La memoria de Letelier no es solo nuestra
Salvador Allende habla con el embajador Orlando Letelier AP
Se cumplen 40 años del asesinato de Orlando Letelier, miembro del gobierno de Salvador Allende
Habíamos trabajado por más de dos horas en la columna en la que Orlando Letelier debía rechazar la pretensión de Pinochet de privarlo de su nacionalidad cuando sonó el teléfono de mi casa. Escuché la voz de Orlando contento que la hubiésemos terminado, pero ansioso por ver la propuesta y corregirla. Te pasaré a recoger mañana a las ocho y media y seguimos en mi auto al trabajo, me dijo. Le expliqué que no podría acompañarlo, que mi mujer me había pedido que cuidara de nuestros dos hijos pequeños mientras ella atendía un compromiso de primera hora. Acordamos que estaría a las 9.30 en el Instituto donde compartíamos una oficina con el artículo en la mano.
Solo tres semanas antes el dictador y todos sus ministros, militares y civiles, incluidos algunos “Chicago Boys”, habían suscrito un “Decreto Supremo 588” en el que se declaraba al ex Canciller de Salvador Allende, “traidor a la Patria”. Waldo Fortín y yo, sus ayudantes chilenos en Washington, preparamos la respuesta. Esta sería publicada algunos días más tarde en el New York Times.
Orlando Letelier no alcanzaría jamás a ver ese texto. En la mañana del día 21 de Septiembre de 1976, él y su colega Ronnie Moffitt morian asesinados por agentes de la dictadura de Pinochet con una bomba instalada bajo el auto mientras transitaban junto al marido de Ronnie, Michael, por Sheridan Circle, a solo metros de la Residencia de la Embajada de Chile. Sería el primer atentado terrorista cometido por un gobierno extranjero en la capital de los Estados Unidos.
Más de un año antes, Letelier había vuelto a Washington luego de haber sido encarcelado el mismo día del golpe de Estado que destruyó la democracia chilena, el 11 de Septiembre de 1973. Tras pasar casi dos años preso en la remota isla Dawson en el sur antártico de Chile, quien había sido Embajador en Washington y Ministro de Relaciones Exteriores de Salvador Allende, fue primero expulsado a Caracas, y de ahí se trasladó a Washington, con su esposa Isabel y sus cuatro hijos: una ciudad a la que conocía bien, por haber sido durante años funcionario del Banco Interamericano de Desarrollo.
Ni Letelier, ni los chilenos que nos habíamos reunido con él para denunciar en Estados Unidos las atrocidades cometidas por la dictadura chilena, ignorábamos los peligros que corrían quienes dirigían estos esfuerzos. Pinochet había ordenado el asesinato del ex comandante en Jefe del Ejército Carlos Prats y de su esposa Sofía en 1974, y luego el asesinato frustrado del líder demócrata cristiano Bernardo Leighton en Roma en 1975. Creíamos sin embargo que el dictador chileno no se atrevería jamás a cometer un atentado en Washington. Ignorábamos entonces lo que Pinochet había dicho a Henry Kissinger tres meses antes del crimen en Sheridan Circle, cuando a las melosas promesas de apoyo del Secretario de Estado, había respondido tercamente con un reclamo y una amenaza: “será lo que usted dice, pero ahí están Orlando Letelier y Gabriel Valdés atacándome en el Congreso de los Estados Unidos”. Gabriel Valdés, mi padre era en esa época responsable del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo en Nueva York.
Pinochet no estaba equivocado. A Orlando Letelier le unía una amistad con el Senador Ted Kennedy, conocía muy bien a George Mac Govern y Edmund Muskie y en 1975 había promovido el viaje del Senador Tom Harkin y el Congresista George Miller a Chile y a sus centros carcelarios. El día antes de su asesinato preparábamos juntos la visita al Congreso de la esposa de un dirigente socialista condenado a muerte por la dictadura, y un mes antes, Letelier y Valdés habían respaldado la primera reunión entre miembros de la izquierda y el centro demócrata cristiano chileno en Nueva York. Esas eran las razones por las que Pinochet les temía a ambos.
Hoy sabemos gracias a un memorandum del Secretario de Estado George Shultz al Presidente Ronald Reagan del 10 de Junio de 1987, que un informe de la CIA concluyó fehacientemente que Pinochet dio personalmente la orden de asesinar a Letelier.
Han transcurrido cuarenta años desde este crimen y el próximo día 23, la Presidenta de Chile, Michelle Bachelet, estará presente en Sheridan Circle junto a los familiares y amigos de Letelier y Ronnie Moffitt para conmemorar esta tragedia. Gracias a la persistencia del FBI, que logró superar todos los obstáculos que se le tendieron en Santiago y en Washington para oscurecer el crimen y confundir a sus investigadores, se encontró a los culpables y ellos fueron encarcelados. Gracias a la administración Carter que dio impulso a la investigación, al Presidente Clinton que desclasificó miles de documentos sobre Chile, y al Presidente Obama que desclasificó documentos importantes sobre el caso Letelier, pero muy especialmente gracias a los periodistas, investigadores y amigos de Orlando y Ronnie que nunca dejaron de luchar por la verdad, hemos sabido más acerca de ese período trágico que unió de manera siniestra a quienes entonces nos gobernaban y a través de ellos a nuestros países.
Ni el golpe militar chileno, ni el primer atentado terrorista ocurrido en Washington son solo asuntos internos de los chilenos. Son asuntos de chilenos y de norteamericanos. Y no sólo porque el cobarde atentado de Sheridan Circle cobró la vida de una maravillosa joven norteamericana, sino porque como Michelle Bachelet y Barack Obama han sabido reconocer, es la construcción democrática de nuestras sociedades la que ha exigido levantar el velo y asumir la verdad de lo sucedido. Esa es la única respuesta posible para el decreto 588 que hace cuarenta años autorizó el asesinato en Washington de Orlando Letelier.
Juan Gabriel Valdés es embajador de Chile en Estados Unidos