La nueva garota de Ipanema
Ahora que el globo de Yolanda Díaz pincha vamos descubriendo lo chachi que se lo pasaba viajando a Río a costa del dinero de todos
El joven carioca Antonio Carlos Jobim, o Tom Jobim, iba para arquitecto. Pero empezó a tocar el piano por los antros y clubes de Río. La música lo envenenó y se dedicó solo a ella. Fue un beneficio para la humanidad, pues se convirtió en uno de los mejores compositores de música popular del siglo XX, con una sofisticada y elegantísima mezcla de bossa, jazz y clásica. Me encanta; de hecho lo primero que sonó en nuestra fiesta de boda fueron los sones de su instrumental «Wave».
Jobim disfrutó de un Río todavía muy grato, menos agresivo, en un mundo donde estaba permitido perder el tiempo –que muchas veces es ganarlo–, porque no existía este agobio de los móviles y los guasaps laborales apremiantes. Su campamento era la terraza del bar Veloso, en una esquina de Ipanema, donde departía con su amigo el poeta Vinicius de Moraes. El local, que hoy se llama Garota de Ipanema, lo había abierto un portugués en 1945. La idea original era una mercería, donde también se servía puntualmente cachaza. Pero al final las copas fueron conquistando espacio y acabó en bar.
El bar Veloso figura en la mitología popular porque allí se compuso en 1962 «Garota de Ipanema», que con «Yesterday» es seguramente la canción más versionada de la historia. Vinicius y Tom Jobim veían pasar cada día a una chica guapísima de 17 años, de ojos muy verdes, morena y de pelo negro, que unas veces iba rumbo a la playa y otras entraba a comprar tabaco para su madre. Su belleza los llevó a dedicarle una canción, la que todos conocemos: «Mira, que cosa más linda, más llena de gracia…», donde describen su «dulce balanceo camino del mar».
Stan Getz, el gran saxofonista de jazz estadounidense, grabó la pieza con las voces suaves del extraordinario Joao Gilberto y su mujer, Astrud (hay un dicho brasileño que sostiene que «mejor que Joao Gilberto, solo el silencio»). Fue un bombazo en todo el mundo y cuenta la leyenda que en 1966 sonó el teléfono del bar Veloso. Buscaban a Jobim de parte de Frank Sinatra, porque quería registrar la canción con él. Resultaría un disco maravilloso, de los mejores de su carrera, aunque Frak confesaría que las pasó canutas para susurrar tan bajito la inaprensible saudade brasileira.
La historia de «Garota de Ipanema» acaba bien para todo el mundo. Vinicius y Tom se forraron y lo celebraron con sus cachazas (que debieron ser bastantes, pues uno murió a los 67 y otro a los 66). La garota se llamaba Heloisa y es conocida como Helô Pinheiro. La canción la convirtió en modelo, presentadora televisiva y empresaria de moda. Se casó con un ingeniero, tuvo cuatro hijos y a sus 78 años disfruta de sus nietos. Frankie demostró que era un cantante dúctil, una Voz para todos los registros.
En la Navidad de 2022 llegará otra garota a las playas de Ipanema, de pelo cobrizo de bote caro, vestuario chillón de mucha fanfarria, apéndice nasal que rinde tributo a Cleopatra y mucha risa, sin que se sepa muy bien de qué se ríe (probablemente de los contribuyentes). Han pasado sesenta años desde la composición de la canción. Vinicius y Jobim ya se divierten en las terrazas del cielo. Su obra maestra no pasaría hoy por el cedazo de la corrección política (¡qué escándalo, dos viejos verdes, machistas y heteropatriarcales alabando la belleza de una chica de 17 años!). Los tiempos han cambiado.
De la Garota de Ipanema hemos pasado a la Garota de Fene, para más señas vicepresidenta del Gobierno de España. En la Navidad de 2022 se pilla un avión con dos compinches de su Ministerio para hacerse unas fotos para su álbum de Instagram junto a Lula (al que sobará de tal manera en el saludo oficial que si fuese Rubiales le caía un pleito). Yolanda no quiso viajar con el Rey en su comitiva. Mejor una excursión de chicas, una verbena de tres días por Río adelante, pagada por nuestros impuestos. De vuelta a casa, la vicepresidenta se niega a aclarar los gastos a pregunta de El Debate ante Transparencia. Al final, las reclamaciones del abogado Julio Naranjo y su hermano Antonio acaban dando sus frutos: ahora sabemos que la fiesta navideña de Yolanda Díaz y dos de sus colaboradoras en Río de Janeiro nos costó 10.600 euros.
Jobim y Vinicius escribieron más canciones. Algunas tan buenas como «A Felicidade». Allí recuerdan que «la tristeza no tiene fin, la felicidad sí». No sabemos si Yolanda la escucharía en su gira carioca, pero le habría resultado formativa. La felicidad de pegarse la vida padre a nuestra costa mientras vas de diva del comunismo-pop se está acabando. Sumar se diluye como un azucarillo y el globo de Yolanda, la enésima gran esperanza del populismo de izquierdas, se desinfla ante nuestros ojos. Disfruta, que ya te queda poco Falcon. Próxima parada: tertuliana, o abrir una tasca, como otro profeta descabalgado, el ya olvidado Pablo Iglesias Turrión.
Iban a conquistar el cielo. Pero solo sirvieron para surcarlo con nuestro dinero dejando tras ellos una estela de vacío, propaganda resentida e incompetencia.