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La metamorfosis de Meloni

Meloni se ha revelado como una política hábil y táctica, capaz de sacrificar buena parte de su bagaje ideológico en el altar del éxito político

La victoria de Giorgia Meloni y Fratelli d’Italia en las elecciones de septiembre de 2022 fue la ocasión esperada por muchos analistas para confirmar que el fascismo estaba de vuelta en Occidente con rostro de mujer. Después de una década mimando el diagnostico que hacía de la extrema derecha el sucesor natural de la crisis del capitalismo –discurso gracias al cual fue perdonado cualquier otro tipo de extremismo–, la victoria de Fratelli d’Italia parecía no poder interpretarse de otro modo. Incluso la Historia, con mayúscula en sentido hegeliano, contribuía al diagnóstico con un guiño: la victoria de Meloni coincidía con el centenario de la Marcha sobre Roma que llevó a Mussolini al poder.

No obstante, el tiempo ha mostrado que el principal proyecto de Giorgia Meloni no ha sido restaurar la obra del Duce, sino convertir Fratelli d’Italia en un partido conservador desde el poder. ¿El objetivo? Dar vida a un actor político capaz de consolidar su hegemonía sobre el centroderecha italiano. A la hora de entender la lógica de sus decisiones políticas no debe perderse de vista que Meloni y la clase dirigente de Fratelli d’Italia ha sido muy consciente de que el 25,98 por ciento de los votos recibidos en 2022 –su partido tan sólo obtuvo el 4,33 por ciento de los votos en las elecciones de 2018– era una cifra excepcional en su doble acepción. La cifra respondía, principalmente, a la redistribución interna de los votos de la coalición de centroderecha tras el agotamiento de los liderazgos de Berlusconi y Salvini. Razón por la cual, tras un ejercicio de oposición al Gobierno técnico de Mario Draghi, Meloni sufrió un proceso de ‘draghización’ nada más instalarse en el Palacio Chigi.

El grueso del 43,79 por ciento del voto que en las elecciones de 2022 recibió el centroderecha se ha identificado históricamente con un liderazgo reformista, europeísta y atlantista antes que con los fuegos artificiales del discurso radical-populista que Meloni gastaba en la oposición. Si Fratelli d’Italia llegó al poder con un discurso soberanista, caracterizado por su posición crítica con la Unión Europea, la simpatía por las reivindicaciones de los gobiernos iliberales y un discurso contra las ‘élites globalistas’, desde que Meloni es presidenta del Consejo de Ministros de Italia su discurso y su política están perfectamente alineados con los objetivos de la Unión Europea y los acentos y matices de su discurso oficial. No puede haber prueba más evidente al respecto que el nombramiento de Antonio Tajani, quien fuera presidente del Parlamento Europeo en el periodo 2017-2019, como ministro de Exteriores de Italia.

La tarea de convertir Fratelli d’Italia en un partido conservador no será una tarea sencilla, a pesar de que cuenta con elementos coyunturales que podrían ayudar a Meloni en su empresa. Primero, la ausencia de liderazgos en el centroderecha capaces de rivalizar con el suyo. Segundo, una dinámica política que apunta hacia la restauración de cierto bipolarismo que reabsorbe las dinámicas populistas hacia la izquierda y la derecha, dejando atrás la competición tripolar. Tercero, la garantía de que el poder –es decir, la capacidad de gratificar a los suyos con incentivos materiales e ideales– puede neutralizar cualquier discrepancia con su proyecto dentro del partido.

No obstante, Meloni no es la primera líder de esta particular cultura de la derecha italiana que intenta su traducción en un partido capaz de superar su matriz neofascista. Como ha señalado el profesor Marco Tarchi, todos los líderes que descienden de la experiencia neofascista del Movimiento Social Italiano han sufrido cierto ‘complejo de Moisés’. Han sentido el peso y la responsabilidad de tener que llevar a su pueblo hasta el reconocimiento pleno en la vida política de la Italia republicana –es decir, hasta su legitimación democrática–, partiendo de un momento fundacional vinculado a la nostalgia por el fascismo. Y en la trayectoria histórico-política de esta familia ideológica cada líder ha interpretado esta misión orientándose por el principio «non rinnegare, non restaurare». Camino por el cual esta cultura política ha transitado, no sin problemas y ambigüedades, del neofascismo al postfascismo. A una posición política que regula su relación con su pasado aceptando un vínculo histórico con el fascismo, pero negando, a su vez, cualquier vínculo ideológico. Posición que explica la ambigüedad de Fratelli d’Italia como partido que practica una política postfascista, en armonía con la lógica democrática, mientras mantiene en sus filas a políticos con biografías neofascistas.

El apetito de la prensa española por los titulares espectaculares ha hecho que en nuestra opinión pública reine una imagen de Meloni como una política intransigente, defensora de valores y principios a ultranza, como en el caso del aborto. Una imagen que satisface, por igual, los prejuicios de la prensa a la derecha y a la izquierda. No obstante, se nos esconde que Meloni se ha revelado como una política hábil y táctica, con un instinto de poder refinadísimo capaz de sacrificar buena parte de su bagaje ideológico en el altar del éxito político. Un instinto que no sólo le han llevado a tirar por la borda el discurso radical populista con el que regalaba los oídos de la derecha soberanista europea, sino que ha abierto su partido, por ejemplo, al reconocimiento de la autonomía diferenciada para el norte de Italia en un movimiento orientado a absorber al electorado de la Lega. Una apertura insólita si uno atiende a la hostilidad histórica de la tradición del postfascismo, portador de un robusto nacionalismo italiano, a las veleidades regionalistas de la Lega. Pero los votantes de Meloni ya no son los que votaban a Gianfranco Fini.

Tucídides enseñó que la política respondía a una mezcla de necesidad, casualidad y acción humana. Los tratadistas italianos del Renacimiento lo embellecieron hablando de necesidad, fortuna y virtud. No sabemos si Giorgia Meloni los ha leído, pero alguien se los ha debido de contar, pues parece seguir su consejo a pies juntillas.

 

 

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