La nueva Cuba
El reencuentro de Estados Unidos con Cuba desencadenó un debate regional. Uno de los interrogantes es por qué Barack Obama no esperó a que el castrismo, arrastrado por la recesión venezolana, se hundiera en una crisis terminal. Con el paso de los días, la respuesta es evidente. Para la diplomacia norteamericana la prioridad ya no es aislar a Cuba, sino cercar a Venezuela. Venezuela es la nueva Cuba.
Desde que el encarecimiento del pan aceleró la revolución francesa se sabe que los precios son parteros de la historia. Con el derrumbe del petróleo, del 40% en un semestre, el chavismo se asoma a un precipicio. Como a las cuentas de Venezuela ingresarán 25.000 millones de dólares menos, para evitar un default de la deuda Nicolás Maduro deberá imponer un brutal ajuste económico. El recorte recaerá sobre los 14 países de Petrocaribe, que importan cada día 500.000 barriles de crudo subsidiado. Cuba recibe 90.000, que paga con servicios médicos.
Es natural que los Castro hayan temblado ante la inminencia de otro período especial como el que declararon en 1991, cuando el colapso de la Unión Soviética redujo al 10% las importaciones de petróleo. En aquella oportunidad, Estados Unidos reforzó el embargo. Pero esta vez los astros se alinearon a favor de esos ancianos.
Hay una razón de corto plazo. Obama concurrirá en abril a la Cumbre de las Américas de Panamá, donde se encontrará con Raúl Castro. Los demás presidentes de América Latina, que repudian el bloqueo, prometían hacerle pasar un mal momento. Obama no quiere repetir la zozobra de aquel Bush vapuleado en Argentina, durante una asamblea similar, en 2005. El acuerdo con Cuba disipó ese nubarrón.
EE UU necesita volver a una región convertida en playa de otras potencias, en especial de China
La cordialidad en Panamá es indispensable. Estados Unidos necesita volver a una región que se ha convertido en playa de maniobras de otras potencias, en especial de China. Xi Jinping lleva 18 meses en el poder y ya visitó dos veces América Latina. El gabinete económico venezolano, por ejemplo, acaba de acordar en Pekín el intercambio de activos petroleros y mineros por divisas.
El presidente que dispuso el giro frente a Cuba está, además, preparando su legado. Bloqueado por el Congreso en la operación doméstica, Obama regresa hacia sí mismo por la vía de la política exterior. Se encuentra con los Castro, negocia con Irán, se compromete en la lucha contra el cambio climático.
El desasosiego de los Castro y la reorientación de Obama coincidieron con la presencia de un latinoamericano al frente del catolicismo. La intervención del Francisco no debe sorprender. Su Secretaría de Estado está dominada por expertos en América Latina. Pietro Parolin estuvo al frente de la Nunciatura en Caracas. Y sus colaboradores inmediatos, Giovanni Angelo Becciu y Antoine Camilleri, fueron diplomáticos en Cuba. Pero lo más relevante es que el propio Papa es un estudioso del castrismo. En 1998, el entonces arzobispo Bergoglio publicó Diálogos entre Juan Pablo II y Fidel Castro, un adelanto conceptual de su exhortación Evangelii Gaudium de 2013, en el que condena el embargo y sugiere para el régimen cubano una “transición pactada”. Bergoglio advirtió a los Castro la pesadilla que enfrentarían si el rehén estadounidense Alan Gross moría en cautiverio. Gross lleva meses enfermo y deprimido. Queda por desentrañar si para anunciar el entendimiento se eligió el 17 de diciembre por azar o porque era el cumpleaños del Pontífice.
Es la segunda vez que los Castro recurren a la Iglesia en una encrucijada. Después del derrumbe soviético, facilitaron el viaje de Juan Pablo II analizado en el libro de Bergoglio. La semana pasada siguieron el mismo criterio: cuando una conciliación la oficia el Vaticano no hay riesgo de que parezca rendición.
El reencuentro entre la isla y Washington hace del experimento bolivariano un anacronismo mayor
Bergoglio ofreció a los Castro, exalumnos de jesuitas, la “transición pactada”. Cuba recibe petróleo de Venezuela por unos 2.000 millones de dólares por año. Es el equivalente a las remesas de los exiliados, que el acuerdo con Washington podría cuadruplicar. Además, entrarían divisas por turismo e inversiones. ¿Cómo asimilar ese caudal a una economía planificada?
¿Emprenderá Maduro, frente a esta nueva escena, la reforma económica que muchos le sugieren? Él prefiere los ajustes: es probable que devalúe el bolívar y reduzca los subsidios a las naftas. Maduro se sostiene en militares reacios a la influencia cubana. Hasta el ministro de Finanzas, Marco Torres, es soldado. Un esquema represivo para un período especial.
Maduro dormía mientras Castro negociaba con Obama. Despertó el miércoles pasado para elogiar la grandeza del norteamericano. Le contestaron con sanciones a chavistas que violaron derechos humanos.
Maduro ya desaprovechó el auxilio de Bergoglio cuando hizo fracasar la mesa de diálogo organizada por el nuncio Aldo Giordano. También esa iniciativa había sido negociada entre Washington y Roma.
Cuando Chávez conoció a Obama le regaló Las venas abiertas de América Latina. Eduardo Galeano confesó en mayo que no releería ese libro porque, cuando lo escribió, ignoraba la política y la economía. El acuerdo de Washington y La Habana produce un efecto similar. Sumerge al experimento bolivariano en un mayor anacronismo.