La moderna rebeldía de las hermanas Brontë
Emily, Anne y Charlotte fueron unas extrañas pioneras. Aisladas en los páramos ingleses de Yorkshire, las Brontë huyeron de un destino marcado por la férrea época victoriana a través de la literatura, firmando sus obras con seudónimos masculinos.
“Ahora me demuestras lo cruel que has sido conmigo. Cruel y falsa”. Este reproche de Heathcliff a su amada Catherine en Cumbres borrascosas describe en pocas palabras el mundo atormentado de Emily Brontë, la autora de esta novela, la única que escribió, pero que se ha convertido en un gran clásico de la literatura inglesa.
De su madre les quedó un libro, una biografía del poeta Henry Kirke White. Se hallaron en sus páginas dos obras inéditas de Charlotte, un cuento y un poema inacabado. La Brontë Society los publicará en otoño
La escritora trasladó al papel las pasiones que no pudo experimentar en carne propia. Emily estaba atrapada en la sociedad rural y pacata de Haworth, una pequeña localidad de Yorkshire, donde nació el 30 de julio de 1818, hace ahora poco más de doscientos años. Allí vivió junto con sus dos hermanas, Charlotte y Anne, y su adorado hermano Branwell, quien murió joven a consecuencia de un delirium tremens provocado por su desmesurada afición al alcohol y al opio. Algunos estudiosos han sugerido que el amor que sentía Emily por Branwell era una pasión prohibida que bien pudo haber inspirado algunos episodios de Cumbres borrascosas.
Las intensas pasiones que experimentan los personajes inventados por Emily tienen mucho que ver con los fuertes vientos, lluvias y niebla que azotan los páramos de ese condado británico. Esas emociones desbocadas chocaron de frente con la rígida sociedad victoriana, que se indignó ante la violencia y aparente inmoralidad de la historia. Solo el paso del tiempo logró que su novela fuera valorada como una de las obras cumbres del espíritu romántico anglosajón.
La vida aislada de Emily en Haworth y la influencia de un paisaje tan desolado, unido a las tragedias que marcaron su corta existencia -como las tempranas muertes de su madre y de dos de sus hermanas-, contribuyeron a forjar su carácter introvertido, oscuro y melancólico. Era una mujer huraña que sufría repentinos cambios de humor. Claire Harman, autora de una biografía sobre Charlotte Brontë, afirma que Emily padeció el síndrome de Asperger, un trastorno que no está reñido con la brillantez y la creatividad.
Emily tenía talento y una gran imaginación, pero también un genio feroz. En 1847 propinó un puñetazo en la cara a un perro por ensuciarle la ropa, lo que lo dejó medio ciego y aturdido. Su dueña, Elizabeth Gaskell, describió lo ocurrido como «un signo más del carácter de Emily». Lo cierto es que su familia sentía un cierto pánico ante sus reacciones. Emily era muy tímida y retraída. Se sentía más cómoda paseando con su perro Keeper por los páramos que en compañía de humanos. Su aversión a las relaciones sociales hizo que pasara gran parte de su vida recluida en la casa familiar de Haworth cuidando de su padre. Su hermana Charlotte fue la que más se aventuró a tener una vida propia. Durante un tiempo trabajó como maestra en Bruselas, donde quedó prendada del profesor Heger, un hombre casado e inalcanzable al que envió algunas cartas para mostrarle sus sentimientos.
«Le digo francamente que he intentado olvidarle durante estos meses», escribió Charlotte a Heger, cuya reacción fue romper las cartas y tirarlas a la basura. Fue su mujer quien rescató los fragmentos, los cosió y guardó. Gracias a ella, ese testimonio del atormentado amor de Charlotte se salvó para la posterioridad.
La biógrafa Claire Harman describe al padre de las hermanas Brontë como un tipo bronco y distante: «Era terriblemente frío, egoísta y un poco Asperger también». Se llamaba Patrick, era el vicario de Haworth y su carácter era casi tan huraño como el de Emily. Pero inculcó la lectura, la reflexión y la cultura en sus hijas, lo que era algo muy avanzado en el siglo XIX. En 1821 murió su esposa, Maria Branwell, y Patrick tuvo que llevar él solo la educación de sus seis hijos. Sin apenas tiempo para recuperarse de la pérdida materna, Emily tuvo que afrontar la muerte de dos hermanas, lo que acrecentó su carácter sombrío.
Extravagantes
En la sociedad británica del siglo XIX, las hermanas Brontë eran vistas como criaturas raras, extravagantes e indómitas. «Tres solteronas, como sin duda las llamarían entonces, a las que muchos recordaban de pequeñas, criándose de una manera un tanto salvaje en compañía de su hermano», escribe Ángeles Caso en Todo ese fuego, una novela que recrea sus vidas.
Leían textos de Walter Scott, poemas de Byron, obras de autores clásicos, revistas agrarias y los diarios de Londres. Escribían como posesas, eran cultas y tenían opinión sobre cualquier tema, algo inusual en las mujeres de aquella época, a las que se les vetaba cualquier actividad intelectual o creativa. Al ser hijas de un vicario sin apenas recursos económicos, solo podían hacer dos cosas en la vida: casarse o dedicarse a la enseñanza de niñas. Charlotte y Anne optaron por esta última posibilidad, pero también decidieron apostar por la literatura, donde plasmaron sus pasiones más ocultas. Algo prohibido en la puritana sociedad victoriana.
En 1846, las Brontë publicaron su primer libro de poesía bajo los seudónimos de Currer (Charlotte), Ellis (Emily) y Acton Bell (Anne). Firmaron con nombres masculinos para que sus libros no fueran rechazados. Vendieron tres ejemplares. Decidieron embarcarse en un proyecto más ambicioso: escribir una novela. A lo largo de 1846, las Brontë se recluyeron en Haworth para trabajar en secreto en sus obras literarias, cuyas tramas estarían salpicadas de elementos autobiográficos.
La de Charlotte se tituló Jane Eyre, donde narró el amor no correspondido que vivió en Bruselas con el profesor Heger. Emily escribió Cumbres borrascosas; y Anne concluyó Agnes Grey. Las tres se publicaron en 1847, pero la única que recibió el beneplácito de la crítica fue Jane Eyre, aunque las otras dos fueron bendecidas por el público años después.
Emily Brontë era huraña y tenía un genio feroz y un carácter introvertido, oscuro y melancólico. A su familia le daban pánico sus reacciones
Molesta por las críticas, Emily decidió no volver a publicar otra novela, sumergiéndose de nuevo en sus paseos por los páramos. Por el contrario, Charlotte y Anne siguieron escribiendo. La primera se embarcó en Shirley, una historia con trasfondo político, y la segunda publicó La inquilina de Wildfell Hall, una novela sobre el derecho de una mujer casada a separarse de su marido maltratador, un tema muy avanzado para la época.
Muertes en cadena
En 1848, la tragedia volvió a golpear a la familia. Branwell falleció con 31 años, devastado por el alcohol y el opio. Emily no se recuperó de la pérdida de su querido hermano. Debilitada por la tuberculosis, murió poco después a los 30 años. Cinco meses después, la misma enfermedad acabó con la vida de Anne. Ya solo quedaba Charlotte, quien decidió desvelar al mundo la verdadera identidad de los hermanos Bell, el seudónimo masculino que les permitió sortear las dificultades que tenían para que les reconocieran su derecho a escribir.
Cuando murieron Emily y Anne, Charlotte decidió desvelar el seudónimo masculino tras el que se camuflaron ella y sus hermanas para publicar sus novelas
Charlotte publicó otras novelas y algunos escritores valoraron su talento, así como el de Emily y Anne. El prestigio literario de las tres hermanas no ha dejado de crecer desde entonces. En 2011 se subastó un manuscrito de 19 páginas escrito por Charlotte en su adolescencia: alcanzó los 800.000 euros, lo que desvela la fascinación que siguen despertando las Brontë hoy día.