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La mesa Maduro-oposición de México puede ser tan inútil para las elecciones de 2024 como la de República Dominicana

Al margen de las condiciones electorales, la oposición confía en que algunos elementos nuevos hagan insostenible mantener un resultado con gran fraude

Fotografía cedida por la oficina de Prensa del Palacio de Miraflores que muestra al presidente venezolano, Nicolás Maduro, mientras saluda al diputado José Brito, coordinador nacional del movimiento opositor Primero Venezuela, durante una reunión en Caracas (Venezuela) EFE

 

En su recta final, la Administración Obama se jactaba de la posibilidad de obligar a Nicolás Maduro a unas elecciones abiertas y trasparentes mediante un proceso negociador que, con los meses, se fue concretando en las conversaciones mantenidas entre el chavismo y sectores de la oposición en 2017 en República Dominicana. No fue así. Maduro logró ganar tiempo, montó unas elecciones fraudulentas en 2018 y, aunque muchos países no quisieron reconocer su reelección, ha seguido en el poder hasta hoy.

A tenor de la poca presión que la Administración Biden parece querer ejercer para que las elecciones de 2024 sean realmente competitivas –ha malgastado la carta de los «narcosobrinos» y ha autorizado a la petrolera estadounidense Chevron a reanudar la actividad productora en los pozos venezolanos, sin exigir a Maduro ninguna cesión sustancial a cambio–, podemos pensar que la historia va a repetirse.

Es cierto que la oposición está más unida en la mesa de México que lo estuvo en República Dominicana y que los acompañamientos internacionales son hoy más fiables (hace cinco años, en el proceso mediaba el muy sospechoso José Luis Rodríguez Zapatero). Pero la exigencia que no se logró para 2018 –elecciones libres y trasparentes, organizadas por un Consejo Nacional Electoral equilibrado; restitución de la independencia de poderes– tampoco podrá obtenerse para 2024.

Cambio de estrategia

Con todo, hay algunas diferencias que explican el cambio de estrategia de la oposición, en parte condicionada por el contexto internacional. En 2018, sin concesiones de Maduro a pesar de las reuniones en República Dominicana, el grueso de la oposición finalmente fomentó la abstención, y desde luego esta fue alta (solo participó el 46% del censo, un récord histórico para unas presidenciales). Sin embargo, eso no derribó al régimen.

Se intentó luego forzar un colapso del chavismo mediante una gran presión internacional, liderada por Estados Unidos, con el reconocimiento de Juan Guaidó como presidente interino en enero de 2019 y también, pocos meses después, a través de un golpe interno que fracasó. Pasado su «momentum», el cerco internacional comenzó a aflojarse progresivamente, hasta llegar al parcial levantamiento de las sanciones de Washington que hoy vemos.

Así las cosas, en un contexto en el que el petróleo de Venezuela vuelve a interesar mucho a Estados Unidos y también atrae a Europa, a la posición no le ha quedado más remedio que explorar la vía de jugar a fondo la carta electoral. No porque confíe en que la mesa de México vaya a garantizar unas elecciones limpias, sino esperando que todo ese proceso obligue a Maduro a ciertas apariencias que luego entorpezcan el querer hacer tragar a la propia población y a la comunidad internacional el pucherazo electoral, que ciertamente se dará.

Por un lado, la negociación en México, aunque apenas aporte resultados, permite a la oposición justificar su cambio de estrategia (de pedir la abstención en 2018 a pedir el voto en 2024; de considerar a Guaidó como presidente, a admitir que quien está en la presidencia es Maduro). Por otro, el nuevo acercamiento de Estados Unidos al régimen, comprobada la inviabilidad de otras alternativas, puede conducir a pactos secretos sobre una no persecución de Maduro y adláteres por los tribunales estadounidenses a pesar de sus graves delitos, facilitando que, si se encuentran en una situación electoral real muy adversa, los principales dirigentes tengan a mano una salida que desbloquee de una vez la ya tan prolongada situación.

Necesidad de movilización

Para la oposición se trata de una jugada de riesgo, pero probablemente a estas alturas de la larga crisis venezolana el posibilismo no dejaba otra opción. Cualquier condición que Maduro se vea forzado a adoptar en la organización de las elecciones, por insignificante que parezca, puede ser valiosa para acumular fuerza en la jornada poselectoral.

De entrada, todo pasa por una amplia movilización y participación electoral opositora que obligue a Maduro a un fraude tan colosal que le deje nuevamente en evidencia ante su propio pueblo y sus vecinos. Manifestaciones multitudinarias en los días siguientes serán cruciales. No hay nada garantizado; es más, Maduro ha demostrado que ha sido capaz de salir de situaciones semejantes. Pero entre permanecer de brazos cruzados o bien intentarlo de nuevo, en una coyuntura algo más favorable, la opción estratégica empujaba a escoger la opción que deja el futuro al menos un poco más abierto.

 

 

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