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La ley que acaba con las mujeres

La condición de hombre o de mujer dependerá de cómo se siente uno, y eso puede cambiar y cambiar y volver a cambiar


Gracias a los sedicentes feministas de última generación, con Sánchez y Montero a la cabeza, llega la ‘ley trans‘. A partir de aquí la mujer verá relativizada su condición y objetivamente empeorada su situación. Las feministas de la ola anterior denuncian que, con este inconcebible giro, la posición que se ha dado en llamar ideología de género está borrando a la mujer. Y tienen razón. Con los nuevos dogmas (pues son postulados indiscutibles) no se puede definir ‘mujer‘. Así lo comprobamos en el documental y libro de Matt Walsh. Quiero decir que así lo comprobarían si las obras del hereje no fueran canceladas por sistema. La conclusión es que no se puede definir ‘mujer’ a la luz de la ideología imperante, esa que defienden con violencia y amenazas los activistas, y con campañas propagandísticas los gobiernos. La que difunden y normalizan las multinacionales en sus piezas publicitarias, e introducen en infantiles cerebros los maestros. Revolucionarios y magnates, terroristas callejeros y periodistas ‘mainstream’ avanzan jubilosos como un solo hombre (ay) hacia la liquidación de cuanto había alcanzado históricamente el movimiento feminista.

Enseguida llegará gracias a la nueva ley de Sánchez y Montero el ansiado escenario que, por alguna perversa razón que se me escapa, tanto ansía el imbécil contemporáneo. Mujeres atletas con pene humillarán por sistema a mujeres atletas con vulva, al punto que para las segundas el deporte dejará de ser una opción profesional o una forma de promoción. Hombres con pene declararán sentirse mujeres al ser condenados a prisión, de modo que habrá que ingresarlas en cárceles para mujeres (¿qué otra cosa?), con el consiguiente riesgo de violación por parte de aquellas mujeres con pene que resultan ser lesbianas. Hombres con pene ejercitarán su derecho a autodeterminar su género y se sentirán mujeres mientras dure cualquier proceso de selección en el que la condición femenina venga acompañada de alguna discriminación positiva. No lo olviden: la condición de hombre o de mujer dependerá de cómo se siente uno, y eso puede cambiar y cambiar y volver a cambiar.

Lo más descarnado de todo es que, impulsada por una fe furiosa que aísla del entorno, la nueva izquierda se tapa los oídos para no atender lo que las asociaciones de hormonados y operados arrepentidos del Reino Unido o Suecia tienen que contarles sobre sus experiencias y engaños, sobre las mutilaciones en la infancia y adolescencia. Se tapan los ojos para no leer ‘Un daño irreversible, la locura transgénero que seduce a nuestras hijas’, de Abigail Shrier. Fanatizados gobernantes, aislados de cualquier estímulo exterior por una posesión inhumana caminan hacia atrás y cuesta arriba de la realidad como las niñas de Garabandal. La ley que les han clavado por la espalda a las feministas de verdad reafirma que todo en la nueva izquierda es reaccionario.

 

 

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