La izquierda y el adolescente eterno
La ironía va mucho más allá del caso griego porque explica muchas de las actitudes y demandas de la izquierda política y el populismo en general.
Christine Lagarde lanzó un gancho directo al mentón de Alexis Tsipras el pasado jueves, en Luxemburgo, cuando al terminar la reunión del Eurogrupo sin haber llegado a un acuerdo con Grecia declaró: “La mayor urgencia es restaurar el diálogo con adultos en la sala”. Para hablar seriamente sobre política económica y soluciones a los problemas reales, necesitamos adultos, no adolescentes.
La ironía va mucho más allá del caso griego porque explica muchas de las actitudes y demandas de la izquierda política y el populismo en general. Remite al dilema de una psicología regida por la oposición entre el arquetipo del Senex, el viejo, y el arquetipo del Puer Aeternus, el adolescente eterno. Una psicología caracterizada por la confrontación entre los límites de la realidad y las fantasías de la posibilidad. La izquierda siempre ha trabajado en el polo del adolescente eterno.
La izquierda populista no sólo simplifica la realidad y promueve soluciones ilusas e inviables a los graves problemas económicos y sociales, la pobreza, la desigualdad, la exclusión, sino que parte de una visión del ser humano prejuiciada y errada: concibe a los hombres y mujeres como niños frágiles y dependientes, no como seres autónomos y capaces.
De ahí su culto a la hipertrofia de un Estado paternalista que debe ocuparse de sostener a sus débiles hijos. En lugar de propiciar la responsabilidad individual sobre el propio destino, las izquierdas visualizan un adolescente siempre dependiente de la economía paterna para su sustento. Y no es por azar que la mayoría de los partidos de izquierda incluyen la dignidad y la identidad como temas habituales de sus discursos. La adolescencia pasa, por lo general, por una conflictiva crisis de identidad.
La capacidad existente en toda persona para reconocer y aceptar las consecuencias de sus acciones es la responsabilidad, la virtud más maltratada por la izquierda populista. Cuando Yanis Varufakis insiste en que la única salida a la crisis griega es que los demás países europeos le perdonen a Grecia la deuda y le permitan seguir gastando sin límites al presupuesto, coloca a su país en una actitud que hace imposible el aprendizaje de los errores pasados. El Puer solo vive el presente y olvida rápidamente el ayer.
Tiene una vida provisional que, negada al principio de escasez e ignorante de los límites y necesidades que constriñen la vida, crea la ilusión de que todo es posible y sin esfuerzo. Las poblaciones terminan, como en Venezuela, extendiendo la mano para decirle al Estado: “dame mi casita”. La existencia se convierte en una espera indefinida de la caridad del Estado.