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La irrelevancia del Presidente Boric

Con la campaña electoral para las contiendas de gobernadores y alcaldes en ciernes, los aspirantes oficialistas no tienen ningún reparo en criticar al gobierno y echarle leña a la hoguera de impopularidad en la que se consume esta administración.

 

 

Para un Presidente, lo único peor a ser criticado por lo que hace o deja de hacer es que la gente se forme la firme convicción de que, independiente de lo que haga o no haga, la dirección por la que va el país seguirá siendo la misma. El Presidente Gabriel Boric ha gobernado tan mal y con tanto poco tino que ha llegado a ese punto en que la gente, al igual que en un partido de fútbol, ya se comienza a ir del estadio porque sabe que ya no hay nada más que hacer en el tiempo que resta para que se acabe el partido. En este caso, aunque no se puedan ir del país, muchos chilenos han decidido dejar de poner atención o lo que haga o deje de hacer el gobierno en lo que resta de este periodo presidencial.

Con la delincuencia consolidada como el tema de mayor preocupación para los chilenos, la incapacidad y poca voluntad que tuvo el gobierno en sus primeros dos años para ofrecer una respuesta sensata, razonable y consecuente con sus principios y valores ante el aumento de la delincuencia, ha llevado a la opinión pública a formarse la convicción de que las cosas van a seguir empeorando en el año y medio que le queda a este gobierno. Incluso si las cosas llegaran a mejorar, nadie estará muy convencido de que el gobierno tuvo algo que ver con esa mejora.

Si bien el gobierno se esmera en hacer anuncios de iniciativas y en usar lenguaje fuerte y claro contra la delincuencia, la nula credibilidad de La Moneda en esta materia y los deficientes resultados que tiene el gobierno cuando intenta demostrar que tiene el control del timón, hacen que el electorado comience a buscar soluciones en otras partes para poder enfrentar la inseguridad.

Como si quisiera reforzar esa misma idea, el gobierno ha propuesto soluciones de largo plazo que, de llegar a tener un efecto, no impactarán en la vida de las personas hasta mucho después de que termine este gobierno. Por ejemplo, la propuesta de construir una cárcel de alta seguridad, independientemente de sus méritos, deja en claro que el gobierno no sabe qué hacer para que la gente se sienta más segura en las próximas semanas y meses. Hablar de construir una cárcel de alta seguridad es como decirle a la madre que no tiene alimentos para sus hijos en el otoño que el gobierno está a punto de comenzar a sembrar el trigo para poder tener harina en el próximo verano.

En las últimas semanas, en lo que parece ser un esfuerzo por evitar que el descontento popular con la crisis de inseguridad por la que atraviesa el país afecte su ya alicaída aprobación, el Presidente Boric buscó alejarse de la agenda de seguridad con viajes al exterior y evitó encuentros con la prensa para no responder las consabidas preguntas sobre los hechos notorios de criminalidad que han golpeado al país. Pero como Boric tiene esa autodestructiva cuota de inseguridad que lo hace dudar de sus decisiones después de que las tomó, decidió luego suspender su anunciado viaje a París para la inauguración de las Olimpiadas y optó por quedarse en Chile. Eso ha debilitado todavía más la ya compleja posición de su gobierno. Estos cambios de agenda reflejan improvisación y profundizan la percepción de que, en materia de seguridad, el gobierno da manotazos de ahogado.

Con la campaña electoral para las contiendas de gobernadores y alcaldes en ciernes, los aspirantes oficialistas no tienen ningún reparo en criticar al gobierno y echarle leña a la hoguera de impopularidad en la que se consume esta administración. Pero para una opinión pública cada vez mas temerosa de esta nueva realidad de la delincuencia, las críticas de los candidatos oficialistas a su propio gobierno sólo confirman la sospecha de que la ayuda para enfrentar la delincuencia vendrá de cualquier parte, menos de lo que pueda hacer el gobierno.

Inmovilizado y consciente de que desenfunda una pistola de juguete para amenazar a los delincuentes que se han tomado las calles, el gobierno avanza con una determinación que sólo puede tener aquel que no sabe en qué dirección avanza, pero entiende que debe empezar a moverse.

El electorado, que ya ha oído las mismas promesas de mano dura, pero que ve que la situación empeora, ni siquiera se molesta en ponerle atención a lo que hace la autoridad. En cambio, la gente espera con ansias que aparezca alguien que los pueda ayudar. Aunque los distintos voceros del gobierno en materia de delincuencia se apuran en responder al clamor popular del “oh, y ahora ¿quién podrá defendernos? La respuesta suena tan poco creíble y tan intranquilizadora como el memorable “yo, el Chapulín Colorado” que inmortalizó el personaje del cómico súper héroe creado por el mexicano Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. Igual que en la legendaria serie de televisión de los 70, ante la respuesta del héroe que carece de credibilidad y superpoderes, la temerosa opinión pública sabe que, para salir de esta, no podrá contar con el apoyo del gobierno.

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