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La miseria que en Cuba llevamos dentro

Escasez de agua en Cuba (kubafotos.com)

LA HABANA, Cuba.- No pretendo escribir de televisión pero hay un programa de participación en la señal estatal de Cuba que desea imitar la factura de aquellos que vienen en el “paquete semanal” o que “bajan de la antena”.

Dos familias se enfrentan en un concurso televisivo que, aunque se esfuerza en proyectar la idea de un cambio de concepto en un país donde los medios de comunicación masiva son “orientados” por el Partido Comunista, termina siendo el reflejo de la sociedad y las circunstancias que lo generan.

No importa que la ambientación del estudio y el ritmo del espectáculo, en el afán de comunicar el mensaje oficialista de que “somos un país normal”, reproduzcan los patrones impuestos por las producciones foráneas, al final los realizadores no han podido evitar que los signos de la miseria cotidiana se reflejen en detalles como premiar a la familia ganadora con una botella de refresco y un pomo de champú.

El entusiasmo de los presentadores, vestidos como para una gala “criolla” de los premios Oscar, además de artificial, resulta desmedido. La escena más que ridícula se torna dolorosa, precisamente por el regocijo de los concursantes al recibir su “valiosa” recompensa.

Pero pudiera apostar a que este pormenor apenas fue notado por una buena parte de la audiencia. No solo porque otros programas de participación en la televisión en Cuba conviertan en trofeos codiciados un manojo de baratijas y chucherías sino porque estas resultan un lujo para quienes viven de un salario estatal que no supera los 30 dólares mensuales como promedio.

Observaba el programa de televisión junto a un amigo extranjero que lleva poco tiempo en la isla y fueron sus expresiones de asombro las que me hicieron reparar en cuán acostumbrados estamos los cubanos a no percibir y desgranar nuestra profunda miseria en tales pinceladas de la realidad.

Hace apenas unos días pude observar el júbilo de un grupo de vecinos del barrio marginal donde vivo. Uno de ellos había traído la noticia de que estaban vendiendo en la bodega, por la libreta de racionamiento, una lata de carne prensada. Una lata de apenas 400 gramos de carne en salmuera, por familia. La mayoría eran ancianos y se reían porque después de mucho tiempo volverían a probar la carne de res, aunque fuera procesada.

Pienso en que, si les hubiera tomado una foto, no podría convencer a nadie de que la paradójica alegría en sus rostros no se debía precisamente a un estado de complacencia con la realidad donde viven sino a la resignación o tal vez a un sentimiento posterior, mucho más amargo.

“Me río para no llorar”, pudiera decir cualquiera de ellos. Son los mismos que, con similar entusiasmo y a pesar de cobrar menos de 8 dólares mensuales como jubilación, años atrás fueron obligados a endeudarse con el banco para poder adquirir los electrodomésticos de la llamada “Revolución Energética”, causante de un gigantesco desastre económico aún no superado ni analizado en profundidad.

Una revolución energética para la cual, vale acotar, hace ya casi dos décadas, se establecieron millonarios acuerdos comerciales con empresas chinas, en buena medida a partir de préstamos del propio gobierno chino y de convenios con Venezuela, lo cual condujo nuestra economía a un círculo vicioso de impagos y renegociación de las deudas que, junto a otras calamidades naturales y políticas, han tenido su peor impacto en aquellos cubanos que no viajan al extranjero, que no reúnen los requisitos para enrolarse en el sistema comercial de las llamadas “misiones” en el exterior, que no reciben remesas ni tienen vínculos directos con extranjeros, militares, dirigentes de empresas o funcionarios del gobierno.

Para estos verdaderos desamparados no ha quedado otro camino que la resignación o, para ser más exacto, ese estado anímico posterior que no alcanzo a discernir y que jamás podrán mostrar las fotos tomadas por aquellos que, equivocadamente, piensan que toda sonrisa es de felicidad.

Escribo “resignación” y no “aceptar la realidad” ni “adaptarse a ella” porque son caminos muy distintos por los cuales no transitamos todos los cubanos.

Por ejemplo, un emprendedor –término que considero disparatado en tanto se refiere al peculiar entorno económico nuestro— no se ha resignado a las condiciones y leyes que le impone el gobierno sino que ha aceptado la realidad y se ha adaptado a ella jamás como víctima sino como beneficiario de un caos del cual extrae prosperidad económica e incluso influencia política, no nos engañemos.

En el ejemplo anterior también cabrían los médicos y demás profesionales que firman contratos para trabajar en el exterior en condiciones que clasifican como explotación laboral pero, además de ellos, también todo un espectro social  muy complejo donde ni remotamente alcanzan la condición de víctimas.

Son, en gran medida, privilegiados por el sistema y, en consecuencia, han tenido la opción de aceptar y adaptarse. También la posibilidad de salirse del juego o permanecer en él, una alternativa que resulta imposible para aquel otro grupo de cubanos para los cuales la utopía no es manejar un Lamborghini en Montecarlo o Miami Beach ni tener un puesto de fritas o casarse con un extranjero sino, sencillamente, adquirir una lata de carne prensada, o ser premiado con un pomo de refresco o un champú.

Ni siquiera anhelan los tres productos juntos. Se conforman con cualquiera de ellos. He conocido jóvenes, apenas niños y niñas, en las calles de La Habana que sueñan con tomar refresco “de latica” y  comer pan con jamón, incluso se prostituyen a cambio. También he conocido a quienes dicen que el cubano es alegre, aunque pase hambre y necesidad. Nada, que toda percepción es individual y depende de la miseria que llevamos dentro.

Ernesto Pérez Chang

Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con diversos premios. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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