La oposición «sí pero»…
¿Será uno de los mayores logros del G2 dividir a la oposición venezolana? Claramente han contribuido, con su sapiencia de 60 años de cerrojo sobre la sociedad cubana, y de lo que aprendieron en aquellos tiempos de la Guerra Fría de sus amigos del Stasi, el Ministerio de Seguridad del Estado, en la Alemania comunista (magistralmente mostrada en el magnífico filme alemán “Das Leben der Anderen” – La vida de los otros).
Pero los cubanos y sus acciones no han sido el factor decisivo; ese estigma de la división viene de lejos, incluso antes del chavismo. Recordemos algunos hechos.
La democracia venezolana nace en 1958, y se consolida gracias a un pacto, llamado de Puntofijo (por el nombre de la casa de uno de sus firmantes, Rafael Caldera). Ese pacto, entre los principales partidos democráticos, era un esfuerzo meritoriamente loable, por realista, por necesario, por indispensable, por históricamente urgente. Y funcionó por varios años.
No obstante, poco a poco se produjo el predominio de la ambición individual sobre el proyecto común, se produjeron divisiones partidistas, se impulsó una reforma institucional a nivel estatal con resultados inobjetables, como la elección directa de los gobernadores, pero acompañada por falacias que no se identificaron, mucho menos se corrigieron, como una erróneamente concebida “democracia participativa” dentro de los partidos que, a golpes de impulsar unos liderazgos regionales en muchos casos pragmáticos y sin ideas, consagró el caciquismo y los proyectos personales.
Un dato clave fue que la convivencia inter-institucional –por ejemplo, en el parlamento, entre AD, COPEI, el MAS, etc.- tan elogiada, ocultaba la desgracia de una creciente lucha a cuchillo intra-institucional. Cada organización, a su manera, degeneró, conduciendo a unos liderazgos suicidas, cegados por su deseo de predominio personal; los “ismos” simplemente completaban los nombres o apellidos de los líderes respectivos. No hay que elaborar cómo fue la destrucción de AD –baste recordar que un señor de actitudes primarias y lejanas de toda sofisticación intelectual, al que llamaban “Caudillo”, reinó en AD cuando más se necesitaban valores y liderazgos cercanos a los de la formidable generación fundadora de la socialdemocracia criolla; el MAS de Teodoro y Pompeyo se convirtió en una tienda de abalorios política; y la militancia de COPEI simplemente un día descubrió que los valores democristianos eran aplastados por lo que desgraciadamente fue una ciega ambición de poder de su Zeus fundador, y de unos liderazgos que no entendieron los cambios negativos que se estaban produciendo en la sociedad. Así, el partido tal y como fuera concebido en 1946 desapareció, el partido de todos y el de cada uno, si bien hay algunos que andan por allí todavía peleándose por unos restos insepultos, supuestos líderes que no son demócratas ni muchos menos cristianos. En todas las comunidades partidistas ni los sucesos de 1989, o de 1992, sirvieron para abrir los ojos, solo para inventar excusas novedosas.
Otro hecho que llama la atención es que en 1999 Hugo Chávez se convertía en el primer presidente desde las primeras elecciones democráticas de 1958 que no había sido actor, o estaba por allí, durante los sucesos del golpe de Estado del 18 de octubre de 1945. O sea, amigo lector, que más de medio siglo después de tales hechos, los partidos democráticos no habían sido capaces de refrescar sus liderazgos fundamentales, de darle protagonismo real y definitivo a las generaciones posteriores. Ayudó, y claro, hizo mucho daño, esa figura perversa dentro de la constitución de 1961, la posibilidad de reelección presidencial, y encima, luego de dos periodos.
De todo ese desbarajuste que por muchos años se fue enquistando en la institucionalidad política quedó esa patología de la división que caracteriza desde entonces a los venezolanos cuando de hablar o actuar en política se trata, una enfermedad que Hugo Chávez no inventó, solo profundizó. Pero una división en la cual los nuestros son siempre el objeto primario de sospecha, de diferencia, de desdén y desprecio.
Así, en las luchas contra la dictadura chavista nace la hoy robusta oposición “sí pero…”. Para colmo hoy guapa y apoyada en unas redes sociales – Twitter y Whatsapp son campos minados favoritos – donde se gastan energías en injuriar, en atacar, en muchas ocasiones más al propio que al rival. Conciencias rígidas, negadoras de matices, objetan toda opinión o postura que no les satisfaga un 100%. No buscan persuadir, solo imponer.
Estemos claros: es obvio que la angustia ante la tragedia muchas veces lleva a situaciones emocionales extremas; pero precisamente por ello debemos buscar sobreponernos, tener mecanismos de resiliencia analítica. Y, sobre todo, tener siempre claro quiénes son nuestros verdaderos enemigos. La emoción, por sí sola y desbocada, sin frialdad estratégica, puede terminar sirviendo al enemigo.
A este despelote ha contribuido, no hay duda, un liderazgo bastante endeble, por ratos irreflexivo, casquivano y atolondrado, pero de allí sale, milagro de milagros, la figura fresca y firme de Juan Guaidó.
Los cultores impenitentes del “sí pero…” tuvieron que tragar grueso en enero. Y en febrero. Y en marzo. Pero a medida de que en medio de las luchas contra la tiranía sociópata Guaidó ha mostrado signos ineludibles de ser humano, por ende falible, no han podido aguantarse más y se han intensificado los cañoneos contra nuestro presidente interino.
Los opositores “sí pero…” son eternos pesimistas; si las cosas no se dan como lo desean, si los otros actores –nativos o extranjeros- no hacen exactamente lo que sus deseos y prejuicios indican, son traidores, vendidos, agentes del enemigo.
Hoy los podemos ver dudando de Guaidó, o buscando la quinta pata al Informe de Naciones Unidas, en lugar de entender, como acertadamente recomienda Ramón Peña en nota reciente, que “ es nuestra responsabilidad y en especial de nuestra dirigencia democrática capitalizar –internacionalmente- este importante recurso aportado por la ACNUDH, por las vías que consideremos factibles y útiles para acelerar el rescate del país, incluido su valor en un esquema negociado que ponga fin a esta tragedia”.
Los opositores “sí, pero…” son enemigos del pluralismo y amantes de un maximalismo irreal, guerreros de la anti-política, tan efectivos a favor del régimen como los mejores hackers castristas.