La izquierda que odia a Israel
«¿Cómo no va a molestar Israel al izquierdismo si es una democracia liberal rodeada de regímenes autoritarios? Es el símbolo que quieren destruir»
La respuesta de Israel a Hamás ha desatado el antisemitismo de la izquierda. Todo coincide. Son los mismos que prefieren a Bildu antes que al PP; es más, que creen que el pluralismo es conveniente, pero sin las derechas. Son los que entienden el terrorismo etarra como otra forma de hacer política, y critican a los que recordamos a las víctimas y dicen que politizamos el dolor. Son justo los que aplauden que se viole el Estado de Derecho para conceder una amnistía a los golpistas de 2017, y culpan de la violencia independentista a la derecha gobernante y a los jueces.
No acaba aquí. Son los que llaman «nostálgicos» a los que defendemos la Constitución como norma de convivencia. Son esos que piensan que la separación de poderes es una fascistada porque la soberanía reside en un Parlamento, ojo, siempre que la mayoría sea suya. Son los que piensan que respetar los símbolos de España, como la bandera, es de fachas. Son aquellos que cancelan a escritores, periodistas y académicos, a actores, músicos o deportistas, cuando discrepan del dogma progresista. Son los que alardean de superioridad moral y cultural, pero cambian sus argumentos cuando el sanchismo toca a rebato.
Sigo. Son esos que llevan la «memoria democrática» hasta 1983, convirtiendo a los terroristas en luchadores por la libertad, como si matar guardias civiles, militares, políticos, jueces, profesores y gente común, todos inocentes, constituyera el fundamento de la democracia. Son los que creen que el Estado es superior al individuo, cuya libertad y derechos son sacrificables en aras de «lo público». Son los que se emocionan cuando ven a manifestantes pegando a policías acorralados. Son los que cercan el Congreso o el Parlamento andaluz cuando pierden las elecciones. Son, en fin, los que piensan que solo hay democracia cuando gobiernan los suyos, y que los otros merecen el ostracismo, los escraches y el repudio general.
Hay más. Son los que apoyan la guerra de exterminio de Putin porque en Ucrania hay «nazis», y piden que Zelenski se rinda y ceda. Son los que se derriten con las dictaduras comunistas caribeñas y sus gorilas rojos. Son los que creen que el golpe de Estado de Lenin en 1917 fue una revolución para el bien de la Humanidad aunque supusiera el exterminio planificado de millones de personas. Son los que defienden que si falló el comunismo no fue por sus principios, sino porque se llevó mal a la práctica y que la próxima vez saldrá bien, seguro. Son los que sostienen que el atentado del 11-S en Estados Unidos fue la respuesta justa a la política norteamericana en Oriente Medio. Son los que usan eufemismos y requiebros lingüísticos para no decir que las muertes en Israel fueron asesinatos terroristas, o callan cuando aquí el delito sexual lo comete una persona «racializada».
«Son los que en España se llenan la boca en defensa de los homosexuales, pero apoyan a regímenes que castigan la homosexualidad»
No he terminado. Son los que en España se llenan la boca en defensa de la vida libre de los homosexuales, pero apoyan a regímenes e ideologías que condenan y castigan la homosexualidad. Son los que se irritan por el «micromachismo» de ofrecer ayuda a una mujer para subir una maleta pero callan con los matrimonios concertados de menores en el mundo musulmán, o con el secuestro y violación de jóvenes israelíes. Son los que dicen que la palabra de una mujer es sagrada pero boicotean a Ayuso, o quieren linchar a la embajadora de Israel cuando pisa una facultad.
Los ejemplos son casi infinitos, tanto como el número de bobadas izquierdistas oídas y leídas estos días. La mayor parte de los vociferantes contra Israel no sabe ni dónde está el país, ni cómo se gobierna y, lo que es peor, tampoco le importa. Siguen sin saberlo, por supuesto, aquello que escribió Marx:
«¿Cuál es el fundamento secular del judaísmo? La necesidad práctica, el interés egoísta. ¿Cuál es el culto secular practicado por el judío? La usura. ¿Cuál es su dios secular? El dinero. Pues bien, la emancipación de la usura y del dinero, es decir, del judaísmo práctico, real, sería la autoemancipación de nuestra época».
¿Cómo no va a molestar Israel al izquierdismo si es una democracia liberal rodeada de regímenes autoritarios? Es el símbolo que quieren destruir. No soportan el bienestar y la libertad que se respira en Israel en comparación con su entorno. Les estorba. No lo pueden evitar. Odian todo aquello que no coincide con su ideología, y desean su fin. No importan las contradicciones o los derechos humanos, y menos aún la democracia. Tarde o temprano sale a la superficie su sectarismo ciego y, por tanto, su repudio a Israel. Lo decía Iain Pears, un novelista británico, al comparar el antisemitismo con el alcoholismo: puedes estar sin beber 25 años, pero si las cosas te van mal y te ponen una copa en la mano empiezas a sudar y luego te zambulles. Nada más ver las primeras imágenes del horror en Israel, la izquierda se ha zambullido.