La oportunidad perdida de Lula da Silva en el G7
En su tercer mandato, el presidente de Brasil probablemente aún no se ha dado cuenta de que el mundo ya no es lo que era hace veinte años
El arte de la diplomacia puede convertirse a veces en una telaraña en la que es fácil quedar atrapado si la sobreestimación de las propias posiciones se impone a la estrategia. Ésta es quizá la lección más amarga que Brasil se llevó de la recién concluida cumbre del G7 en Hiroshima, Japón. Sin embargo, era la gran oportunidad para el país de ser invitado de nuevo, a pesar de no ser miembro, después de 14 años.
Una oportunidad de oro para reposicionarse en el tablero internacional, dominado ahora por una Guerra Fría 2.0 o más bien por un enfrentamiento entre dos bloques, el occidental aliado con Estados Unidos y otro que hace del multipolarismo su credo, representado por los BRICS (el grupo que reúne a Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica). Es una dicotomía que la invasión rusa a Ucrania ha encendido, haciendo que muchos corran el riesgo de quemarse.
Por eso sorprende el nerviosismo de la diplomacia brasileña, que según el diario O Globo se sintió presionada por la “presencia sorpresiva” del presidente ucraniano Volodimir Zelensky, cuya participación estaba inicialmente prevista sólo por videoconferencia. Sin embargo la sorpresa es notoria, dado que desde que comenzó el conflicto, precisamente por razones de seguridad, cuando Zelensky viaja o se reúne con políticos, la noticia se da siempre en el último momento, para evitar atentados.
El presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, pecó así quizás de ingenuidad al no imaginar que Zelensky aparecería de repente en persona en la cumbre de los poderosos de la tierra. A partir de este malentendido según la prensa internacional Lula se ha deslizado en un callejón sin salida en el que al final del G7 parece haber perdido la credibilidad como mediador de paz con la que ha venido postulando desde su toma de posesión.
“Un estrecho aliado de Putin” le calificó el New York Times al término de la cumbre. “Un facilitador de Putin” le hacía eco el Financial Times. Bloomberg ya había revelado el sábado que la presencia del presidente ucraniano, que llegó a bordo de un avión facilitado por el presidente francés Macron, “incomodó” a la delegación brasileña e “inquietó” a Lula, que en los últimos meses ha criticado repetidamente a Zelensky mientras abrazaba a Sergei Lavrov, que tenía libertad para decir en Brasilia que sobre el conflicto ucraniano “Brasil y Rusia tienen una visión única” sin que nadie le contradijera.
A pesar de la petición de Zelensky de una reunión bilateral con su homólogo brasileño el sábado por la mañana, Lula se mostró evasivo, alegando una apretada agenda de reuniones, incluso con el Presidente de las Comoras, Azali Assoumani. Ni siquiera respondió a la petición del Presidente de Estados Unidos, Joe Biden, de reunirse cara a cara.
Si el Primer Ministro indio, Narendra Modi, se reunió en cambio directamente con Zelensky, decepcionado fue Estados Unidos, cuyos miembros anunciaron a la prensa el sábado que habían invitado a Lula para una reunión bilateral. Especialmente Jake Sullivan, asesor de seguridad estadounidense, había dejado claro que Biden quería hablar con él sobre Ucrania, negando que hubiera presiones. “Creo que presión es la palabra equivocada. No es así como el presidente Biden trabaja con líderes importantes como Lula”, había respondido a una pregunta de la prensa.
También habló desde Brasilia el sábado por la noche el asesor de política exterior de Lula, Celso Amorim, que había visitado a Zelensky el 10 de mayo en Kiev tras reunirse con Vladimir Putin en Moscú a principios de abril, en una misión secreta revelada por el diario Valor Econômico.
“Sólo doy mi opinión. La tendencia dentro de lo posible es que Lula lo reciba”, había dicho Amorim el sábado por la noche. Luego, el domingo, dieron la vuelta al mundo las imágenes en las que en una sesión plenaria de la cumbre todos los presentes en la sala cuando llegó Zelensky le daban la mano o saludaban mientras Lula permanecía sentado leyendo impasible una hoja de papel. Incluso Narendra Modi, presidente de India, que también comparte una postura neutral en el conflicto de Ucrania, estrechó la mano de Zelensky, con quien ya se había reunido previamente en un encuentro bilateral. Sus declaraciones de que “India y Brasil no son neutrales, sino que están interesados en el mantenimiento de la paz en el mundo” se enfrentaron entonces a la realidad de los acontecimientos.
Al final, de hecho, no hubo reunión entre Lula y Zelensky. Lula justificó de forma surrealista en su rueda de prensa de despedida que había dado cita al presidente de Ucrania a las 15.15 horas del domingo. “Esperamos y recibimos la información de que Zelensky se había retrasado. Mientras tanto, recibí al presidente de Vietnam. Cuando el presidente de Vietnam se fue, Ucrania no apareció”. Y luego añadió: “No estaba decepcionado, estaba molesto porque me gustaría reunirme con él y discutir el asunto, por eso reservé con él aquí en el hotel. Eso es todo. Zelensky es mayor de edad, sabe lo que hace”. Unas horas antes, un periodista había preguntado al propio Zelensky en su rueda de prensa si estaba decepcionado por no haber hecho la reunión bilateral con el presidente de Brasil y él había contestado: “Creo que el que estaba decepcionado era Lula”.
El periodista Mario Sabino escribió en el sitio de noticias Metropoles que “Zelensky ha desenmascarado a Lula. Es un profesional de la política internacional, a diferencia del presidente brasileño. No se ha prestado a la humillación de ser encasillado en los horarios disponibles, como si fuera un subordinado recibido por un jefe con mala voluntad, y ha demostrado que Lula no tiene ningún interés en una paz justa, sino que sólo quiere la rendición de Ucrania, disfrazada de acuerdo”.
Durante su conferencia de prensa, Lula, cuando se le preguntó cuál era su propuesta de paz, comparó la guerra con una huelga: “primero tienen que sentarse en una mesa y negociar a que tienen que renunciar. Pero los dos hoy quieren el 100%, así que no hay negociación posible, cada uno tiene que ceder un poco. No he venido aquí para hablar de la guerra. No quiero ser mediador a toda costa. Es en la ONU donde hay que discutir”. Añadió que “la ONU hoy no tiene fuerza y por eso hay que cambiar su Consejo de Seguridad”.
También dijo que “en 1948 la ONU tenía fuerza para crear el Estado de Israel. Hoy la ONU no tiene fuerza para mantener la paz en Israel y Palestina. Tampoco es capaz de garantizar que las tierras demarcadas permanezcan intactas porque Israel ocupa ocasionalmente tierras que pertenecen a los palestinos”, olvidando que el Estado de Israel no fue creado por la ONU sino que surgió tras la guerra árabe-israelí. En 1947, lo que propugnaba la Resolución de la ONU era la creación de dos países, uno para los judíos y otro para los árabes. Los judíos aceptaron, los árabes no. El Estado de Israel se fundó tras una guerra librada por los ejércitos de Egipto, Jordania, Siria, Líbano e Irak.
Lula también dijo que estaría dispuesto a ir a Ucrania y Rusia sólo cuando los líderes de ambos países estén dispuestos a ceder algo. No faltaron los ataques a Estados Unidos: “el discurso de Biden es ir por Putin hasta que se rinda, pero este discurso no ayuda”. Así termina ante el mundo el sueño brasileño de mediar por una paz que, sin embargo, debe tener en cuenta ante todo que hubo un país invadido y un invasor, y ahora comienzan las preguntas del mundo sobre cuál será la política exterior de Lula. En 2024 India cederá la presidencia del G20 a Brasil, pero los discursos del presidente brasileño en el G7 no dejan lugar a dudas.
Pese a su papel de mero invitado, Lula criticó al grupo, impulsó la presencia de África en el G20, atacó el neoliberalismo, exigió un asiento permanente para su país en el Consejo de Seguridad de la ONU y citó la crisis argentina para criticar al Fondo Monetario Internacional. Después se reunió a puerta cerrada con Kristalina Georgieva, Directora Gerente del FMI, e inmediatamente después del apretón de manos, se le escuchó defendiendo de nuevo a la Argentina.
Pero, ¿qué quiere Lula? En primer lugar, reformar el Banco Mundial y el Fondo Monetario, pero también las Naciones Unidas. Además, reiteró su oposición a las privatizaciones que, en su opinión, sólo sirven a los intereses de los países ricos. Su intención declarada es reforzar la alianza de Brasil con los países del Sur global y con China, apoyar la multipolaridad que Moscú busca desde la disolución de la URSS y hacer de Brasil el pivote de América Latina y de la lucha contra el cambio climático planetario.
Por eso también se reunió con el presidente de Indonesia, Joko Widodo, con quien habló de cómo salvar los bosques de Congo, Brasil e Indonesia y reforzó con él la neutralidad bilateral sobre la guerra de Rusia contra Ucrania. No en vano, además de Lula, muy crítica con el bloque del G7 fue también China, que el sábado expresó su “fuerte insatisfacción” y “firme oposición” al comunicado de los líderes de las siete mayores economías desarrolladas, que reafirmaron la importancia de la paz y la estabilidad en el estrecho de Taiwán. “Sin tener en cuenta las serias preocupaciones de China, el G7 insiste en manipular las cuestiones relacionadas con Taiwán, difamar y atacar a China e interferir groseramente en sus asuntos internos”, rezaba la dura respuesta por escrito del Ministerio de Asuntos Exteriores de Beijing.
En cuanto a Ucrania, es verdad que Lula, en presencia de Zelensky, dijo en su discurso en la sesión plenaria que Brasil “condena la violación de la integridad territorial de Ucrania”. Sin embargo, estas palabras se evaporaron con el muro que Lula levantó contra Zelensky. Lo que queda de este G7 son las fotos, algunas declaraciones sobre el medio ambiente, como la que hizo junto al Primer Ministro canadiense Justin Trudeau, que dijo “tenemos mucho en común”, pero también el sabor amargo de una oportunidad perdida y la imagen de un presidente que, ahora en su tercer mandato, probablemente aún no se ha dado cuenta de que el mundo ya no es lo que era hace veinte años.