La OCS y el repliegue de Occidente
China, Rusia e India perfilan una geopolítica mundial basada en el predominio económico y el autoritarismo político, mientras las debilitadas democracias liberales sufren los embates de esa ofensiva bajo el paraguas de un controversial liderazgo estadounidense.
Hacia un nuevo orden mundial
En un libro que hoy parece olvidado, pero que en los años 90 fue un bestseller, Samuel Huntington prefiguraba el mundo por venir en el siglo XXI. Según el politólogo estadounidense, ya era poco lo que Occidente podría hacer para controlar el mundo de la post Guerra Fría. La mejor opción para nuestra civilización, decía, era el repliegue estratégico.
En su Choque de Civilizaciones, Huntington indicaba cómo la civilización occidental perdía relevancia mundial debido a sus bajas tasas de natalidad y la transferencia tecnológica. El PIB conjunto de Occidente también se reducía ante el avance de las grandes economías emergentes. Con la excepción del español, todas las lenguas occidentales estaban en regresión, al ser habladas como lengua materna por un porcentaje cada vez menor de la población mundial.
Y aunque su concepto de “civilización” fuera cuestionado en su momento, las “líneas de fractura” identificadas por Huntington emergen con fuerza en los conflictos del presente siglo. Por ejemplo, la división de Ucrania que previó este autor entre el oriente rusófono y el occidente proeuropeo se ve hoy claramente reflejada en el mapa de la guerra que devasta a dicho país.
Tanto el revisionismo ruso como el avance islámico preocupaban a Huntington. Sin embargo, su inquietud principal giró siempre en torno a la consolidación de China como gran potencia mundial y rival directa de los Estados Unidos.
La visión asiática del mundo
Nadie duda ya del poderío chino. Con paciencia, sabiduría y tesón, China ha ido consolidando su preeminencia sobre lo que la geopolítica tradicional llamaba “el pivote euroasiático”. Y aunque el cinturón de contención pro-estadounidense que conforman Japón, Corea del Sur y Taiwán limita aún el pleno control de China sobre el Pacífico asiático, su fortalecimiento tecnológico y bélico avanza a la par que su estrategia de influencia global.
Junto al “Collar de Perlas” y la “Nueva Ruta de la Seda”, la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS) constituye un pilar de dicha estrategia. Si las dos primeras facultan a China para controlar las principales vías de acceso comercial al mundo entero, la OCS le provee un marco político para ejercer su influencia en toda Asia. Desde su fase embrionaria (los Cinco de Shanghai en 1996), y pasando por su creación formal en 2001, la OCS ha logrado convertirse ya en el principal esquema de cooperación internacional del continente asiático.
Dicha organización celebró, hace poco más de un mes, su 24 Cumbre en la ciudad china de Tianjin. Allí se reunieron, durante dos días, representantes de los 10 países que actualmente integran la OCS: China, Rusia, India, Pakistán, Irán, Uzbekistán, Turkmenistán, Kazajstán, Kirguistán y Bielorrusia. Cinco de estos países se encuentran entre los 10 más poblados del mundo. La organización en total reúne a un 40% de la población mundial y concentra más del 25% del PIB global. Sus idiomas oficiales son el chino y el ruso.
A la cumbre de Tianjin asistieron también destacados invitados que no están (¿todavía?) integrados en la OCS. Junto al protagonismo ejercido por los anfitriones Xi Jinping y Vladimir Putin, destacó también la presencia de destacados invitados como Tayyip Erdogan, Mostafa Madbouly y Prabowo Subianto —presidentes de Turquía, Egipto e Indonesia, respectivamente–. Incluso el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, se desplazó hasta allí, dos semanas antes de realizarse la 80 Asamblea General de Naciones Unidas.
El encuentro de estas figuras preeminentes demuestra, por un lado, el peso específico que China ejerce ya en la totalidad del Asia, en términos económicos y geopolíticos. Un papel que, por cierto, coincide con el modo en el que la civilización china siempre se ha visto a sí misma (originalmente el término “China” significa “país central”). La vertebración comercial que Beijing ha estructurado ya en toda Eurasia, y que se ha incrementado con la guerra en Ucrania, luce ya difícilmente reversible.
Por otro lado, la cumbre de Tianjin refleja la consolidación de lo que pudiéramos denominar una “visión asiática del mundo”. Una visión en la que la defensa de la democracia y los derechos humanos no es ya un asunto prioritario, pero sí lo son la seguridad, el orden interno, el crecimiento económico y la preeminencia absoluta de unos mandatarios que a menudo se eternizan en el poder. Una visión convergente que lidera China, potencia que empleó esta cumbre de la OCS para alinear a toda el Asia de cara a la gran cita anual de la ONU en Nueva York.
El consenso asiático que suscita esta visión compartida es capaz de hacer que enemigos acérrimos como la India y Pakistán firmen conjuntamente una declaración como la de Tianjin, donde se pronuncian en los mismos términos sobre los recientes actos el terrorismo en Cachemira. La declaración expresa asimismo el común rechazo asiático a las “disputas comerciales”, la “mentalidad de la Guerra Fría” y las “medidas coercitivas unilaterales” que los miembros de la OCS le reprochan a Occidente. En este mismo espíritu, la declaración de Tianjin condena las acciones israelíes y estadounidenses en Gaza e Irán, pero no menciona la guerra en Ucrania.
Como propuesta alternativa al mundo que impulsa Occidente, Xi Jinping instó a avanzar hacia un “sistema de gobernanza global más justo y equitativo”, con base en los principios de “igualdad soberana, respeto al derecho internacional, multilateralismo, enfoque centrado en las personas y avances en medidas concretas”. Y en efecto, muy concreta fue su propuesta de crear un Banco de Desarrollo de la OCS, a través del cual sus países miembros podrían recibir, este mismo año, préstamos por 1.400 millones de dólares y subvenciones por 280 millones adicionales.
También Putin hizo pronunciamientos claros. Tras la reunión previa celebrada con Trump en Alaska, celebrada el 15 de agosto y de la que no emergieron resultados concretos, el máximo jerarca ruso reiteró en Tianjin su defensa de un “mundo multipolar”. Desde entonces, varios países de la OTAN (Finlandia, Letonia, Lituania, Noruega, Polonia, Rumania, Dinamarca, Alemania…) han reportado la presencia de drones rusos en sus respectivos espacios aéreos, mientras que Moscú dirige en Bielorrusia los ejercicios militares Zapad (“Oeste 2025”), en los que también participó la India.
Implicaciones para Occidente
En tanto los regímenes asiáticos parecen encontrar en China a su mejor representante e interlocutor, Occidente se fisura. En Europa e Iberoamérica se fortalece la opinión de que mientras China y la OCS ofrecen cada vez más préstamos e inversiones, los Estados Unidos imponen ajustes arancelarios que sólo le reportan ventajas a la gran potencia norteamericana, la cual reajusta también los términos de la cooperación en organismos multilaterales. Se da incluso la paradoja de que hoy, con frecuencia, Beijing predica el libre comercio con mayor vehemencia que Washington.
La razón de esta progresiva inversión de roles es clara. Al sostener financiera y militarmente —y durante muchas décadas— un orden mundial de carácter multilateral y económicamente globalizado, los Estados Unidos han resentido internamente el peso de ese liderazgo en forma de desindustrialización, pérdida de empleos y desequilibrio fiscal. China, en cambio, se ha revelado como el mayor y más preclaro beneficiario de ese desequilibrio en el financiamiento de un orden global que le ha proporcionado transferencias tecnológicas y ventajas comerciales.
Todo esto quedó teatralmente reflejado en la reciente 80 edición de la Asamblea General de Naciones Unidas. Allí, Trump cuestionó la utilidad de esta organización, de la que su país es el principal financista pero que —según alegó tras los percances que sufrió durante el encuentro— “solo le brinda escaleras mecánicas y teleprompters que no funcionan”.
El presidente estadounidense tampoco ocultó su descontento y hastío ante la Unión Europea y los protagonistas de la guerra en Ucrania, ante las dificultades que todos los involucrados plantean para cerrar el conflicto con un acuerdo negociado. En un mensaje público les deseó “buena suerte a todos” con ese asunto, invitando a Zelenski a financiarse con los europeos para ganarle la guerra a Putin.
En el reajuste internacional que viene planteando, Trump sólo tiende la mano a quienes quieran compartir los costos. El mandatario estadounidense llegó a Nueva York tras cerrar en Gran Bretaña post-Brexit un acuerdo que contempla cuantiosas inversiones en tecnología, para luego ofrecerle a Javier Milei un rescate financiero equivalente a 20.000 millones de dólares.
En términos netamente geopolíticos, Trump parece decidido a enfocar sus esfuerzos en el continente americano, donde China se ha convertido ya en el principal socio comercial de toda Sudamérica y Rusia alborota el triángulo autoritario que conforman Cuba, Nicaragua y Venezuela. En paralelo, los carteles iberoamericanos inundan Estados Unidos con fentanilo elaborado con precursores químicos importados de China y desplazan efectivos hasta territorio estadounidense.
En este sentido, y sin descartar su interés por captar a Groenlandia, la prioridad geopolítica de Trump en el hemisferio es el control definitivo de la cuenca del Caribe. Tras cambiarle el nombre al Golfo de México y arrebatarle el control del canal de Panamá a los chinos, Trump moviliza ahora contingentes militares para doblegar al régimen de Nicolás Maduro, en un país que posee cuantiosos recursos naturales y de crucial importancia para cerrar el Mar Caribe a potencias extra-continentales.
En definitiva, frente al auge de China y del consenso asiático, y ante la necesidad de despertar a Europa y de volver a controlar América, Trump parece orquestar un repliegue estratégico en el que resuenan ecos de los diagnósticos y prédicas de Huntington, hoy más vigentes que nunca.