La lección de Salvador Sobral en el disparate de Eurovisión
El portugués Salvador Sobral, ganador de Eurovisión 2017. BRENDAN HOFFMAN (GETTY) / QUALITY
Decía Miles Davis que no había que temer a los errores porque allí, en ellos, no había errores. Siempre se podían extraer enseñanzas. Con su estilo desaliñado y su traje pasado de talla, Salvador Sobral era visto por muchos como un error que no encajaba en la parafernalia televisiva de Eurovisión. De alguna forma, en la fiesta de lo extravagante, la purpurina y el pop vacuo, el bicho raro era él. Cierto: se había colado y muy pocos esperaban que triunfase, pero lo hizo. Y cómo lo hizo.
Se puede sacar más de una conclusión de la victoria del portugués. Con su deliciosa Amar pelos dois, Sobral no solo ha conseguido que triunfe la música por encima del espectáculo televisivo, sino que también ha puesto el foco en cuestiones artísticas que se olvidan en detrimento de la moda y el interés comercial. Amar pelos dois enlaza directamente con la esencia de lo que una vez fue Eurovisión, un festival de la canción popular europea, un evento donde cada país se distinguía con sus aportaciones sonoras y líricas en el rico mapa del viejo continente.
Portugal puede reconocerse en la canción ganadora. Tiene el aroma del fado y fue cantada en portugués llevando la contraria al pensamiento dominante, luchando contra el latoso pop y el imperativo del inglés. No es lo que hacen —y llevan haciendo desde hace muchos años— la mayoría de países participantes, como España. Somos el ejemplo contrario a Portugal, y no solo porque lo diga la clasificación. El intrascendente Manel Navarro ilustra perfectamente el despropósito que es esta cita musical. Su pop empalagoso de ínfulas surf, cantado sin ton ni son en inglés y español, tal vez podría colar en una campaña de una tienda de ropa adolescente, pero poco más. Es como decir que el burrito de paella que ya se vende en algún lugar del planeta es típica comida española. Espanta. Si hubiésemos hecho como Portugal, habríamos llevado a Soleá Morente, Rocío Márquez o Los Hermanos Cubero, por citar algunos.
La lección es valiosa. Sobral podía haber alterado su canción, adaptándola como le habían sugerido a la línea pomposa del festival, pero en un acto de coherencia artística decidió mantener Amar pelos dois tal y como fue concebida. Compuesta por su hermana Luisa, envuelve por su elegancia instrumental, partiendo del fado. Algo que ya había demostrado en su único disco, Excuse me.
Le gusta al último ganador de Eurovisión hablar de Chet Baker. Tal vez sea su mayor influencia. De él adquiere el toque de cool jazz, ese estilo refinado, que es seda para los oídos. Excuse me sale de ahí, pero tiene carácter portugués. Sobral baña casi toda su música en una sugerente mezcla de fado ligero y bossa nova, siendo capaz de unir las orillas del Atlántico en sus canciones. En Nada que esperar, cantada en español, el fado y el jazz de cabaret se asocian para terminar haciendo un guiño al Cucurrucu Paloma del brasileño Caetano Veloso, al que recuerda en varias ocasiones.
Cuentan en Palma de Mallorca, donde solía tocar cuando era estudiante Erasmus antes de irse a Barcelona e ingresar en el Taller de Músics, que a aquel chaval de risa franca y mirada tímida le apasionaba el jazz y la música de su compatriota Rui Veloso, un investigador del blues desde la tradición portuguesa. Cantaba en Palma Jazz Voyager, Saratoga, Sala Trampa o el antiguo Blesville y compartía escenario con destacados músicos locales como Pepe Ragonese, Omar Lanutti, Pep Lluis o Steve Bergendy. Se forjó desde la base y el amor al arte.
A fin de cuentas, Sobral es música. Nada que ver con ningún espectáculo ni campaña mediática. Y la música es identidad y aventura. En sus propias palabras, dichas en su breve pero certero discurso tras ganar: “La música no son fuegos artificiales, la música es sentimiento y tiene que decir algo”. Parece obvio, pero luego no lo es tanto. Sobral no pegaba en el disparate de Eurovisión, pero ningún error ha merecido tanto la pena. Ojalá sea un punto de inflexión y no una mera anécdota para el futuro.