia su entorno, pero no pretende ser un rey, o una isla aislada (es socialmente inteligente).
Lo definitivo es que vivimos en una sociedad del conocimiento, de la innovación, del cambio continuo. El gran desafío de una sociedad del conocimiento es la generación de inteligencia colectiva, que es mucho más que la mera agregación de inteligencias individuales. En la sociedad del conocimiento, gracias a los avances en neurociencia y en psicología, nociones tradicionales como el trabajo en equipo, o cómo se promueve la creatividad han sufrido un cambio epocal, nunca visto.
Un debate hoy, sin duda alguna fundamental, es qué clase de valores están alimentando a este nuevo liderazgo en red. Porque las redes, tecnológicas o no, pueden usarse para hacer mucho bien, pero también para generar mal. Pueden servir para salvar una vida, como lo hacía la Madre Teresa, o para crear una estafa Ponzi, como Bernie Madoff. O para promover “hechos alternativos”, o “la mentira institucionalizada”, como el innombrable nuevo presidente gringo. Lo que no cabe duda es que los totalitarismos y autoritarismos están tratando de usarlas para su provecho.