La Iglesia apuesta por rehabilitar la política
Iniciamos la cuaresma, tiempo de conversión. ¿Qué implicaciones tiene para nuestra iglesia hoy este tiempo de desierto y conversión? En el desierto, el pueblo de Israel transitó de ser masa desarticulada a pueblo organizado. En este tránsito, lleno de adversidades, desolación, confusión, pero de búsqueda profunda, fue encontrándose consigo mismo y con Dios, hasta hacerse pueblo de Dios, capaz de asumir y construir responsablemente su destino histórico. El doloroso desierto le acrisoló como pueblo. La fe le llevó siempre a abrir la historia, a no acomodarse, ni resignarse, aunque las tentaciones por los ajos y las cebollas de la esclavitud de Egipto (Núm 11,15) estuvieron siempre al acecho buscando doblegar la voluntad y el deseo de ser pueblo libre. Cuaresma es ese tiempo especial, en el que se nos hace un llamado a centrar nuestra vida y misión en lo fundamental, a ser iglesia pueblo de Dios, que no se deja atraer por los ajos y las cebollas de Egipto. Un tiempo en el que el amor de Dios nos dice “vuelvan a mí de todo corazón”. (Joel 2, 12)
Venezuela transita por el desierto. Necesitamos de conversión para pasar de masa desarticulada a pueblo organizado. Ese tránsito pasa por rehabilitar la política. Hemos venido insistiendo reiteradamente que en Venezuela no hay una crisis política, sino que es la política misma la que está en crisis. La polarización ideológica desconectada de la vida cotidiana de las mayorías ha generado un hastío hacia el quehacer político, a tal punto que dicha actividad raya, hoy, en lo repulsivo y estéril. Tristemente la palabra política se ha degradado tanto que, en el imaginario del ciudadano de a pie, política es sinónimo de viveza, engaño, corrupción, falsedad, manipulación, cartas bajo la mesa, segundas intenciones no declaradas, promesas incumplidas, búsqueda interesada del poder por el poder. Esta es también una atmósfera global; así lo reconoce el papa Francisco en la Fratelli Tutti: “Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?”. (176)
Esta degradación del quehacer político ha traído como consecuencia que una gran mayoría desconfíe visceralmente de los operadores políticos y sus partidos, hecho que favorece al poder de facto, porque la desconfianza hace que el descontento social, que bordea un 80 % de nuestra población, se encuentre fragmentado y sin vehículo fiable para su articulación. Me sorprendió, con dolor, la frase que leí en la sala de una casa: “este hogar es un espacio libre de política”. Lamentablemente, la no política es la política de la resignación, el triunfo de los ajos y la cebolla de la esclavitud.
Nos encontramos, pues, ante una paradoja: estamos sumergidos en una emergencia humanitaria sistémica cuya causal estructural es política; y, por tanto, solo será posible superarse con un cambio político, resultado de una decisión mancomunada que implica concertación y acuerdo entre los diversos sectores de la oposición democrática y los distintos actores de la sociedad civil; sin embargo, para dar el salto a un “nosotros” que trascienda los intereses individuales y sea más que la suma de estos, se requiere, como premisa, “la confianza”. Pero estamos poseídos por la desconfianza, signo visible de nuestro deterioro socio-espiritual y reflejo del “daño antropológico” inducido desde el poder. La desconfianza y la antipolítica son los demonios a exorcizar para recuperar la Política, con “P”, esa que articula y construye organización y fuerza transformadora de las condiciones de vida. Pasar de masa desarticulada a pueblo organizado implica recuperar la confianza y la Política.
En nuestra práctica pastoral cotidiana también nos encontramos con este hecho. La Iglesia católica es la institución en Venezuela con más credibilidad, según las encuestas de opinión pública. Esta autoridad moral es resultado del acompañamiento cercano y del trabajo humanitario y de derechos humanos que se viene desarrollando; sin embargo, en lo concerniente a la formación política de los fieles poco estamos haciendo y, muchas veces, el desencanto ambiental con la dimensión política se cuela en nuestro modo de entender la evangelización, como se colaba en el pueblo de Israel la memoria tentadora de los ajos y la cebolla de la esclavitud en Egipto.
El cardenal Baltazar Porras, administrador apostólico de Caracas, ha reiterado su preocupación por la desconexión que existe entre el quehacer pastoral y la formación sociopolítica de los fieles en las diversas dimensiones de la misión de la Iglesia. Él está convencido de que para transitar este desierto, es necesario ofrecer a los fieles una formación política seria, con el fin de cultivar desde la fe la conciencia de responsabilidad ciudadana con los destinos del país y, por eso, para acompañar estos procesos de formación el cardenal creó el Centro Monseñor Arias Blanco, del que este boletín Signos de los Tiempos es su órgano formativo e informativo.
El Centro Monseñor Arias Blanco asume las orientaciones del documento N° 3 del Concilio Plenario Venezolano, máxima instancia decisoria y vinculante de la Iglesia, reunida entre los años 2000 y 2006, que en su capítulo “La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad” plantea como desafío “Ayudar a construir y consolidar la democracia, promoviendo la participación y organización ciudadana, así como el fortalecimiento de la sociedad civil”.
En este horizonte, fruto del discernimiento eclesial, el Concilio Plenario Venezolano nos propone, como moción del Espíritu, una pastoral comprometida con la rehabilitación de la política en nuestro país, y desde Signos de Los Tiempos queremos apoyar a las distintas pastorales de la Iglesia a cristalizar estas decisiones del Concilio Plenario:
“Los obispos, sacerdotes y religiosos orientarán y apoyarán la formación socio-política de los venezolanos en la línea de la construcción de la paz y la justicia. Insistirán en la participación política de los seglares como una opción de servicio y compromiso en la construcción de nuevos modelos de sociedad”. (156)
“La Iglesia fomentará la organización de la sociedad civil para generar una mayor participación libre y consciente en las opciones políticas, sindicales, grupales y vecinales, a fin de que las personas, y especialmente los pobres, sean sujetos sociales de su propia superación y desarrollo humano”. (157)
“Desde las parroquias se favorecerá cualquier iniciativa que lleve a propiciar un mayor desarrollo local mediante el mejoramiento del entorno y el trabajo conjunto con organizaciones vecinales”. (159)
“La Iglesia mantendrá un diálogo permanente con organizaciones no eclesiales para armonizar las diversas visiones en el respeto a la dignidad humana y en la búsqueda del bien común”. (160)
En esta hora aciaga que vivimos, en la que es tan urgente pensar y formarnos para buscar y construir alternativas, la formación política fundamentada en la enseñanza social de la Iglesia es una prioridad. Para este propósito el Centro Monseñor Arias Blanco ofrece su apoyo y acompañamiento, pues sabemos que, por la agitada vida cotidiana y la atmósfera de desmovilización y frustración que se vive, muchas veces postergamos el cultivo de la dimensión política y cedemos los espacios, para que, desde el poder, el imaginario de los “ajos y la cebolla” conquisten corazones y desistamos de la búsqueda de la tierra prometida. En este tiempo de cuaresma, tiempo de conversión, se nos invita a poner todos los medios para contribuir a pasar de masa desarticulada a pueblo organizado, pueblo de Dios, que labra su historia como Israel en el desierto.
Nuestra conversión en Venezuela pasa por rehabilitar la política, tal como lo propone el papa Francisco en la Fratelli Tutti: “Porque un individuo puede ayudar a una persona necesitada, pero cuando se une a otros para generar procesos sociales de fraternidad y de justicia para todos, entra en el campo de la más amplia caridad, la caridad política. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social. Una vez más convoco a rehabilitar la política, que «es una altísima vocación, es una de las formas más preciosas de la caridad, porque busca el bien común. Se trata de avanzar hacia un orden social y político cuya alma sea la caridad social”.
Como decía San Ignacio: “el bien cuanto más universal, mejor”.