La «maldita circunstancia» del plástico por todas partes
El turista termina de comer frente al mar y el viento se lleva el plato desechable que hasta hace un segundo estuvo sobre la mesa. A pocos metros, una familia local consume refresco desde una botella de polietileno tereftalato (PET) que poco después terminará en las aguas del Caribe. Toda América Latina tiene por delante una de sus más duras batallas medioambientales, aquella que debemos librar contra los residuos de plástico de un solo uso que terminan en la naturaleza, pero hay naciones donde apenas se ha librado la primera escaramuza.
En Cuba, las bolsas de plástico de los mercados han sido parte inseparable de la vida cotidiana durante más de dos décadas. Consideradas casi un símbolo de estatus en los años 90 cuando empezaron a difundirse de la mano de la apertura de las primeras tiendas en pesos convertibles, son actualmente usadas para una gran diversidad de tareas diarias: desde reparar una tubería rota, hasta cubrirse la cabeza en un día de lluvia. En la Bahía de La Habana se les ve flotar junto a las botellas y las latas de cerveza en las oscuras aguas que huelen a hidrocarburos.
Lo que ocurre en la Isla es parte del drama que se vive en todo el continente. Según un informe de Naciones Unidas, un tercio de todos los desechos generados en las ciudades latinoamericanas terminan en vertederos abiertos o va a parar a la naturaleza. Cada día, unas 145.000 toneladas de residuos se eliminan de forma incorrecta y solo un 10% vuelve a usarse gracias al reciclaje o la aplicación de diversas técnicas de recuperación. Algunos países como Chile, Perú y Costa Rica han plantado cara legal a esta situación, mientras que otros como Jamaica y Panamá empiezan a trazar alianzas regionales para evitar males mayores.
De mantenerse una mentalidad que ubica el consumismo y la exhibición de bienes materiales por encima de la protección del planeta, tampoco se logrará mucho
Pero el problema tiene raíces que se hunden en la educación, la formación medioambiental y hasta en la autonomía o en el poder de la sociedad civil para hacerse escuchar. Mientras millones de ciudadanos de esta parte del mundo sigan creyendo que la contaminación es algo lejano que ocurre solo en un lejano basurero, o en remotos océanos, y que ellos están a salvo puertas adentro de sus casas, poco podrá lograrse. De mantenerse una mentalidad que ubica el consumismo y la exhibición de bienes materiales por encima de la protección del planeta, tampoco se logrará mucho. Seguir asociando los envases de un solo uso al confort, la modernidad o el poder adquisitivo… terminará por ahogarnos -literalmente- en plástico.
Con todos los mercados bajo gestión estatal, con el control de todos los canales de televisión que se ven en el territorio nacional y con un mecanismo de propaganda estatal bien engrasado, las autoridades cubanas podrían haberle declarado la batalla a las botellas de PET y a las bolsas desechables, conocidas popularmente en las Isla como «jabitas de nailon». Sin embargo, hasta el momento, pocas han sido las alusiones gubernamentales al serio problema con los residuos que atraviesan nuestros mares y nuestros campos. Es en ese punto, donde queda clara la importancia de una sociedad civil que promueva estas campañas, la necesidad de que el ciudadano pueda tener también voz activa cuando de medioambiente se habla.