La más baja ocasión que vieron los siglos
El hecho de que García Montero haya detonado la polémica pública y repetidamente, incluso durante el acto inaugural del encuentro de Arequipa, es el síntoma de la inspiración política del asalto
Después de lustros de nefasta política exterior española en Iberoamérica, cuyo termómetro ha sido el progresivo declive de las cumbres iberoamericanas, y la pérdida de peso en la UE en temas del hemisferio hispano, sólo quedaba en pie la obra cultural de la Real Academia Española y la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale), que ha permitido mantener los vínculos idiomáticos, afectivos, culturales, de todo el continente, desde una perspectiva no gubernamental y con el admirable conjunto de diccionarios y tratados elaborados y publicados con el consenso de estudiosos de todos los países. ¡Qué tendrá la lengua, que todos la quieren!
Emerge en este contexto una lectura diferente de la guerra desatada por Luis García Montero, director del Instituto Cervantes, que depende del ministro de Exteriores, contra el director de la RAE, Santiago Muñoz Machado. Esta guerra del Cervantes merece llamarse ‘la más baja ocasión que vieron los siglos’, en contraste con lo que dijo de Lepanto el autor del Quijote, por lo que tiene de ataque rastrero para intervenir desde el poder Ejecutivo una institución cultural financiada con dinero público pero que el Gobierno no ha podido controlar a su capricho, por ejemplo, cuando le pidió respaldo para el lenguaje inclusivo, con el que quería enmendar la Constitución Española de 1978 como se hizo en la Venezolana de 1999 con aquella ley que protegería por igual, según la célebre broma del escritor Ibsen Martínez, los derechos de los mamahuevos y las mamahuevas.
No en vano Muñoz Machado ha escrito sobre el constitucionalismo iberoamericano en su último libro, y en términos muy críticos con los idearios del Grupo de Puebla, esta nueva vieja izquierda latinoamericana que inspira a los autócratas como Maduro, de la que surgen los nuevos aliados de la política Exterior del sanchismo, como demuestra el vergonzoso silencio de nuestro Gobierno con ocasión del premio Nobel de la Paz a María Corina Machado.
A tirones de la lengua, pues, estamos asistiendo al asalto del Instituto Cervantes a la Real Academia Española y a todo lo que representa, en una jugada de largo aliento que ha llevado a García Montero a viajar continuamente al continente americano con la intención de implementar su presencia, premiación, homenaje y munificencia en países donde no tiene centros que atender, pero sí socios y cooperantes. Como vivimos en un país que hace huelgas de trenes por Palestina y no por el deterioro del servicio, ¿qué tiene de raro que un instituto gubernamental quiera pisotear el trabajo sutil y centenario de la Real Academia Española en América?
La orden es, sin duda, que no se puede tolerar la independencia de las academias, cuando están viviendo de la subvenciones del Ejecutivo, y que las doctas instituciones deben ser funcionales para la agenda política. Y si no: ya que no puede decirse un «exprópiese» de perfume chavista, al menos «impúgnese» a su director y de paso póngase en el punto de mira a quien podría sucederle: Juan Luis Cebrián. Según los mentideros académicos el periodista es el candidato con más posibilidades de sustituir a Machado en 2026, y ha cometido el error de salir del círculo infernal de la izquierda entregada y se ha pasado con sus viejos pecados, columnas y pertrechos a ‘The Objective’, uno de esos ‘pseudomedios’, según nomenclatura sanchista, que publica cosas que ellos llaman ‘bulos’ y contribuyen a llevar al entorno presidencial a los juzgados.
Dice Karina Sainz Borgo que la muerte de la libertad ocurre antes en el lenguaje, y sabe de lo que habla. No existe un precedente en la historia tricentenaria de la Academia de un acoso como este, efectuado por un poder al que le gustan las hagiografías de RTVE, pero no la RAE, un poder que está sin duda en el lado bueno de la historia, ¿cómo no iba a ser así?, el Gobierno santo, ‘santidemocrático’, de Pedro Sánchez. Franco quiso en 1940 imponer algunos académicos que le caían simpáticos para rellenar los huecos del exilio, pero la RAE se resistió dejando sillas vacías hasta el retorno de la democracia, una cicatriz visible y valiente en homenaje a los hombres de la tercera España.
Hace apenas unos meses pudimos asistir en la RAE a un acto simbólico de ingreso de Antonio Machado, a quien su muerte tras la guerra impidió convertirse en académico de la Española. Pero el espíritu de los tiempos ya no va por ahí, y aunque ni las dictaduras ni los caudillos se habían metido hasta ahora con el sable de la política en la vida de la academia, llegado es el momento: la más baja ocasión que vieron los siglos.
Las guerras del lenguaje son hoy a vida o muerte de la libertad, queramos o no ser conscientes de ello. Y si hay algo en la organización del Congreso Internacional de la Lengua que haya extremado el pique natural entre el Cervantes y la RAE, debería haberse resuelto entre bambalinas, como siempre, como en Cádiz, cuando el Cervantes metió ministros en el programa académico tan obedientemente. El hecho de que García Montero haya detonado la polémica pública y repetidamente, incluso durante el acto inaugural del encuentro de Arequipa, es el síntoma de la inspiración política del asalto. Golpear a la RAE para que los académicos tarde o temprano se sientan amedrentados en la nueva Numancia del diccionario. Sitiados por el Gobierno que les da de comer. No muerdan, no mamen. El límite lo ha puesto Nicaragua con su Academia, a la que al final ha borrado del registro institucional. La clandestinidad del diccionario. Es un futuro hermoso, propio de una novela de Ray Bradbury.
Y García Montero, en su última columna de ‘El País’, lanzaba un mensajito en las líneas finales: que tiene una navaja, que se la han regalado. Por eso toda esta polémica es una sucia reyerta, la más baja ocasión contra la RAE en la persona de Muñoz Machado: que si es un hombre de negocios, un catedrático de Derecho Administrativo, vamos, un rico legítimamente criticable desde el tomo marxista, pura lucha de clases que se resolverá en la lumbre del Castillo kafkiano del poderoso burócrata, como decía Álvaro Pombo. Pero en el censo de académicos que votan, que votan todo el rato, y se eligen democráticamente incluso en tiempos oscuros, que llaman papeletas a las meras propuestas de nuevas palabras, no figura Luis García Montero. No puede presentarse, ni votar, todavía, el poeta que tiene al director de la RAE en tan baja esgrima.
No tiene el torpe desaliño indumentario machadiano, aquel viudo profesor que hacía profesión de sus tristezas por los campos de Castilla, lo que tiene y ejerce es el poder, un poder de conquistador, que tanto asombra estos días en la América mestiza, donde es deporte secular observar qué hacen los españoles cuando no tienen un enemigo claro: matarse entre ellos. La destrucción del clima institucional es un lamentable espectáculo que ha causado hondo pesar entre los asistentes al CILE. Bienvenidos a la guerra civil del idioma, siempre proverbial.