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La involuntaria obra maestra de André Gide

La involuntaria obra maestra de André Gide

 

 

André Gide, Premio Nobel de 1947, es uno de los grandes intelectuales olvidados de entre los que llenaron de libros e ideas la Europa que evolucionó entre el comienzo del siglo XX y los años de su reconstrucción tras la Segunda Guerra Mundial. Narrador, ensayista, dramaturgo y, a su modo, pensador, Gide, pese al cierto opacamiento de su personalidad y de su trayectoria sufrido en las últimas décadas, fue un autor de referencia para varias generaciones. Obras como El inmoralista o Los falsificadores de moneda han formado parte del catálogo de obligadas lecturas para quien se preciara de un conocimiento mínimamente riguroso de la cultura europea (occidental, añadiría) del siglo XX.

La reciente aparición de los dos primeros volúmenes de su Diario como anticipo de lo que será la publicación, por vez primera en lengua castellana, de su totalidad, es, por ello, todo un acontecimiento. Editados por Eric Marty, han contado con la muy rigurosa aportación de Ignacio Echevarría, autor de los prólogos de cada tomo y de la adaptación de las notas, y con la traducción de Ignacio Vidal-Folch.

Los dos volúmenes recogen, íntegras, las anotaciones que Gide realizó entre 1887, cuando tenía 18 años, y 1925, ya en plena madurez, y muestran el proceso de gradual incorporación a la vida cultural e intelectual de la Francia del primer tercio de siglo y, más allá, de Europa. El plan de publicación contempla dos volúmenes más, el que abarca el período que va de 1926 a 1939, y el correspondiente al período 1940-1950. La edición se basa, tal y como expone Echevarría en el prólogo al primer volumen, en la ya canónica, editada por la Bibliothèque de la Pléiade en 1996 (hubo, en 1963, edición argentina con traducción de Miguel de Amilibia, pero basada en la de la Pléiade de 1939).

 

«Gide es una de las diversas personalizaciones en el presente de lo que Echevarría denomina la época de los intelectuales»

 

Ignacio Echevarría ha acometido una labor que, siendo esencialmente literaria, va más allá de lo literario y, si se me apura, de lo cultural. En no pocos foros se viene subrayando, desde hace tiempo, la quiebra del auctoritas del intelectual en el abordaje de los conflictos contemporáneos. Afrontar este proyecto es, como bien señala el prologuista, destacar “los dilemas a los que se enfrentaban la literatura y la figura misma del escritor en el primer tercio del siglo XX”. A pesar de la relativa inactualidad y del olvido por las generaciones últimas de la obra de Gide, asuntos como las capacidades de la ficción y sus límites, el papel del yo en la conformación del texto y de la conciencia, la función última de la escritura y la verdad que en ella se contiene, o el protagonismo de la memoria y del paso del tiempo, son hoy, más de un siglo después, asuntos tan controvertidos como entonces y de una actualidad insoslayable. Gide es una de las diversas personalizaciones en el presente de lo que Echevarría denomina la “época de los intelectuales”.

Ningún olvido es gratuito: la difícil capacidad de enganche de su literatura, un tanto arcaizante y aburrida, la confrontación política con la cultura dominante en los partidos comunistas de la época (con un gran peso en los años de posguerra) sobre todo tras la publicación de su Regreso de la URSS (1936), una crónica desencantada y desmitificadora del socialismo real, han hecho que sus obras de ficción hayan sido borradas —en parte ocurre con Paul Claudel, con Jean Renard, con Hesse o Henry Miller, coetáneos que fueron referencia ineludible durante mucho tiempo— mientras que otras de algunos de sus contemporáneos, Marcel Proust o Paul Valéry entre ellos, mantienen plena vigencia.

 

 

 

 

Es en ese contexto en el que cabe valorar el Diario, una radiografía en tiempo real de su vida privada, de su relación con los procesos sociales, políticos y culturales que lo rodearon, y de su mirada hacia el mundo literario de entonces.

El primer tomo refleja los estados de ánimo y las incertidumbres y deseos de un escritor en ciernes, en formación, con el telón de fondo de un tiempo histórico en el que se produce el cambio de siglo y reflejan, de un lado, su asimilación de la homosexualidad, los titubeos en la conformación de la identidad literaria, y de los desafíos estéticos personales y epocales, con años de confusión como los comprendidos entre 1889 y 1892 y de grandes dudas sobre la propia obra y sobre el papel a cumplir en la sociedad literaria. En 1893 comenzó a viajar por el Magreb y, casi en paralelo, a vincular su atracción por los hombres a una inequívoca y nunca disimulada vocación pedofílica.

 

«Gide no ha dejado obras literarias indiscutibles aunque las suyas fueran de gran influencia en la Europa de los 60-70»

 

En el segundo tomo se nos muestra el escritor ya inserto en la sociedad intelectual de la época. Un escritor influyente, o, dicho en palabras de Echevarría, un escritor viviendo los años de “la plenitud de su madurez”. Son los años en los que su autoridad literaria se ve reforzada con la fundación de una revista mítica, La Nouvelle Revue Française, fundada en 1908 y “refundada” en 1909 por iniciativa (y decisivo apoyo económico) de Gide ante sus desacuerdos con el contenido del primer número, y ampliada en 1911 con un “ala editorial”, Éditions de la N.R.F., dirigida por Gaston Gallimard. En esa etapa se manifiesta una temporal crisis religiosa en relación con su fe católica, reflejada en el ensayo Los sótanos del Vaticano (1914) y un serio desfondamiento anímico ante la oscuridad y la desolación provocada por la Primera Guerra Mundial. Las graves consecuencias sociales y políticas de la contienda son el trasfondo de los vaivenes ideológicos que vive (llegó a simpatizar con Acción Francesa) en aquellos años, a los que cabe añadir, en el plano artístico, su actitud crítica, casi de confrontación, con las vanguardias. Todo eso conforma el “corpus” de las obsesiones colectivas que se reflejan en el Diario. En el plano íntimo, más radicalmente personal, Gide intenta racionalizar sus inclinaciones sexuales, teoriza sobre la pedofilia, vive el dilema entre la relación con Madeleine, su esposa, y su gran amor, el joven Marc Allégret, una experiencia que, depurada, se reflejará en su libro Corydon (1928). Antes sería, en 1924, Si la semilla no muere, un viaje por la memoria y por la infancia, y la novela Los falsificadores de moneda (1926).

Gide no ha dejado obras literarias indiscutibles aunque las suyas fueran de gran influencia en la Europa de los 60-70 (sobre todo El inmoralista y Los falsificadores de monedas). Eso lleva a pensar, vista la densidad y la riqueza de este Diario, que su gran obra literaria y de pensamiento la fue escribiendo al dar constancia en ellos de su vida. Kavafis, en su Viaje a Ítaca, escribió que “lo importante no es el destino, es el viaje”. No hay mejor metáfora para resumir el papel del Diario en la aportación de Gide a la historia de la literatura europea: no llegó al destino de la gran obra maestra que buscaba, pero fue construyéndola, sin tener plena conciencia de ello, en el “viaje” que ahora nos ofrece, bellamente editado, DeBolsillo.

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Autor: André Gide. Traductor: Ignacio Vidal-Folch. Título: Diario 1887-1910. Editorial: DeBolsillo. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

Autor: André Gide. Traductor: Ignacio Vidal-Folch. Título: Diario 1911-1925. Editorial: DeBolsillo. Venta: Todos tus librosAmazonFnac y Casa del Libro.

 

 

 

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