La navaja de Ockham nos ha jodido
En su nuevo libro, Mariano Gistaín combina a Groucho Marx y a Ludwig Wittgenstein, la brutalidad y la ternura, la duda metódica y la mitología popular, los fantasmas rulfianos y las promesas Silicon Valley.
Mariano Gistaín (Barbastro, 1958), escritor y periodista, creador de gistain.net, columnista de estas páginas mucho tiempo y actualmente en Heraldo de Aragón, bloguero en 20 minutos, corresponsal en el futuro de la revista Letras Libres, autor de novelas como La mala conciencia (Anagrama) y Se busca persona feliz que quiera morir (Magenta) y de libros de relatos como El polvo del siglo (Xordica), La vida 2.0 (Xordica) y Familias raras (Instituto de Estudios Altoaragoneses), es uno de los escritores más singulares y talentosos que conozco.
Como ha escrito Octavio Gómez Milián, combina el costumbrismo aragonés con la ciencia ficción anticipatoria. A medio camino entre Philip K. Dick y Miguel de Molinos, es un visionario y un crítico del capitalismo tardío. Normalmente, si te dicen que alguien es un genio, sabes que es una exageración: si te lo dicen de Mariano Gistaín, es un eufemismo. Prames ha publicado este año Nadie y Nada, un diálogo cómico/metafísico donde dos personajes sin memoria, intercambiables y que ignoran su origen o su destino, deciden averiguar quiénes son y crear una nueva vida, que puede ser un nuevo universo o no.
El texto es una demostración de virtuosismo técnico e ingenio y a la vez es una reflexión profunda y divertidísima sobre la existencia y la identidad. Como suele ocurrir en Mariano Gistaín, mezcla unas inquietudes que podríamos llamar ontológico-existencialistas (de Descartes, Berkeley y Spinoza a Kafka, Borges, Beckett y Tomeo) y el interés por las transformaciones de las tecnologías y sus efectos sobre nuestra conciencia del mundo (o mundos); la capacidad de integrar fuentes e influencias muy dispares (aparecen La fiera de mi niña y José Antonio Labordeta, El ángel exterminador y Blade Runner, el budismo, Shakespeare y 2001) y el salto de una broma absurda a una réplica que retrata en tres palabras a soledad y el desamparo.
Combina a Groucho Marx y a Ludwig Wittgenstein, la brutalidad y la ternura, la duda metódica y la mitología popular, los fantasmas rulfianos y las promesas Silicon Valley, el desasosiego por el silencio de Dios y el fatalismo monegrino. Los personajes se preguntan si habrá wifi en la muerte, dicen que la eternidad se les hace pesada, repiten citas que no saben atribuir y se aconsejan: “¡Basta de frases automáticas, intenta pensar!”. Este libro brevísimo está lleno de ideas y no se acaba nunca: “cuando reconoces la nulidad absoluta… tú eres el universo”, dice A, y B resume más adelante: “La navaja de Ockham nos ha jodido”. Imposible no recordar la aseveración teológica de Blake Edwards: “Dios es un tío que escribe chistes”.