La izquierda más tonta de Europa
La derecha gana elecciones. Pero Íñigo Errejón, el dirigente de Podemos, dice que el cambio ya es una realidad. Poco a poco, la izquierda se va alejando de la mayoría social
La frase del mes la pronunció hace unos día en Twitter –no podía ser de otra manera– Íñigo Errejón. Sostiene el número dos de Podemos que «la crisis del PSOE es una sacudida más del proceso de cambio tras el 15M”. Fin de la cita.
Es decir, que la revuelta de la puerta del Sol –aquella ilusión compartida por millones de ciudadanos para regenerar el sistema político– ha cumplido uno de sus objetivos: desestabilizar al Partido Socialista. No está mal pensado para alguien que pasa por ser el estratega de la formación morada y reclama la unidad de la izquierda. La segunda parte de la frase, sin embargo, es intelectualmente más atractiva. Sostiene Errejón que tras el 15M está en marcha (habla de sacudida) un “proceso de cambio”.
Sin duda que tendría razón si el mapa electoral español se hubiera transformado de forma radical en los últimos años, más allá de una recomposición de la hegemonía dentro de las fuerzas de izquierda. Pero los resultados son los que son. Y tanto en Galicia como en el País Vasco han ganado muy recientemente –y con holgura– dos partidos de centroderecha que han gobernado los dos territorios durante las últimas décadas. Mientras que en Cataluña gobierna un heredero directo de Mas y Pujol, y en Andalucía, erre que erre. Como se ve, un cambio de indudable transcendencia.
Se dirá que en el resto del Estado no sucede eso. Pero ocurre que nada más lejos de la realidad. El Partido Popular sacó 52 diputados al PSOE en las últimas elecciones, y todo indica que si se celebran nuevas elecciones, la distancia será mayor. No está nada mal pese a la “sacudida” política que ha supuesto el 15M. Los muertos, ya se sabe, a veces gozan de buena salud.
Errejón tendría razón si el mapa electoral se hubiera transformado radicalmente, al margen de una recomposición del dominio de las fuerzas de izquierda
Un análisis freudiano del tuit del profesor Errejón indicaría dos cosas. Por un lado, que el líder de Podemos confunde el deseo con la realidad. Elsubconsciente algunas veces es muy traicionero y conduce a errores gruesos y a la inconsistencia política aunque se haya estudiado en las mejores universidades. Pero su reflexión trasluce también algo mucho más preocupante. El análisis de Errejón ignora la verdadera situación de la izquierda en España, que no ha sabido traducir en votos la preocupación de muchos españoles por la regeneración política, el ensanchamiento de la desigualdad en la distribución de la renta o, incluso, la pérdida de derechos laborales.
Es evidente, sin embargo, que a Podemos y a las ideas que representa le ha ido electoralmente bien. De no existir en el pasado reciente, ha pasado a tener una posición muy relevante en la vida política española en unas circunstancias políticas económicas excepcionales que tardarán en volver a producirse. Pero una cosa es el beneficio propio (sin duda mérito de los impulsores del proyecto político que representa Errejón) y otra muy distinta el interés general. Y hoy por hoy, los cimientos del sistema político siguen siendo exactamente los mismos. Pese a quien pese.
Mayorías sociales
La separación de poderes brilla por su ausencia, el sistema electoral es el mismo y el patrón de crecimiento –basado en el consumo– apenas ha cambiado. Rajoy sigue en Moncloa y nada indica que vaya a abandonar el despacho. Dicho en otros términos, la arquitectura institucional del país no ha cambiado un ápice, lo que significa que esa mayoría social que se reflejaba aparentemente en las calles durante los años de mayor dureza de la crisis, no ha cristalizado en una nueva mayoría parlamentaria.
Otra cosa es que los partidos tradicionales –PP y PSOE, fundamentalmente– se hayan visto obligados a ser más sensibles y a estar más atentos a la nueva realidad social y política. Pero detrás de este comportamiento de la vieja política respecto de las demandas de los ciudadanos, no está Podemos, sino un claro hartazgo social derivado de la crisis económica y del agotamiento del sistema político heredado de la Transición, que hace que muchos españoles no traguen ahora con ruedas de molino. El ‘caso Soria’, las‘tarjetas black’ o los negocios de algunos políticos del PP son la mejor prueba de que los tiempos, como decía Dylan, están cambiando. Pero Podemos lo que ha hecho es, simple y llanamente, articular políticamente una parte de esa respuesta. Nada más.
Con todo, lo más relevante es comprobar que pese a tanta satisfacción ‘podemista’ por la situación política las posibilidades de que la izquierda vuelva al poder –al menos al palacio de la Moncloa– son algo más que remotas.
Entre otras cosas porque su fragmentación, lejos de reducirse, ha ido creciendo. Hasta el punto de que un mapa político de la izquierda española ocuparía hoy algunas hojas de cálculo acompañadas de unpotente navegador para adivinar la orientación ideológica de cada una de las formaciones. Y ello sin contar un hecho verdaderamente extraordinario en la política europea desde 1945: la progresiva atomización de la izquierda española por territorios, lo cual no es sólo una patada al internacionalismo proletario que reclamaron en su día los padres fundadores, sino un insulto a la inteligencia, toda vez que se pretende dar soluciones locales a un mundo cada vez más global. ¿O es que la financiación del Estado de bienestar –pensiones o sanidad– se puede abordar desde el localismo proletario?
Falacias de grueso calado
Más allá de este desatino estratégico, lo singular es el desprecio por la construcción de nuevas mayorías sociales, lo cual, dicho sea de paso, es no entender nada de la realidad sociopolítica y cultural del país. Y que es, precisamente, lo que se ha llevado al Partido Socialista por delante. Más preocupado por políticas cortoplacistas para neutralizar a los nuevos populismos de izquierdas (que van mucho más allá que Podemos) que por reivindicar como propios los intensos cambios sociales que se han producido en España desde la dictadura. Hasta el extremo de que ni siquiera ha sabido desmontar –tampoco lo ha hecho el PP– falacias de grueso calado como que España, tras la crisis económica, volvería a los años 50. Una auténtica estupidez intelectual sustentada por algunos profesores metidos hoy en política.
Pese a tanta satisfacción ‘podemista’ por la situación política las posibilidades de que la izquierda vuelva al poder, al menos a Moncloa, son algo más que remotas
Los socialistas, incluso, han ninguneado el valor de la democracia representativa, lo que ha infantilizado las políticas públicas hasta un nivel insoportable. Las cosas, según el nuevo esquema, son buenas o malas, de izquierdas o de derechas, progresistas o reaccionarias… Ignorando que en un plebiscito las razones por las que se opta por una u otra opción no tienen nada que ver en la mayoría de las ocasiones con la pregunta planteada. Se vota para castigar al adversario político, no como un ejercicio de compromiso intelectual con lo que somete a referéndum. En definitiva, una pobreza conceptual que convierte a los partidos en meros transmisores de un ideal político inexistente.
Cuando el PSOE juega a orillarse tácticamente hacia la izquierda (o hacia la derecha) pierde la centralidad política y deja de ser un partido de masas, lo que explica sus bajos niveles de afiliación política y su alejamiento de las clases medias urbanas. Olvidando que apenas 246 municipios, los más grandes, albergan algo más de la mitad de la población. En concreto, el 54,7%, según los datos del IVIE y de la Fundación BBVA. Ahí está el granero electoral del PSOE, quien parece haber olvidado que la revolución tecnológica iniciada en los años setenta ha desplazado el conflicto social de las fábricas a las ciudades. Ahí está ahora el conflicto social y no en Twitter o Facebook.
La configuración de nuevas mayorías sociales es un viejo anhelo de la izquierda que, tradicionalmente, la derecha ha sido capaz de hilar tejiendo estrategias de captura de votos procedentes de colectivos habitualmente alejados de su electorado. Algo que explica el ensanchamiento de su base social. El PP, de hecho, llegó a ganar en el 99% de los distritos de Madrid. No es, por lo tanto, un problema de ideología, sino de ideas, conceptos que a veces se confunden como si fueran la misma cosa.