La juventud cubano-americana abraza la reconciliación entre ambos países
En la casa familiar de Raúl Moas en la Pequeña Habana de Miami, corazón de la comunidad cubano-americana en Estados Unidos, una botella del mejor champán francés aguarda a ser abierta desde hace décadas. El anuncio del presidente Barack Obama, el día 17, de que su país y Cuba van a iniciar la normalización de relaciones tras más de medio siglo de enfrentamiento, no ha sido motivo suficiente para descorcharla.
“El Dom Pérignon nunca se ha abierto porque esa botella es para cuando se caiga el sistema en Cuba. Mi familia siempre pensó que iba a haber un día X de cambio. Y no va a ser así”, explica Moas, de 26 años.
Su propia familia encarna el gradual cambio generacional y político que experimenta la comunidad integrada por los dos millones de cubano-americanos que viven en EE UU, más de la mitad en Miami.
Los abuelos de Moas huyeron tras la llegada de Fidel Castro, en 1959, y siguen rechazando cualquier “concesión” a La Habana. Los padres salieron de niños y crecieron en el seno del exilio más radical de Miami, pero empiezan a apoyar cosas como los viajes a Cuba. Y luego está Raúl, nacido en EE UU y con más curiosidad que complejos frente a la isla de sus orígenes.
Hace años que la Universidad Internacional de Florida (FIU) registra ese gradual cambio que en 2012 llevó a que Obama se hiciera con la mayor parte del voto de esta comunidad. Su última encuesta, en junio, constataba un mayor apoyo a una apertura de EE UU hacia Cuba entre los jóvenes y los cubanos inmigrados en los últimos años que entre sus mayores.
El primer sondeo tras el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas confirma la división generacional: el 64% de los nacidos en EE UU, como Raúl Moas, apoya la normalización frente a un 38% entre quienes nacieron en la isla, según la encuesta de Bendixen & Amandi.
Para Moas, su comunidad tiene dos opciones: “Nos podemos quedar de brazos cruzados y protestando. O podemos decir ‘Mira, el tren se está moviendo, hay que montarse en el tren para ayudar a manejarlo’. No sabemos a dónde va, ni a qué velocidad, pero hay que hacer algo”. Moas apuesta por la segunda opción. Dirige Raíces de Esperanza, una red de estudiantes y profesionales que apoya a jóvenes cubanos “para que ellos se conviertan en los autores de su propio futuro”.
Allí trabaja también Natalia Martínez, una psicóloga de 28 años que dejó Cuba con sus padres por motivos económicos en 1992. Ella sabe que, de no haber emigrado, hoy sería uno de tantos jóvenes en Cuba que anhelan un futuro con más oportunidades de las que les puede ofrecer el régimen castrista. Por ello trabaja por ayudar a los que, como tantos de sus amigos, se quedaron en la isla.
Martínez afirma que en esa juventud —en ambas orillas— está la raíz de una reconciliación esquiva durante décadas. “Los jóvenes, tanto en Cuba como acá, no nos sentimos endeudados” con la historia que tanto ha marcado a los padres y abuelos. “Sentimos que hay que respetar, que hay que tener una conversación sobre el pasado”, explica. Pero “para llegar al cambio hay que construir algo nuevo, no necesariamente seguir en el mismo ciclo de la conversación de lo que ya ha pasado. Hay jóvenes en Cuba y acá que concuerdan en este tema. Dudo que tengamos opiniones iguales, pero estamos de acuerdo con esa narrativa de que hay que construir algo distinto, respetando el pasado pero construyendo algo que se mueva en el horizonte, que tenga otra dirección”, recalca.
Alejandro Barreras forma parte a sus 45 años de ese creciente grupo de inmigrados a partir de los noventa que también respalda los cambios hacia la Cuba que él abandonó a los 22 años. Combina su trabajo como diseñador gráfico en Miami con CubaNow, una organización dedicada a “inspirar una nueva conversación acerca de las realidades que están sucediendo en ambos lados del estrecho de la Florida”, en referencia a las reformas económicas implantadas por Raúl Castro y la flexibilización de la política hacia la isla por parte de Obama desde 2009.
“Hay resentimientos y dolores de ambos lados”, apunta Barreras. Bien lo sabe: su padre, que “era muy creyente en la revolución”, murió sin volver a dirigirle la palabra desde que abandonó Cuba. “La única manera de que esos resentimientos no se resuelvan es mediante el aislamiento e ignorar que el otro existe”, afirma. “No hay una solución perfecta, pero mantener unstatu quo que lo único que hace es mantener al régimen en Cuba no creo que tenga sentido para nadie”.
Barreras, Moas y Martínez están convencidos de que ese mensaje empieza a calar incluso entre los cubano-americanos más intransigentes. “Por muchos que vayan a protestar ante el Versailles[el restaurante de Miami donde se reúne el exilio más radical], nunca van a ser los 400.000 o más que cada año viajan a Cuba”, apunta Barreras.
Pero todavía queda mucho camino por recorrer, reconocen. Martínez señala: “En realidad lo que ha pasado es un reset de cierta conversación, ahora todavía nos falta tener esa conversación”.
“La comunidad tiene una oportunidad única, como no la hemos tenido en las últimas cinco décadas, de influir en el cambio en Cuba”, insiste Moas. “Tenemos la opción de llenar el vacío que se ha creado, de llenar esos nuevos espacios con sociedad civil, con empresas privadas, con información, tecnología e intercambio. O nos podemos quedar acá de brazos cruzados”.